Andando la otra tarde por la calle me di cuenta de algo que hasta ese momento me había pasado desapercibido al verlo como una parte más del paisaje, y por tanto como algo que entraba dentro de la “normalidad”.Observé como había personas de rodilla e incluso tiradas en el suelo de las aceras pidiendo algún tipo de ayuda económica,
solicitando alguna moneda.
Pero lo que realmente me llamó la atención no fue eso cuanto que centenares de personas que andaban por las aceras en que esos seres humanos pedían ayuda pasaban de largo como si no estuviesen allí.
Mi sorpresa y extrañeza se convirtió en tristeza al ver cuál fue mi conducta ante esa misma realidad que como mero observador contemplaba.
Pero el sock me llegó cuando de mero observador pasé a convertirme en actor.
Ahora me veía a mí mismo realizando una acción que no por cotidiana dejaba de ser grave.
Estaba pasando junto a una persona que arrodillada solicitaba que le ayudase, y mi actitud fue la peor posible, la indiferencia, lejos de socorrerle de un modo prácticamente automático su mirada para de este modo cosificar lo humano.
En el monedero llevaba monedas que no me servirían para nada, como mucho para tomar algún refresco o café, pero que para aquél ser humano podría resultar importante por la utilidad de comer cualquier cosa o para junto a otras contribuciones dormir a cubierto esa noche.
Pero en lugar de darle alguna moneda fijé la mirada en el infinito y pase de largo apretando ligeramente el paso.
Este mismo hecho me ha sucedido en infinidad de momentos a lo largo de la vida, pero por alguna razón que no alcanzo a comprender, en esta ocasión este suceso tan repetido me permitió ver la realidad de ello.
En ese momento tomé conciencia, y me sentí avergonzado, la humanidad ha desaparecido de nosotros, de mí el primero.
Todo atisbo de humanidad está ausente de las calles de nuestras calles.
Pero los seres humanos necesitamos justificar nuestras acciones si no queremos entrar en lo que en psicología es llamado disonancia cognitiva, que no es otra cosa que es una disarmonía, falta de coherencia o correspondencia entre el sistema de ideas o creencias que tenemos y la conducta que llevamos a cabo.
Siempre encontraremos la forma de justificarnos: “seguro que se lo gastará en vino”, “siempre puede ir a algún centro de transeúntes”, etc., etc.
Pero por mucho que pretendamos que sea lo contrario la humanidad no está compuesta por departamentos estancos aislados unos de otros, la humanidad de un sujeto se define por el conjunto de sus acciones y no es posible reducir el comportamiento humanitario a una parte de nuestra conducta puesto que es toda ella la que la define.
La deshumanización, la falta de empatía es tal que ver tirados en las calles o de rodillas a personas que pasan hambre o que carecen de un lugar donde pasar la noche, sean las razones que sean las que le hallan llevado a esa situación, no nos mueve a la acción de ofrecerle ni siquiera unas monedas.
A pesar de ello nos consideramos como “buenas personas”, al menos no nos consideramos malos. En el fondo nos estamos autoengañando.
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