En no pocos episodios de la historia las lenguas han sido utilizadas para desarrollar sentimientos políticos de un modo más o menos torticero.
Y esto se debe a que el lenguaje es un aspecto sumamente sensible que toca la fibra intima de los individuos al tratarse de algo cuasitelúrico que viene a modelar la identidad del sujeto y penetra en lo más profundo de su ser.
Ahora bien, todo esto hace de las lenguas algo, como todo lo que tiene que ver con los sentimientos, sumamente peligroso por lo fácil de manipular y por la cantidad de respuestas viscerales a las que pueden dar lugar.
En los momentos por los que atraviesa España el lenguaje está siendo malévolamente utilizado por aquellos que se proponen desde sus planteamientos secesionistas romper la Unidad Nacional.
Estamos asistiendo a algo que no es si no consecuencia lógica de las decisiones políticas que se tomaron en el periodo constituyente, que tomó forma en la Constitución vigente y posteriormente los políticos de uno y otro signo han ido dando carta de naturaleza al pactar con los nacionalistas con tal de mantenerse en la poltrona.
La Constitución del 78 que, desgraciadamente, nos rige sirvió a modo de caballo de Troya para que el veneno del secesionismo se colase en la realidad nacional y tomase una fuerza de la que carecía. Este sentimiento secesionista encontró en el tema lingüístico su más firme asidero.
Al haber recibido las “nacionalidades históricas” las transferencias respecto al tema de educación, estás, como era lógico pensar, han utilizado tales competencias para inocular el veneno del secesionismo en las aulas y con ello en las generaciones de los últimos treinta años un sentimiento disgregador basado en un victimismo que les ha resultado sumamente fructífero.
Desgraciadamente la historia de estas últimas décadas ha puesto claramente de manifiesto que la Unidad de España no es un elemento fundamental ni para la izquierda ni para la derecha pues ambas corrientes la han obviado cuando lo que se jugaban era el conseguir o proseguir en la poltrona del poder.
Ni el PP ni el PSOE han dudado en pactar con los nacionalistas cuando era el poder lo que estaba en juego.
En estos momentos nos encontramos con que las autoridades de la Comunidad Autónoma de Cataluña se muestran insumisos ante decisiones judiciales que les conminan a que el español sea considerado en la enseñanza como lengua vehicular con una consideración similar a la del catalán.
Y es ahora, precisamente cuando se acercan las elecciones generales, cuando a algunos se rasgan las vestiduras por la actitud de las autoridades catalanas o cuando esas autoridades vuelven a hacer bandera de la lengua, ambos para lograr un mayor rédito electoral.
Pero no olvidemos que lo que ahora acontece no es si no la consecuencia lógica de haber dado alas a los enemigos de la Unidad de España, primero mediante el sistema autonómico y su “nacionalidades” y después habiendo colaborado con ellos activamente mediante pactos o por omisión al no haber luchado en lo político contra el secesionismo cuando se disponía de mayoría absoluta.
O sea, que nadie se queje ahora de lo que acontece.
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