Hasta hace
no demasiado tiempo no he sido verdaderamente consciente de mi condición de
europeo, de la pertenencia a esa identidad que me conforma y de los comunes peligros que nos acechan a
todos los europeos.
Creo que
ha sido la problemática de los “refugiados”-inmigrantes
musulmanes la que me ha hecho ver con
claridad que formo parte de ese cosmos que antes se denominó Cristiandad y ahora
se conoce por Occidente. Anteriormente me había centrado con exclusividad y de un modo casi excluyente
en mi realidad de español, realidad a la que no renuncio ni renunciaré nunca.
Lo español es la mayor expresión del verdadero
espíritu europeo.
Pero ha de quedar claro que cuando hablo de Europa me
refiero a la Europa heredera de la filosofía griega, del derecho romano y de la
moral cristiana que se levantó sobre los cimientos de un paganismo heroico.
Por supuesto
que cuando hablo de Europa no estoy haciendo referencia a esa cueva de
mercaderes sometidos a los dictados del sionismo y la masonería, ni me refiero
a esa comunidad de gentes y entidades políticas que no sólo han renegado de sus
orígenes sino que combaten abiertamente su realidad.
Europa es
mucho más que un territorio, es una identidad, es una realidad que a partir de dos momentos de la historia ha entrado
en lucha consigo misma: uno la Revolución Francesa de 1789 y otro la
invasión de 1945
, y es que desde
entonces los principios fundamentales sobre los que se levantan los principios
de su ser están siendo permanentemente socavados.
Los enemigos
fundamentales con los que se encuentra Europa uno es el liberalismo que niega
lo absoluto de la Verdad, otro el judaísmo que desde su odio a Cristo y a los
gentiles nos persiguen sin pausa buscando dominar a todos los no judíos, o
goyim como nos llaman, y finalmente el mundialismo que busca acabar con nuestra
identidad cultural y racial para desde un
pensamiento de borregos y una mestizaje hacer de Europa un siervo más de ese
Nuevo Orden Mundial que pretende colocar a la cabeza de una humanidad sometida
a una élite judía.
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