sábado, 27 de agosto de 2011

La guerra de cuarta generación


La tendencia expansiva que el Islam ha puesto de manifiesto a lo largo de toda su historia, su ansia belicista, ha chocado en esta época con algo que no  estuvo presente en ningún otro periodo histórico pretérito. Y es el hecho de que hoy por hoy los países islámicos no cuentan ni de lejos con una fuerza militar suficiente como para enfrentarse con una mínima posibilidad de éxito  a las fuerzas del Occidente “que ellos califican de ”cruzado”.
Esta situación es de tal dimensión que  resulta imposible no ser conscientes de tal  desigualdad, una diferencia que llevaría obligatoriamente a una derrota sin paliativos de las armas de la media luna.
Estamos refiriéndonos a un  enfrentamiento  que se basase en la utilización tanto  de ejércitos   y armas de tipo convencional como al el recurso a armamento nuclear.
Ante este estado de cosas los yihadistas no han optados por la fácil solución de  rendirse a la evidencia dejando de lado  su ansia expansionista, todo lo contrario, lo que han hecho es buscar formas alternativas  para que mediante la Yihad todo el planeta, y Occidente en especial, pase a ser tierra del Islam.
El lugarteniente de Osama Ben Laden,  Abu Ubeid al- Qurashi ( actualmente  máximo estratega e ideólogo de Al-Qaida)  obtuvo enseñanzas de la  victoria en Afganistán, donde  grupos de muyahidín fueron capaces de derrotar al segundo ejército más fuerte de la tierra, el soviético, y del incidente ocurrido en  Somalia, donde tras ser derribado un helicóptero Blak  Haw del Ejército de los Estados Unidos este retiró sus tropas del país. Fruto del análisis de estos hechos el antes señalado estratega sacó unas conclusiones que  plasmó en Al-Ansar, órgano oficial de la organización terrorista.
Este escrito aparecido en  Al-Ansar  refería la manera en que  los islamistas deberían enfrentarse con las potencias occidentales para  poder alcanzar una gran posibilidad de éxito.
Parte este estratega de reconocer que el mundo islámico nada tiene que hacer si recurriese a la  utilización de métodos bélicos tradicionales, y es que en la situación actual todo enfrentamiento conforme a la manera  habitual  de lucha  estaría abocado irremediablemente a la derrota del Islam.
La forma de combate que propone Abu Ubeid Al-Qurashi, y que denomina guerra de cuarta generación en contraposición con la de primera: que sería la de hombres armados con fusiles que entraban en combate, la de segunda, que habría  tratado de  destruir la mayor cantidad posible de fuerza contraria y agotar la economía del enemigo, o la de tercera en la se habría introducido una importante variación en la   táctica militar buscando en lugar de chocar frontalmente, envolver al enemigo y atacarle por la  retaguardia recurriendo a la aviación y a las unidades acorazadas. En    cambio, la guerra de cuarta generación que propone mostraría un conflicto en el cual la lucha no quedaría reducida a las tropas regulares y a los objetivos militares: En esta guerra de cuarta generación la guerra psicológica pasaría a ser la básica. Se basaría en ataques por la retaguardia sirviéndose de los puntos débiles que presentan las mismas sociedades que van a ser combatidas. Estos puntos frágiles se centran en la misma forma política en la que  se basan y en la organización social que de ella se deriva.
Lo primero de lo que se deberían servir los yihadistas  es de  la opinión pública, una opinión pública que resulta absolutamente moldeable por los medios de comunicación,  la cual sería relativamente  sencilla de dirigir si se actúa con inteligencia y es que la opinión pública  a su vez es la que dirige la política interna y exterior de los países en cuestión. En este punto la guerra se basaría en la realización de  ataques puntuales que tuviesen una  gran repercusión mediática, se  refiere por supuesto  a la utilización del terrorismo, y especialmente al recurso al terrorismo suicida, una forma de terrorismo esta que  hace prácticamente imposible que ni la actuación de los servicios de seguridad los pudiese neutralizar , asimismo  hablaba de la necesidad de implantar en Occidente células “durmientes”, las cuales ni siquiera los servicios de inteligencia podrían localizar al permanecer inactivos y confundidos con la población inmigrante años, hasta que recibiesen la orden de actuar.  
El yihadismo habría de buscar el máximo impacto con el mínimo coste, sin perder nunca de vista que el islamismo es finalista y que lo único que tiene en cuenta es la consecución  del objetivo final, la extensión mundial del  Islam, sin parar en consideraciones en torno a la moralidad  de los medios que se utilizan para su logro.
Mantenía, y con muy buen juicio por cierto, que ningún país de Occidente sería capaz de recurrir  a esa potencia militar  tan ingente que posee ya que la opinión pública es sumamente pacifista, y sobre todo si esa misma opinión pública es previamente aleccionada en sentido contrario o si  mediante una campaña lo si por medio de unas campañas de ataques bien planificadas se crea  un estado de pánico y desconfianza  que lleven al derrotismo, un derrotismo paso previo  al entreguismo entreguismo que como única opción ve el diálogo en lugar del enfrentamiento.
Otro punto fundamental es el de utilizar la victimización, de modo que la opinión pública llegue, a entender las acciones terroristas como una reacción “lógica” a una imaginaria agresión previa por parte de Occidente.
El terrorismo debería ser lo suficientemente fuerte para producir intranquilidad y desconfianza en la propia victoria, pero lo suficientemente “moderado” como para no estimular reacciones que promoviese ese recurso a la fuerza que se trata de evitar.
El recurso, no ya a actuaciones de tipo militar, sino a medidas policiales o legislativas de tipo excepcional ha sido siempre cuestionado al recurrirse a argumentos que señalan la supuesta disminución de los derechos  ciudadanos y a la profanación de la intimidad de los ciudadanos. Este punto ha de ser siempre aprovechado favoreciendo estas  posiciones paralizantes de la reacción del Estado.

