La idea que más sentimientos positivos ha movilizado hacia esa quimera de la existencia de una conciencia nacional andaluza se centra en esa falacia que señala que a diferencia de lo que ocurría en el resto de sociedades cristianas de la época, en este territorio musulmán (el Al-Andalus) convivían de manera pacífica y ordenada las culturas musulmana, cristiana y judía. Esta idea beatífica no se corresponde con la realidad por mucho que el actual pensamiento políticamente correcto tenga en esa verdadera leyenda un espejo paradigmático en el que querer ver reflejadas esas ideas de alianza de civilizaciones y de convivencia pacífica entre culturas que resultan más que contrarias incompatibles.
Es cierto que la cultura cristiana de la Edad Media tenía sus sombras y quebraba en no pocos aspectos las bases grecolatinas de las que era heredera, pero lo que no se puede afirmar sin caer en la mentira es que frente a esto surgiese en la zona musulmana de la Península Ibérica una sociedad plena de tolerancia.
Esta visión de la historia que en la actualidad se propone no es algo que se desarrolle y apoye de modo inocente sino que forma parte de una estrategia que utilizan tanto los defensores de la alianza de civilizaciones como esos andalucistas que pretenden crear una identidad nacional en Andalucía recurriendo al supuesto hecho diferencial de un origen básicamente musulmán. Este hecho diferencial lo proponen aunque para mantener esto hallan de obviar los casi dos mil años de vida cristiana posterior al fin de la Reconquista, la vida del reino visigodo y toda la carga cultural de un territorio absolutamente romanizado.
Y lo que es aún peor, los que por el motivo que sea utilizan y favorecen esta falsedad histórica están, de modo voluntario o de manera irreflexiva , colaborando con el islamismo radical que sirviéndose de esa visión poco menos que beatífica del califato les resulta sencillo atraerse musulmanes, extranjeros, inmigrantes o nativos convertidos, a sus posiciones radicales o yihadistas en pos de recuperar ese paraíso arrebatado por los "infieles".
Pero volvamos al tema que nos ocupa, que no es otro que el de la supuesta convivencia pacífica de las tres culturas en el territorio musulmán de la Península.
En primer lugar, tan solo hay que considerar cuales han sido a lo largo de toda la historia de la humanidad las condiciones de los habitantes de los territorios ocupados, este hecho es ya suficiente para que al menos se nos despierten serias dudas en torno a esa supuesta convivencia idílica entre conquistadores y conquistados.
Otro hecho que ha de hacer pensar en el panorama que se desarrolló entre los mismos ocupantes. Las reyertas entre yemeníes y qaisíes fueron constantes, los enfrentamientos entre musulmanes árabes y los provenientes del norte de África no cejaron durante todo el periodo en que los musulmanes permanecieron en la Península ya que los últimos eran considerados como musulmanes de segunda clase.
Los enfrentamientos religiosos con respecto a la ortodoxia tampoco fueron algo que pueda pasarse por alto y las luchas entre las distintas taifas favorecieron la Reconquista. Si esta era la situación entre los mismos ocupantes no se puede pensar en una convivencia placentera con los que habían sido conquistados y no poseían su misma fe.
Lo que aconteció fue lo siguiente: aquellos que pretendieron resistir, bien fueron asesinados o les fueron confiscadas sus pertenencias. Aquellos que se rindieron pudieron conservar algunas de sus pertenencias y continuar practicando su religión, eso si siendo gravados por fuertes impuestos y siendo considerados súbditos de segunda clase. En el Corán encontramos citas como las que siguen;”Y luchad en la causa de Al-lah contra los que luchan contra vosotros...” (2,191),”y matadlos donde los encontréis y expulsadlos de donde os hallan expulsado...”(2, 192) “Combatid a aquellos de entre el Pueblo del Libro que no creen en Al-lah... ni siguen la verdadera religión hasta que paguen el tributo con su propia mano y reconozcan su estado de sometimiento” (9, 29).
Leyendo semejantes textos hay realmente alguien que pueda pensar que los seguidores del Libro (la Biblia), cristianos y judíos recibirían un trato que pueda equipararse con la tan traída y llevada convivencia.
Tal y como señala Serafín Fanjul en un tratado de Ibn Abdun fechad en el siglo XII se equiparaba a judíos y cristianos con leprosos y crápulas.
Ya entre los años 850 y 859 se desató en Córdoba una gran persecución y ejecución de cristianos.
Eulogio, que más tarde fue decapitado, nos ha dejado un texto esclarecedor de cual fue el verdadero tono de la vida de los cristianos bajo la ocupación musulmana. Eulogio señala que escribe para “ilustrar los siglos de las generaciones futuras y a fin de que no queden ignorantes de nuestras tribulaciones y miserias”. Esta frase parece que estuviera escrita pensando en esa generalizada idea de fraternal convivencia que se ha extendido entre nosotros. Más adelante señala “...Gimo bajo el impío poder de los árabes..En efecto, en el presente año, que es el de 851, en su estallido contra la Iglesia de Dios el cruel furor del tirano lo ha derribado, devastado y dispersado todo, encerrando en la cárcel a obispos, presbíteros, abades, diáconos y a todo el clero y a cuantos pudo coger en esa ocasión, encadenándolos con hierros, como a muertos en el mundo los ha sumergido en mazmorras subterráneas...”
Una muestra de lo que podía ser la vida cotidiana queda reflejada en otra parte del escrito que estamos reproduciendo: “Nadie de nosotros anda seguro entre ellos, nadie marcha tranquilo, nadie pasa por un recinto suyo sino deshonrado. En efecto, cuando cualquier obligación privada nos empuja a salir en público o por una urgente obligación doméstica hemos de salir a la plaza desde el rincón de nuestro tugurio, tan pronto como advierten en nosotros los distintivos de nuestro sagrado orden, nos atacan con voces de burla como a locos y necios...”
La situación de los cristianos y judíos se veía marcada por cuestiones como las siguientes:
Debían vivir en zonas delimitadas exclusivas para ellos sin que pudiesen mezclarse con los musulmanes.
Habían de llevar distintivos que los señalara como miembros de su comunidad religiosa.
Tenían prohibida cualquier manifestación religiosa externa.
No se permitía que pudiesen casarse o relacionarse con los musulmanes.
Y debían pagar un impuesto que tan solo estaban obligados ellos a hacer efectivo como muestra de pagar el precio por poder vivir en tierra del Islam.
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