La inmigración musulmana que nos llega sin ningún tipo de cortapisas a través tanto a través del estrecho como de la frontera con Francia parece ser un tema intocable. Tema que por el solo hecho de ser planteado produce, tanto en los medios de comunicación como en la mayor parte de la población, una reacción por la cual aquel que se permite abordar la cuestión es tildado de xenófobo, racista e insolidario.
Aquí se pretende realizar un análisis lo más desapasionado posible, intentando que quede bien claro cuales son las características propias de este tipo de inmigración, así como el peligro que de ella puede resultar para España.
Aunque en esta entrada nos vamos a centrar de forma exclusiva en la inmigración que recibe nuestra nación procedente de países musulmanes, especialmente de Marruecos, no podemos pasar por alto que nos encontramos ante un problema que desde hace ya algunas décadas se viene presentando en todo Occidente. España es una nación que debido a su espectacular explosión en el terreno económico, así como por la ausencia de un control inmigratorio serio y a las sucesivas regularizaciones , se ha convertido durante los últimos años en receptora de una ingente cantidad de inmigrantes, cuestión novedosa entre nosotros.
El primer comentario al tema migratorio es una manifestación aclaratoria que pretende dejar muy claro que lo que aquí se promueve es que la inmigración sea controlada y adecuada a la mano de obra que la sociedad española pueda necesitar y por tanto absorber. No es una oposición radical a la inmigración en general, puesto que nos estamos ciñendo a la que tiene un sustrato musulmán.
El primer “argumento” al que suelen recurrir los defensores de una inmigración sin cortapisas lo esconden tras frases falaces del tipo: “nosotros fuimos también emigrantes y por tanto nos toca ahora ser solidarios y acoger a los que vienen”. Esta frase parece pasar por alto que si bien es cierto que emigramos , también lo es que cuando lo hicimos fue bajo unas condiciones que incluían, como es lógico, desde la solicitud de contrato en destino hasta la presentación de certificado de antecedentes penales y certificado sanitario así como la indicación de un tiempo máximo de permanencia en el país receptor que correspondía con los contratos de trabajo, trascurrido el cual, si no había renovación del contrato de trabajo, la expulsión era inmediata.
Aclarado estos puntos centraremos un poco el tema, ya que como hemos señalado no va a dedicarse este capítulo a la inmigración en general, haremos referencia a la problemática que un tipo concreto de inmigración provoca en nuestra sociedad y la que por la experiencia de otras sociedades puede llegar a provocar.
A nadie con una mínimo visión analítica y carente de prejuicios se le escapa que la integración de las personas provenientes de países musulmanes y con una cultura y cosmovisión tan distinta a la nuestra es muy difícil de asimilar en las poblaciones occidentales cristianas, o al menos con un sustrato básicamente cristiano. Esta difícil integración no se debe tanto a los naturales del país que acoge cuanto a la actitud de quien llega. El hecho es que una cultura excluyente como la que tratamos, que considera infieles a los miembros de la sociedad que los acoge, que no reconoce otra autoridad que la de sus líderes religiosos, y que en el caso español para colmo considera que el territorio que les recibe como suyo y que está ocupado por los propios españoles, hace que la actitud despreciativa pueda con facilidad dar paso al resentimiento y de ahí a la violencia abierta no hay más que un paso.
Aunque se nos pretenda hacer creer lo contrario, no se trata tan solo de que las culturas sean muy distintas, las formas de vida alejadas o que los inmigrantes se sientan desplazados o echen de menos a sus familias y lugares de origen. Ya que esto es propio de cualquier personas que emigra, procedan de la cultura que sea, por supuesto en mayor medida en cuanto las sociedades de procedencia sean más distintas o estén más distantes, sin que ello les haga ser tan refractarias a la integración.
En los casos de inmigrantes a los que nos estamos refiriendo, son ellos mismos los que marcan un límite que no permiten traspasar puesto que el inmigrante musulmán considerando al país al que llega como tierra de infieles y las costumbres de sus naturales poco menos que deleznables. En actitud coherente con las enseñanzas de su religión considera al país al que arriba como tierra de infieles de los que se considera en obligación de apartarse ante la posibilidad de contaminarse con esas costumbres cristiana o tan solo occidentales. para colmo de males no debemos olvidar que para los musulmanes la apostasía , la conversión al cristianismo o el dejar la fe del Profeta está penada con la muerte.
