Cuando
el ministro de Economía afirmó que el gobierno ya había hecho todo lo que se podía
hacer, lo que claramente estaba diciendo es que lo
único que nos queda es esperar. Una espera en la que los españoles seremos pasivos
observadores de cómo aquellos que dirigen la economía europea
empujan al abismo de la debacle a España, una nación que ha perdido cualquier tipo de soberanía
económica.
Pero
la situación, además de crítica y triste, resulta tragicómica: es para echarse a reír si no fuese porque nos jugamos el
bienestar y la supervivencia física de la población.
Y
digo que sería para reír de pena puesto que eso es lo que produce el asistir a como un sujeto obedece de un modo tan cándido y borreguil las instrucciones de quienes les están empujando al abismo. Una actitud de obediencia suicida que finalmente se transforma en suplica al pedir a esos mismos que le precipitan al vacío un paracaídas que le permita
evitar el mortal choque que de la caída lleva aparejada.
Si
no queremos precipitarnos al vacío son
precisos unos gobernantes que pongan pié
en pared y se nieguen a continuar siendo las marionetas obedientes de los dirigentes de
una Unión Europea de mercaderes sometidos al poder de las finanzas y la banca.
España
ha de recuperar su soberanía económica aunque para ello deba abandonar la
eurozona y regresar una peseta en la que podíamos tomar las medidas de depreciación
o aquellas que considerásemos precisas.
Lo
que nuestros dirigentes, sean estos los que sean, no pueden es plegarse de modo
ciego a los mandatos procedentes del BCE y del eje franco-alemán, que viene a
ser lo mismo. Las realidades de los países
del eje citado son muy distintas
a las que se dan en la piel de toro, y ahora mucho más ya que si el
desempleo es la prioridad de
nuestros problemas, para Alemania
especialmente, aunque también para Francia, lo es la deuda y el déficit.
Las
medidas que a ellos conviene a
nosotros no, e incluso pueden
resultar negativas.
Pero
solamente afirmando nuestra especificidad, recuperando nuestra soberanía,
acabando con la tiranía de la banca y con la especulación de las finanzas
internacionales podremos evitar seguir los pasos de Grecia.
Los
países mediterráneos no podemos continuar siendo los mamporreros del BCE. Tenemos suficiente
fuerza como para no dejarnos avasallar por la señora Merkel o el dirigente
francés de turno. Por dignidad nacional y por nuestro presente y futuro económico hemos de afirmarnos.
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