Esta propuesta de  actuación cuenta también con el hecho de que nuestras sociedades en la actualidad no defienden una escala de valores clara, su mayor  certeza se basa en el subjetivismo nihilista. Un nihilismo que considera su mayor dogma y aportación universal la democracia. Nuestras sociedades lo tienen todo perdido si se enfrenta con quienes creen defender “verdades”, aunque estas sean erradas, y lo único que oponen a ello es una sociedad sin valores que carece de  respuestas a las interrogantes universales y que tan solo presenta  la sociedad del consumismo.
Sin nada claro en lo que creer, y sin nada que defender tampoco hay nada por lo que valga la pena luchar.
Nosotros  careemos de una moral de lucha y de resistencia, sin ella resulta imposible vencer.
Otro factor que Abu Ubeid al-Qurashi considera que ha de tomarse en consideración es el hecho de que las sociedades occidentales, democráticas por definición, están sometidas a la opinión   del pueblo, con lo cual habrán de tomar las medidas en función de esa opinión pública a la que antes se ha hecho referencia.

Para que la  estrategia a la que nos hemos referido. y que tan útil resulta  a los islamistas radicales, pueda ser desbaratada y de esa forma  mantener  un Occidente libre de la imposición  islamista  es imprescindible que Occidente  vuelva a sus orígenes cristianos y mantenga un orden de valores espirituales lo suficientemente claros  para que  la  opinión pública se mueva en función de la consecución y/o mantenimiento de tales principios y deje de  tomar como puntos de referencia la voluntad de una opinión pública   absolutamente  variable y sujeta a  acontecimientos puntuales que  moverán esa opinión pública en una dirección o hacia la contraria.  Si esto es así  se conseguirá desactivar esta guerra de cuarta generación a la que hemos hecho referencia puesto que la política no vendría determinada por los actos  del terrorismo yihadista si no por unas  creencias que constituirían  la propia identidad a la par que serían su mejor defensa.

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