Se habla
mucho, y se miente aún más, en torno al racismo y la xenofobia que
supuestamente existe en nuestra nación hacia las personas de otras razas, hacia
los inmigrantes, ya sean estos legales o ilegales, y contra todo aquel que forme
parte de grupos socialmente diferentes o de grupos laborales y económicos
desfavorecidos.
No cabe
mayor falsedad en tal aseveración, puesto que si por algo se ha caracterizado
España a lo largo de su historia es por haber sido la primera nación del mundo
en considerar a las personas de las
zonas a las que arribaban y que conquistaban como humanos con derechos
similares a los que ellos mismos tenían, ello derivaba de la concepción católica
de la vida y de una cosmovisión que dirigía el comportamiento de la práctica
totalidad de los españoles y que la llegada a América y el descubrimiento de
aquellas tierras y sus habitantes puso de manifiesto desde el principio como un
hecho primordial y definitorio del comportamiento español y el de la
legislación que de las autoridades españolas derivada, unas leyes y decretos
que en ese tiempo se dieron por primera vez en la historia de la humanidad.
Debido a esta concepción católica todo lo que
realmente ocupó y movió a las instancias del imperio, desde el monarca hasta
los súbditos no fue tanto conseguir oro, poder y riquezas cuanto evangelizar y
trasladar a esas recién descubiertas gentes una fe, una legislación y organización
social acorde con esa reconocida cualidad de hijos de Dios de todos ellos.
Es así como
la presencia y la acción de los católicos españoles en la parte sur del
continente americano y la de los protestantes anglosajones en el norte del
nuevo continente fue mas que distinta opuesta. Se puede decir que América del
norte fue conquistada con el Antiguo Testamento de los protestantes mientras
que América del sur lo fue con el Nuevo.
Pero nos
encontramos con que las circunstancias han cambiado de manera absoluta, hasta
el punto de que en la actualidad la mayoría de la población española no es
católica ni la legislación actual en modo alguno se somete a los preceptos
católicos, más bien todo lo contrario. Aún con todo ello se mantiene en la
población nacional un rescoldo de lo que durante siglos, y aún milenios, ha conformado
la identidad española que es la cosmovisión católica del ser humano como dotado
de dignidad por el mero hecho de ser un hijo de Dios y de la sociedad como
entidad que ha de buscar el bien espiritual, amén del físico de la población.
Pero si por
un lado se ha mantenido ese sustrato católico que buscaba el trato digno de
todos los seres humanos en tanto hijos de Dios, por otro nos encontramos con
que en nuestro desnortado mundo entra en juego algo novedoso y realmente nefasto,
nos encontramos con el complejo de culpa que sufre el blanco, el occidental y del
español en especial, dado que tanto afecta al tema que nos ocupa.
Es así como la
idea de respeto y dignificación del otro, tan propio del catolicismo y por
tanto de la hispanidad, ha pasado merced al complejo de culpa antes señalado ha
llevado a que la sociedad actual tome el suicida camino de reconocer los
derechos y la dignidad del otro, pero a no hacer lo mismo cuando el sujeto es
español, blanco u occidental.
esto lleva a acallar y ocultar todas aquellas
realidades o sucesos que pudieran poner en solfa esa nueva y mezquina postura.
Esto provoca
un verdadero racismo antiblanco y antiespañol por parte de la sociedad española
en general y por parte de gran parte de la ciudadanía española, pero este
racismo a la inversa lo encontramos muy especialmente en la clase política y en
los medios de comunicación mayoritarios, vendidos al dinero de la élite
globalista y a lo políticamente correcto.
Estos
planteamientos políticos, mediáticos y sociales llevan a ocultar los actos
delictivos, en especial las violaciones grupales y las agresiones, siempre y
cuando los autores sean inmigrantes, especialmente ilegales.
Esta triste realidad por la que atraviesa nuestro país difícilmente permite que se pueda tildar a España de xenófoba o racista, más bien todo lo contrario.
Y es
precisamente esta manifiesta injusticia la que llevará a que una parte nada desdeñable
de los ciudadanos españoles pasen a abrazar lo que en la actualidad se
considera racismo, que no es otra cosa que defender el derecho a que los
naturales de nuestra nación exijan que aquellos que lleguen a nuestro
territorio lo hagan de manera legal y convivan con la población de manera
respetuosa, acorde con la legislación y respetando las costumbres, tradiciones
y realidades que nos son propias. Y todo esto desde luego no es racismo, lo que
si es racismo es ocultar los delitos, especialmente los sexuales, si estos son
cometidos por personas no blancas o
procedentes del Magreb o del África subsahariana.
Eso si es
racismo, y las víctimas de él somos los españoles.
España ni ha
sido ni es racista o xenófoba, más bien to lo contrario, lo que es una víctima
de la injusticia buenista que la se ha convertido en la víctima de un verdadero
racismo. Lo que la élite globalista y
buenista denomina racismo no es otra cosa que defender la justicia y el orden.
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