La representatividad partitocrática ha tocado fondo y ya no es aceptada por un cada vez más amplio sector de la población del autodenominado primer mundo. Esta parte de la población se siente decepcionada por no alcanzar esa expectativa de ser artífices de la historia por medio de la participación en el gobierno de sus sociedades. Y lo que es aún más grave, se siente engañada al descubrir que son los poderes del capital y de las finanzas los que realmente tienen el poder y llevan a cabo la planificación y desarrollo de algo que durante tanto tiempo se les había hecho creer que derivaba de una soberanía popular expresada cada cuatro años en las urnas.
Y es que esa población asiste a como la casta política es gobernada y ninguneada por poderes tiránicos como son los derivados de las altas finanzas. Unos poderes estos que se imponen a esos que supuestamente han sido colocados en sus cargos por los votantes para dirigir la política, la economía y el bienestar de las naciones y sus ciudadanos.
La representación a través de partidos políticos no deja de ser un engaño, y como tal está empezando a ser considerado. La crisis general que está padeciendo Occidente, crisis económica, de valores y de futuro, es la que traumáticamente ha abierto los ojos de aquellos que vivían sometidos a la mentira de una sociedad opulenta que era supuestamente facilitada por la democracia partitocrática.
Pero la terrible crisis por la que atravesamos ha puesto de manifiesto como el capitalismo no tiene para nada en cuenta al ser humano, ni a su dignidad. Lo único que lo mueve es el logro del beneficio y el medio fundamental para lograrlo es la especulación.
La población occidental, especialmente la más joven, que es la que más amenazado ve un futuro que se le había vendido con un acceso seguro a al paraíso del bienestar pleno de consumismo.
La población ha comenzado a tomar conciencia de que en modo alguno participan en el gobierno de sus sociedades nacionales. Han despertado de ese falso sueño en el que habían creído que la soberanía residía en el pueblo y que esta soberanía solamente podía encauzarse a través de los partidos políticos .
El sistema de partidos políticos lleva en su propia esencia el enfrentamiento entre los ciudadanos, promoviendo la discordia en lugar de mover a la unidad y cohesión social. Y esto ocurre así al oponer a aquellos que siguen a un partido con aquellos que siguen a otro. Y es que tan sólo de la victoria en esta pugna podrá un partido alcanzar el poder, eso sí a costa de la derrota del otro . Pero a esa base disgregadora de la sociedad que el sistema de partidos lleva aparejado se unen dos cuestiones que en la actualidad han sido por fin considerados por los ciudadanos como unos elementos que desvirtúan la participación del pueblo en el gobierno de la cosa pública.
De un lado está que los partidos son verdaderos viveros de parásitos que viven del partido primero y del escaño después, eso sí siempre a costa del erario público. De otro nos encontramos con que los partidos políticos no son si no un arma más en manos del poder financiero, y esto es así debido al endeudamiento, sometimiento al fin y al cabo, que derivada de las inmensas necesidades económicas precisas para sostener la estructura material del partido y el mantenimiento de todo el personal que de él depende. Los partidos, y sus decisiones una vez que alcanzan el poder para gobernar, se encuentran muy alejadas de esa tan cacareada voluntad popular. La realidad es que está secuestrada por esa banca que le ha concedido inmensos préstamos a los partidos y que después se los condona, siempre a cambio de que el poder político se pliegue a las directrices del poder financiero y del capital.
Así pues el centro de una renovación que permita que se desarrolle una verdadera representatividad ha de centrarse de un lado en los partidos políticos y de otro en los poderes financieros.
Vamos a comenzar por analizar hasta que punto los partidos políticos nos acercan o por contra nos mantienen alejados de una verdadera representatividad que nos permita participar en el gobierno y administración de la nación.
Lo que debe quedar claro, sin el más mínimo atisbo de duda, es que el partido político es un elemento totalmente artificial, carente de conexión con lo que son los verdaderos elementos naturales en los que se desarrolla la vida del ser humano.
¿Cuáles son esos elementos naturales en los que verdaderamente se desarrolla la vida humana y a través de los cuales se daría una representación no sometida a la dictadura de las ideologías, a la tiranía del capital ni a la rapiña de una casta que viva de las instituciones de partido?
Para contestar a esta pregunta hemos de volver la vista hacia nosotros mismos, hacia nuestra experiencia vital.
Lo primero que nos identifica, ya desde el momento mismo del nacimiento es la familia, una estructura que es tan básica para la sociedad como precisa para la supervivencia física, equilibrio emocional e identidad del individuo.
En segundo lugar nos encontramos con algo básico a la hora de conformar nuestra identidad social y que es el engranaje más cercano si nos referimos a la organización social y a las prestaciones que el sujeto recibe. Por supuesto nos estamos refiriendo al municipio. El municipio forma parte, al igual que la familia, de nuestra identidad.
Y la última seña de identidad que nos define, aunque no desde el primer momento de nuestra existencia, es el gremio o grupo laboral en el que desarrollamos nuestro trabajo, el cual es un factor de identidad, de socialización, de ejercitación laboral y de contribución a la economía nacional.
Si realizamos un análisis que no esté sujeto al apasionamiento que deriva de los prejuicios procedentes de la corriente ideológica instaurada en Occidente desde hace ya más de doscientos años, y que a modo de dogmas habla de una soberanía residente en el pueblo cuya concreción tomaría forma a través del sufragio universal expresado en partidos en liza entre los que habría que elegir votando a aquel que gobernase como delegado de la voluntad popular. nos encontraríamos con que el sistema partitocrático, ahora considerado poco menos que dogmático, no es si no un engendro político que por un lado lleva aparejada la perdida de esfuerzo y capital humano y por otro de ingentes cantidades de dinero.
Con el sistema de partidos políticos el pueblo no es realmente representado, con este sistema lo único que se crea es una casta de políticos profesionales que de modo parasitario viven , y desarrollan su actividad “profesional” a través de unas estructuras que les llevan en su seno desde el más bajo nivel del partido hasta la cúspide que serían las listas o finalmente las poltronas de diputados o senadores. Y esto es así puesto que los costes que la estructura del partido llevan aparejados no los aportan los afiliados si no que provienen de los bolsillos de los ciudadanos a través de los presupuestos generales del Estado.
Pero con la representación a través de elementos naturales como serían la familia, el municipio o barrio y el sindicato o gremio, no lograríamos acabar con un peligro al que nos referimos al principio del presente escrito.
Me estoy refiriendo por supuesto al elevado grado de influencia, incluso de dominio, que el capital y las finanzas tiene sobre la política de un país, dominio e influencia que llega a socavar la soberanía de la nación.
La solución a ello ha de ser contundente y no andarse con florituras cuando lo que está en juego es la libertad de España y su soberanía.
La fuerza de la banca, que socaba la cualquier tipo de representación y explota la precariedad de los ciudadanos ha de ser eliminada mediante la nacionalización del crédito bancario. De este modo liberaríamos a los representantes del pueblo de un poder que desde su potencia interviene en la economía nacional y controlar las voluntades de aquellos que representan al pueblo.
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