Se hace cada
vez más imperioso terminar con ese complejo de culpabilidad que padecemos los
blancos, un complejo que de modo muy sibilino a la par que inteligente se ha venido
instalando en las mentes y conciencias de la población blanca.
Y se hace perentorio ahora dado que, aunque ya
fue utilizado en el último siglo y medio de manera recurrente y sumamente
perniciosa para los países occidentales y sus ciudadanos, ha sido mucho más
utilizada a partir de la descolonización africana y de la extensión del
marxismo cultural por Occidente.
Tanto las corrientes
comunistas, de marxismo cultural como las políticas liberales basadas en
intereses, económicos y financieros se han venido sirviendo de esta verdadera
tara social e individual que es el complejo de culpa para frenar cualquier
respuesta de la población blanca frente a las agresiones, ya fuesen estas políticas,
económicas e incluso físicas, en contra de sus identidades morales, culturales,
sociales e incluso territoriales.
Y es que el
haber conseguido implantar en la sociedad blanca occidental y en todos sus individuos
esa visión maniquea en la que las otras razas o etnias son consideradas
víctimas explotadas mientras que todo lo blanco u occidental es considerado
como parte de los opresores. De esta manera quedan moralmente para oponer
cualquier tipo de resistencia frente a toda acción o formulación que lleven a
cabo los explotados.
Y ha sido
precisamente esta maniquea visión paralizante de la que se han venido sirviendo
las fuerzas que ahora se concretan en lo que se han dado en llamar globalistas.
La manera en
que se ha conseguido implantar este complejo de culpa tanto en la conciencia
individual como colectiva de los blancos ha sido la repetición ad nauseam del
hecho de la esclavitud de negros africanos por blancos en América. De la misma manera
se ha señalado el hecho de la colonización de África como causa de la actual
situación del continente negro.
De la misma forma
se han ocultado de manera voluntaria los episodios en los cuales eran blancos
los que padecían la esclavitud, pasando de explotadores a tener la condición
explotados, siendo así que se rompería la dualidad maniquea de blanco opresor
versus negro oprimido.
Es precisamente acabar con la identificación entre blanco y opresor la razón por la que vamos a hacer referencia a dos episodios históricos que servirán para acabar con ese estúpido complejo de culpa que atenaza a la población blanca
occidental.
Por un lado nos encontramos con la situación acontecida desde la Edad Media hasta el siglo XIX (en 1830 fueron liberados los últimos esclavos otomanos) Es así que los otomanos y los piratas berberiscos a su servicio realizaban de modo continuado y generalizado incursiones en todas las zonas próximas a la costa norte del Mediterráneo y en los territorios eslavos con el fin de capturar personas blancas, mujeres y adolescentes principalmente, para después venderlas como esclavos en el norte de África o en los mercados de Estambul y otras ciudades árabes y otomanas. En este caso concreto el número de esclavos blancos, capturados y vendidos entonces fue inmensamente mayor que el número de esclavos africanos negros llevados y vendidos en América, del norte especialmente.
Otro
episodio en el que blancos fueron
apresados para después ser vendidos como esclavos es el desarrollado
entre el siglo XVIII y principios del XX entre Irlanda y Norteamérica. El
comercio se inició cuando James I rey de Inglaterra vendió 30 000 prisioneros
políticos irlandeses como esclavos en el Nuevo Mundo en el siglo XVII. En la
década de 1650 más de 100 000 niños irlandeses, de entre 10 y 14 años, fueron
vendidos como esclavos en las Indias occidentales, Virginia y Nueva Inglaterra.
2 000 niños más se vendieron a Jamaica.
Se daba la
circunstancia de que en el siglo XVII el precio de un esclavo negro era superior,
de 50 a 5 chelines, que el de un esclavo blanco. De hecho se generalizó la
promoción del cruce entre esclavas blancas irlandesas y esclavos negros
africanos con la intención de tener esclavos mestizos que tenían más valor que
los esclavos blancos.
Los esclavos
blancos por regla general eran peor tratados que los negros y además las madres
podían ser separadas de sus hijas, aunque las primeras hubiesen alcanzado la
condición de libres.
Hasta 1681,
la corona británica no prohibió, por razones meramente económicas, el tráfico
de esclavos africanos e irlandeses.
Por último
hay que señalar que cuando se llevaban negros desde África a Norteamérica para
ser vendidos, estos eran previamente capturados por miembros de tribus rivales
para posteriormente venderlos a los negreros.
La
conclusión lógica de todo esto es que la esclavitud no es algo que se pueda adjudicar
de modo exclusivo a los blancos y que
por tanto no hemos de sentirnos como
colectividad racial culpables, ni
debemos por ello mantener una actitud
especialmente permisiva con respecto a
ningún otro grupo racial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario