martes, 20 de septiembre de 2011

Impuesto sobre el patrimonio.

Tanto por carecer de conocimiento sobre temas fiscales, como por el  hecho de no ser el tema que aquí se pretende tocar no voy a entrar en el tema de la bondad o conveniencia de aplicar el  gravamen al que nos referimos, el tema que ahora nos ocupa es otro.
Lo que este escrito trata de poner de manifiesto  es hasta que punto tanto los  que dirigen  nuestro país, como los que pugnan por lograr el poder no se mueven si no por intereses meramente electorales y partidistas.
Cualquiera, incluido un inexperto en materias económicas y fiscales como yo, ha podido darse cuenta de lo surrealista de la situación que se  está dando entorno al tema de la nueva implantación del impuesto del patrimonio. La situación a la que  asistimos es la siguiente:
Desde  1977 estaba establecida la existencia de un Impuesto sobre el Patrimonio.
 En  1991, el PP  deroga la ley entonces vigente y la sustituye por otro impuesto  sobre el Patrimonio ( Ley 19/1991)
Años más tarde, concretamente el 25 de Diciembre del año  2008 el PSOE deroga la ley, sin sustituirla por otra, es decir acaba con ese impuesto.
Y ahora llegamos al colmo del surrealismo:
El candidato del PSOE a la presidencia, Rubalcaba, propone que se instaure un Impuesto sobre el Patrimonio que tan solo hace tres años derogó. Ante esta medida la respuesta del Candidato del PP, Rajoy, es mostrar su oposición a que se aplique un Impuesto que su partido había establecido  en el año 1991 y con el que el había convivido 8 años durante la legislatura de Aznar.
Los que pusieron el impuesto ahora se quejan de que lo pongan de nuevo, y los que lo quitaron  por malo ahora lo quieren poner.
Todo este sinsentido pone de manifiesto que nuestros gobernantes y los aspirantes a serlo no  buscan otra cosa que el interés electoral de ganar en las urnas la poltrona donde  servirse del poder para provecho propio.
La partitocracia, lejos de buscar la unidad de los españoles  lo único que hace es enfrentarles aprovechando  cualquier tema.
No podemos olvidar que para que los españoles  se unan es preciso que  encuentren una empresa común, un destino en pos del que ir. Y desde luego eso no lo aportan los partidos políticos, que lo único que aportan es la división que deriva de perseguir  cada uno las victorias electorales, la victoria de la mayoría y el desprecio de la minoría. Desde su origen  el partido divide al pueblo despreciando al que pierde, en lugar de buscar una empresa que los aglutine.  España deja de ser empresa y de tener destino para ser una escalera que permita medrar.

                                                                                 

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