Anoche fui a
ver la película “ocho apellidos catalanes”, donde aparte de reírme y divertirme mucho salí del cine con la impresión de que acababa
de ser testigo de un canto a la Unidad de España, a España misma como
integradora de la riquísima multiplicidad de las distintas partes de nuestra
nación. Tras ese humor sencillo, que no simple, se escondía un mensaje que mostraba no sólo que la unidad es posible sino imprescindible.
Somos distintos pero no por ello dejamos de ser
hermanos.
Estoy seguro
de que la pretensión de los guionistas tan
sólo era hacer reír a través de un humor inteligente que jugaba con los
estereotipos, y que los actores e incluso el director no fueron conscientes de
lo que acabo de señalar, pero el hecho de que estos no fuesen conscientes de lo
que en el fondo estaban creando no significa que no estemos ante un canto a la
unidad en la diversidad, a esa España múltiple pero única que nos enriquece.
En esta
película aparecen personajes catalanes, vascos, extremeños, gallegos y
valencianos, cada uno con sus particularidades lingüísticas, de carácter y con
un amor hacia sus particularidades que parecen afirmarse en la diferenciación, llegando
incluso al desprecio de las características de los otros, algo que es por
cierto muy español.
Pero en la película se ve como todas estas diferencias, lejos de ser muros
que separan son puentes que unen, puesto
que esa diferencia es complementariedad.
Los
nacionalismos y el separatismo se ven como un juego para la mayoría, un juego movido por intereses
de unos cuantos que malévolamente tratan de sacar provecho de esa
diferenciación integradora, para enfrentando lo diferente obtener beneficios
personales.
Finalmente los personajes fundamentales están por encima
del juego centrífugo y el personaje que vive más sometido por el nacionalismo
disgregador termina arrancando una señal divisoria, con lo que sin darse cuenta está uniendo aún más a los españoles.
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