El
maltrato a la mujer parece que estuviese
reducido exclusivamente a
aquellas que por su situación económica
dependiesen del marido o a las que la
presencia de hijos les impidiese tomar la decisión de separarse.
Se suele considerar que las mujeres soportan
las situaciones de violencia conyugal debido
a carecer de posibilidades para tomar una decisión que le aparte
definitivamente del maltratador.
Desgraciadamente
las cosas no son tan sencillas, ya que
no son una excepción, ni mucho menos, las mujeres maltratadas que con
independencia económica y careciendo de hijos
continúan conviviendo con su
maltratador.
A
esta realidad se añade una actitud tan común como difícil de comprender.
Actitud que resulta cotidiana para cualquier policía o juez que trate con esta temática. Me estoy refiero a
la negativa de muchas mujeres agredidas a presentar denuncia o a que las retiren
cuando están ya en curso o
inclusive cuando se está desarrollando
el proceso judicial.
La
explicación no es sencilla y no podemos recurrir a tópicos manidos, sino a
explicaciones psicológicas que aporten luz a estos comportamientos.
De
hecho, acudir al miedo a sufrir posteriores agresiones, al temor a ser
apartadas de los hijos o a verse sin recursos económicos no explica esos
comportamientos al comprobar que esos comportamientos se dan de igual forma entre
mujeres agredidas con muy variadas situaciones económicas, culturales y
familiares.
Según
algunos estudios psicológicos, la forma de actuar antes referida solamente puede ser
entendida considerando que subyace la misma elaboración que se da en al
denominado Síndrome de Estocolmo: ese estado psicológico que se da en las
personas secuestradas o retenidas en el que el secuestrado termina identificándose,
defendiendo e incluso ayudando a quién le ha secuestrado. Tal y como aconteció en el conocido caso del secuestro de Patricia Hearst, la cual fué secuestrada por el Ejercito Simbiotico de Liberación y terminó identificándose tanto con sus captores que llegó a atracar un bando junto a ellos.
De
la misma forma que en el Síndrome de Estocolmo, en el caso de la mujer maltratada se
establecen una serie de vínculos
afectivos paradójicos entre ella y el
maltratador. Aparecen en un entorno
traumático en el cual las relaciones de poder están totalmente
desequilibradas entre ambos, y la intermitencia entre el comportamiento
afectuoso y el comportamiento violento lleva a la víctima a un estado
disociativo que le hace estar hipervigilante
para de este modo dar más valor al lado positivo, buscando excusas al
comportamiento negativo. De este modo se termina creando finalmente un vínculo de amor-dependencia.
Resulta
así que la existencia de un poder superior que se ejerce de forma violenta y en el que se intercalan actitudes afectivas y de solicitud de perdón termina por buscar en el otro lo positivo
que “tape” la realidad del maltrato y que lleva a buscar la explicación en la
propia conducta, infravalorándose y padeciendo un sentimiento de culpa.
Esta
explicación puede ser válida a la hora
de describir algunos de los procesos de cual es el funcionamiento en estos
casos, aunque no es en absoluto generalizable a todos ya que son
demasiados los factores que entran en juego. Sobre todo la afectividad y las expectativas que entorno a esta se tenían
para desarrollar una vida en común, unas expectativas que una vez que se rompen
esta ruptura precisa de una explicación, y que con los mecanismos psicológicos
antes señalados termina encontrándose, equivocadamente, en la persona objeto del maltrato y no en el
sujeto maltratador.
Aunque en la sociedad no sea considerado ni las leyes lo lleguen a tomar en consideración, este mecanismo también aparece en el maltrato contra el hombre, aunque a causa de la diferencia de fuerza muscular se de de un modo más psicológico que físico.
Aunque en la sociedad no sea considerado ni las leyes lo lleguen a tomar en consideración, este mecanismo también aparece en el maltrato contra el hombre, aunque a causa de la diferencia de fuerza muscular se de de un modo más psicológico que físico.
Dada
la actual tendencia a aplicar la
ideología de género se hace preciso señalar que esto se refiere a los casos
concretos en que se dan estos
comportamientos de agresión, no a una relación
de enfrentamiento entre géneros en los que el masculino basaría su
posición en el maltrato.
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