No se puede pretender que alguien ponga sus ojos y corazón en la Patria ni que se preocupe por cuestiones como el peligro que atenaza su unidad si previamente no tiene resueltas las cuestiones más perentorias referidas a su subsistencia o si no dispone de aquello que le permita a él y los suyos llevar una vida mínimamente digna.
En estos momentos el desempleo alcanza en España unas cotas que resultan absolutamente inaceptables, y que para colmo de males después de 75 años nuevamente el hambre ha vuelto a ser una triste realidad en nuestra nación.
Según la Encuesta de Población Activa (E.P.A.) el 21,52% de la población está desempleada, es decir 4978300 compatriotas carecen de un puesto de trabajo y del consiguiente sueldo.
Esa misma fuente nos informa de que en más de 1425000 hogares ninguno de sus miembros trabaja.
Y la falta de trabajo lleva aparejada, además de la carencia de ingresos, un sentimiento de inutilidad que en muchos casos lleva a padecer una depresión severa.
Pero cuando hablamos de la pobreza es entones cuando realmente tomamos conciencia de hasta que punto la sociedad en la que vivimos precisa de una verdadera revolución que rompa con el capitalismo, con los tejemanejes de los partidos y sindicatos subvencionados y que acabe de una vez por todas con la tiranía de la banca.
12000000 de españoles viven con menos de 500 euros al mes, es lo que se llama pobreza relativa, y otros dos millones con menos de 200 euros mensuales, lo que se denomina pobreza severa.
O sea, que los ingresos de muchos de los que la E.P.A. señala como empleados ni siquiera resultan suficientes para vivir por encima del nivel de la pobreza, aunque esta reciba la calificación de relativa.
Mientras tanto los parlamentarios tienen derecho a las pensiones máximas y vitalicias con tan sólo haber estado una legislatura en sus escaños. O mientras ,los directivos de bancos y grandes empresas blindan sus sueldos de por vida con unos ingresos elevadísimos. mientras estos vividores hacen esto la inmensa mayoría de la población poco a poco resbala por una pendiente que la lleva al desastre.
Nuestra nación no puede considerarse merecedora de respeto si permitimos que a su sombra cristalice y se desarrolle un sistema político-económico que vive a costa de unas injusticias tan sangrantes como las que más arriba se han señalado. Resulta imperioso llevar a cabo una revolución total puesto que la lucha contra el capitalismo es, como dijo Jose Antonio, ante todo una alta tarea moral.
Desde hace ya mucho tiempo se conoce el camino para acabar con esta injusticia, el camino pasa en lo externo por acabar con el capitalismo, con la partitocracia y en poner el crédito bancario al servicio de los ciudadanos y no en manos de unos pocos que comercien con él para después estrujar al pueblo y obtener de este modo beneficio sin trabajar.
Pero la revolución a la que aquí hacemos referencia no se para exclusivamente en lo externo, en lo económico o en lo laboral. Esta revolución para serlo verdaderamente ha de serla completa, es decir del ser humano en su totalidad, y nunca podrá serlo si hacemos como el marxismo y pasamos por alto esa parte espiritual del ser humano que abarca tanto la realidad religiosa como la cuestión nacional.
Ambas cuestiones han de ir a la par en el desarrollo de este cambio revolucionario pues de otro modo iría cojeando, faltaría una parte de la realidad humana.
Y si algo busca esta revolución es la unidad, unidad que integre a la persona en su totalidad, en lo social y en lo económico y del mismo modo integre a los pueblos entre sí dentro de una misma nación al servicio de un destino común.
Y es que esta revolución debe buscar la unidad entre las gentes quitando del medio todo tipo de enfrentamiento partidario, de separación en base a la clase social o a la posición económica. Y acabando con las disputas aldeanas de unos territorios contra otros.
Por encima de todo ello se encuentra España que en esa unidad encuentra su identidad.
Ahora bien, para que el pueblo español en su totalidad se una en pos de una tarea esta ha de ser ilusionante, y solamente podrá ilusionar desde la base de haber logrado una Justicia Social, pues sin que los hombres y mujeres disfruten de dignidad en lo laboral y en lo económico no habrá ilusión posible.
Pero esa unidad que se persigue resultará así mismo imposible de alcanzar desde planteamientos disgregadores que no hacen si no enfrentar a personas y grupos, como ocurre en el caso de los partidos políticos, los sindicatos de clases o desde un sistema autonómico que mueve a un separatismo que enfrenta a unos españoles con otros.
España ha de ser vista como una comunidad humana dotada de un territorio diverso , pero que por encima de ellas existe una metafísica, una historia común puesta al servicio de un destino.
En lo económico España ha de ser vista como una gigantesca empresa en la que todos hemos de colaborar, y lograr que frente a todo interés de parte o clase brille una Justicia Social que asegure la dignidad de todos y cada uno de los trabajadores. Es así que bajo ninguna circunstancia podrán unos vivir a costa del sudor de los otros. Para que esto no sea posible es preciso que el crédito bancario sea nacionalizado al igual que se lleve a cabo una profunda Reforma Agraria.