El inmigrante musulmán se ve sometido a una fuerte tensión que resulta de fuerzas contrapuestas como son, por un lado la que hemos señalado y que le repele de la sociedad de acogida y por otro una fuerza atractiva que le deslumbra, se trata de una forma de vida con un nivel económico y unas aportaciones materiales amén de unas concepciones de la libertad, de la dignidad humana y de respeto hacia la mujer que en su país de origen no podía ni siquiera imaginar. Esta tensión termina por producirle frustración al no poder lograr las deslumbrantes y añoradas expectativas materiales que pensaba lograr alcanzar.Esta frustración lleva a recurrir al islamismo radical como válvula de escape. Y no pasemos por alto en lo aquí referido que la situación de crisis económica y de paro elevadísimo que nuestra población padece empujará a todo inmigrante a la exclusión social con el riesgo cierto de radicalización.
Esta llegada incontrolada de inmigrantes musulmanes, cuyos contingentes con presencia ilegal entre nosotros es legalizada una y otra vez por las sucesivas “últimas”regularizaciones, están creando bolsas de marginalidad que tienden a agruparse en torno a sus líderes naturales, clérigos normalmente. De esta forma se van creando comunidades ha modo de ghettos que para alimentar su identidad acuden a posiciones cada vez más radicales y a su vez más minoritarias, llegando a crear peligrosos grupúsculos cada vez más y más radicalizados. La Psicología Social a puesto de manifiesto que una situación de minoría avivaría en los individuos la conciencia de la o las categoría que les hace sentirse precisamente minoritarios, siendo precisamente el recurso a esas categorías lo que por un lado refuerzan su sentimiento grupal y por otro les iría aislando más y más del mundo social exterior.
En esta situación el peligro del islamismo radical es máximo, puesto que las prédicas de los imanes, por muy extremistas que estas sean, son recibidas y aceptadas de un modo fanático, ya que en estos grupos cerrados y desarraigados la aceptación y seguimiento del mensaje es una forma de dotarse de identidad y fortalecer la idea de pertenencia al grupo.
Desgraciadamente en el mundo musulmán el problema está en que la misma ideología que aporta el Corán empuja hacia una visión agresiva, expansionista y justificadora del ataque al “infiel” (en este caso seriamos nosotros).
Pero desastrosamente lo que hemos señalado no es ni el único ni siquiera el más grave de los riesgos de una inmigración como esta a la que nos estamos refiriendo. De hecho, y dada la coyuntura internacional dominada por el terrorismo islamista no hay que caer en la manía persecutoria, ni ser un visionario para tener claro que una entrada tan generalizada de personas indocumentadas y la continuada legalización de inmigrantes sin papeles puede resultar un coladero para que penetren muÿâhidines en nuestro país, bien para actuar en nuestro territorio o para utilizarlo como zona de paso hacia otros países.
Por último señalaremos el peligro político que surge de la nacionalización de inmigrantes una vez que estos han permanecido entre 5 y 10 años legalmente entre nosotros.
El inmenso número de permisos de residencia que se han concedido y se continúan concediendo, las sucesivas e interminables “regularizaciones” que no son sino un coladero legal, el actual y arriba citado sistema por el cual pasados ente 5 y 10 años se puede recibir la nacionalidad o el recurso a la reagrupación familiar llevará a que en menos de una década en España nos encontremos con cerca de cinco millones de musulmanes de origen marroquí con nacionalidad española, y por tanto con derecho a voto.
Este hecho, el que cinco millones de musulmanes tengan derecho a voto llevará a que nuestros partidos políticos, “tan preocupados ellos por los valores y por el bienestar de España”, lo entrecomillado por supuesto es una ironía, inicien una carrera para hacerse con ese inmenso caudal de votos, sin dudar para ello un momento en ofrecer en sus programas una coranización de nuestro sistema legal o doblegar aún más nuestra política exterior a los intereses de los países musulmanes en general y a los de Marruecos en particular.
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