miércoles, 13 de noviembre de 2013

Maltrato y Síndrome de Estocolmo.


                                                                                     

El maltrato a la mujer parece que estuviese  reducido exclusivamente  a aquellas  que por su situación económica dependiesen del marido  o a las que la presencia de hijos  les impidiese  tomar la decisión de separarse.
  Se suele considerar que las mujeres soportan las situaciones de violencia conyugal  debido a carecer de posibilidades para tomar una decisión que le aparte definitivamente del maltratador.
Desgraciadamente las cosas  no son tan sencillas, ya que no son una excepción, ni mucho menos, las mujeres maltratadas que con independencia económica y careciendo de hijos  continúan  conviviendo con su maltratador.
A esta realidad se añade una actitud tan común como difícil de comprender. Actitud que resulta cotidiana para cualquier policía o juez que trate con esta temática. Me estoy refiero a la negativa de muchas mujeres agredidas a presentar denuncia o a que las retiren cuando están  ya en curso o inclusive cuando se está desarrollando  el proceso judicial.
La explicación no es sencilla y no podemos recurrir a tópicos manidos, sino a explicaciones psicológicas que aporten luz a estos comportamientos.
De hecho, acudir al miedo a sufrir posteriores agresiones, al temor a ser apartadas de los hijos o a verse sin recursos económicos no explica esos comportamientos al comprobar que esos comportamientos se dan de igual forma entre mujeres agredidas con muy variadas situaciones económicas, culturales y familiares.

Según algunos estudios psicológicos, la forma de actuar antes referida solamente puede ser entendida considerando que subyace la misma elaboración que se da en al denominado Síndrome de Estocolmo: ese estado psicológico que se da en las personas secuestradas o retenidas en el que el secuestrado termina identificándose, defendiendo e incluso ayudando a quién le ha secuestrado. Tal y como aconteció en el conocido caso del secuestro de Patricia Hearst, la cual fué secuestrada por el Ejercito Simbiotico de Liberación y terminó identificándose tanto con sus captores que llegó a atracar  un bando junto a ellos.

                                                                    

De la misma forma que en el Síndrome de Estocolmo, en el caso de la mujer maltratada se establecen una serie de  vínculos afectivos paradójicos  entre ella y el maltratador. Aparecen en un entorno  traumático en el cual las relaciones de poder están totalmente desequilibradas entre ambos, y la intermitencia entre el comportamiento afectuoso y el comportamiento violento lleva a la víctima a un estado disociativo que le hace estar hipervigilante  para de este modo dar más valor al lado positivo, buscando excusas al comportamiento negativo. De este modo se termina creando finalmente un vínculo de amor-dependencia.

                                                                   



Resulta así que la existencia de un poder superior que se ejerce de forma violenta y  en el que se intercalan actitudes afectivas y de solicitud de perdón  termina por buscar en el otro lo positivo que “tape” la realidad del maltrato y que lleva a buscar la explicación en la propia conducta, infravalorándose y padeciendo un  sentimiento de culpa.

Esta explicación  puede ser válida a la hora de describir algunos de los procesos de cual es el funcionamiento en estos casos, aunque no es en absoluto generalizable a todos  ya que son demasiados los factores que entran en juego. Sobre todo la afectividad y  las expectativas que entorno a esta se tenían para desarrollar una vida en común, unas expectativas que una vez que se rompen esta ruptura precisa de una explicación, y que con los mecanismos psicológicos antes señalados termina encontrándose, equivocadamente, en  la persona objeto del maltrato y no en el sujeto maltratador.

Aunque en la sociedad no sea considerado ni las leyes lo lleguen a tomar en consideración, este mecanismo también aparece en el maltrato contra el hombre, aunque a causa de la diferencia de fuerza muscular  se de de un modo más psicológico que físico.

                                                                    



Dada la actual tendencia a aplicar  la ideología de género se hace preciso señalar que esto se refiere a los casos concretos en que se dan  estos comportamientos de agresión, no a una relación  de enfrentamiento entre géneros en los que el masculino basaría su posición en el maltrato.


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