La crítica
situación por la que en estos días atravesamos los españoles debería ser un albadonazo que impulsase una serie de
cuestionamientos respecto de factores hasta ahora aceptados de manera
incuestionable, factores que habrían de ir mucho más allá de las necesarias y
urgentes modificaciones logísticas y organizativas en el terreno sanitario o de
la necesaria exigencia de responsabilidades a las
autoridades por los clamorosos errores, cuando no por las criminales actuaciones dirigidas más
por intereses ideológicos y electorales, decisiones que tanto mal han causado a
la salud y seguridad de los españoles.
La cuestión
que toda esta emergencia sanitaria y vital debiera movilizar muchos otros
aspectos muchísimo más centrales y capitales.
Me estoy refiero al replanteamiento personal de
las columnas que conforman y sustentan la cosmovisión ideológica de una
humanidad que habiendo dejado dejando el derecho natural lo ha sustituirlo por
ese planteamiento democrático liberal que a modo de dogma sitúa la voluntad humana por encima de la voluntad
divina, un planteamiento que niega el concepto de Verdad, con mayúsculas, y lo sustituye por la existencia de verdades, con minúsculas,
derivadas de la voluntad y opinión de cada uno de los individuo. Un dogma este
que asimila la voluntad, expresada a través de las urnas, con una verdad, de
nuevo con minúsculas, inapelable que se considera por encima de la verdad que
establece cada individuo y por supuesto por encima de un derecho natural o
divino que niega y combate.
Ahora bien,
esto a lo que acabamos de hacer referencia tan solo son los cimientos sobre los
que se levantan los planteamientos político-ideológicos que dan forma a una
sociedad que se ha vaciado de contenido, que se ha vaciado al negar la realidad que da forma a
las relaciones y supeditaciones que conforman la realidad de la comunidad política
humana.
Siendo que la
situación por la que atravesamos, y los aspectos que lleva aparejados, han de
poner de manifiesto las mentiras y equívocos de unas ideologías apartadas de la
realidad.
Todos esos
falaces puntos hasta ahora aceptados y festejados con jolgorio son una serie de
mitos que a modo de gigantes con pies de barro han caído frente unas
circunstancias como las que ahora golpean
nuestras vidas.
El primero
de esos mitos hasta ahora instalados en las mentes de esponja de los ciudadanos
españoles es el mito de la globalización, un mito que se ha derrumbado en el
momento mismo en qué por un lado ha puesto de manifiesto de que manera la
generalización de la apertura de fronteras y la facilitación de las
comunicaciones ha favorecido grandemente la extensión de la pandemia, de esta
manera ha puesto de manifiesto que esta globalización no sirve
más que para dar mayor poder a las
entidades internacionales, poder que les permitiría imponerse a los estados nacionales haciéndoles
esclavos de las entidades financieras supranacionales, las cuales sirviéndose
de las desgracias y situaciones de emergencia, provocadas o no, darían créditos
que supuestamente tendrían como fin
último solucionarlas o paliar sus
consecuencias, pero lejos de ello se convertirán en nuevas deudas que
conformarán las cadenas que esclavizarán los países-nación y las pondrán al servicios de esas
corporaciones financieras e industriales, así como de las instituciones políticas
internacionales que les sirven.
Pero esta
crítica situación debería servir para que la población abriese de una vez los
ojos y viese que otros dos planteamientos ideológicos considerados por la
sociedad actual como principios inamovibles no son otra cosa que muestras del
más pernicioso de los egoísmos, que es aquel que se disfraza de bien para los
individuos de la comunidad social.
Estoy
hablando en primer lugar del liberalismo, que es la mayor muestra de
individualismo, y es así dado que nos presenta un planteamiento que aparta al
sujeto de la consecución del bien común para la comunidad basando su actuación
en principios individualistas dado que considera al sujeto como ente superior,
ya sea al ver su voluntad individual como creadora de lo que es bueno o malo,
positivo o negativo para la comunidad, esto lo hace en lugar de acercar a la
Verdad y al bien común.
Para superar
este individualismo egoísta que el liberalismo lleva aparejado se hace preciso
retornar a los órganos naturales para a través de ellos poner en práctica una
verdadera representación que lleve a cabo la búsqueda y aplicación del bien
común a la organización social toda.
Los órganos
naturales del ser humano son el núcleo familiar del que forma parte, el lugar
donde vive: es decir el municipio o el barrio, y el gremio en el que trabaja y
del que forma parte al igual que aquel que le emplea caso de que sea asalariado
y trabaje para una empresa no dirigida por él.
Y las últimas
falsedades que los españoles han de considerar
inaceptables es el socialismo y el marxismo, una ideologías que se basan en el odio y el enfrentamiento,
tienen su basamento ideológico no en el
bien común sino en la lucha de clases ,
que es enfrentamiento entre los empleados y los empleadores, ya no pueden
dividir entre proletarios y
capitalistas dado que los primeros han dejado de existir al haberse extendido
una amplia clase media.
Es por ello
que los socialistas y marxistas han buscado siempre sustitutos para mantener
esa lucha de clases que les mantenía, se han fijado primero en los negros
frente a los blancos, después a los inmigrantes frente a los oriundos del país
y por último el feminismo radical hegemónico que enfrenta a hombres y mujeres.
En todos estos casos siempre se vende a unos: negros, inmigrantes o mujeres
como víctimas y a los blancos, oriundos y hombres como verdugos.
La última, y
no por ello la menor, enseñanza que la población habría de obtener de una
situación como la actual es la de comprobar que el sistema de partidos
políticos no hace otra cosa que enfrentar
a unos españoles con otros con la única intención de hacerse con el poder y
gobernar España desde la subjetiva ideología de la que están recubiertos. El partido es algo absolutamente antinatural
basado en intereses comunes, sean económicos, ideológicos o de otro tipo que
desde el enfrentamiento pone de manifiesto la verdadera opinión de la mayoría
de la población expresada a través de las urnas. Ahora bien, lo que queda retratado así no es la realidad puesto que los partidos políticos
son creaciones basadas no en una verdadera representación de la población si no en
cuestiones ideológicas e intereses económicos que nada tienen que
ver con la realidad vital de los españoles. Como ya hemos señalado anteriormente
la verdadera representación se ha de sostener en las unidades orgánicas cuales son
la familia, el municipio o barrio y el gremio o sindicato.
Por
desgracia me temo que el grado de ceguera inducida por la ingeniería social
hará que la practica totalidad de los españoles no vean realidades tan claras
como las que acabo de presentar.
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