miércoles, 4 de enero de 2012

Superstición posmoderna

         Cuando el ser humano quiere realizar una medida o emitir un juicio, ha de hacerlo siempre partiendo de la comparación con cualquier otro aspecto de esa misma realidad que desea cuantificar; siendo en lo físico, el centímetro, el codo, o el tamaño del edificio que está junto al nuestro.
En el campo de las ideas,  aunque los puntos de comparación no resulten tan obvios como en lo físico, la comparación resulta también del todo necesaria.

Pero aunque la mentalidad moderna, desde su egocentrismo, no considere necesario confrontar su valía, el hecho es que la realidad de las cosas se impone al voluntarismo ideológico, la comparación resulta necesaria si lo que se quiere es emitir un juicio en torno a la realidad propia.
 Para poder defender las cualidades del actual sistema de valores, fruto de la razón “libre de toda atadura”, esta época se ha visto obligada a presentar un elemento a través del cual la comparación le coloque en muy buena posición y le sirva para presentarse como superior. Para ello ha buscado una época histórica y unas realidades sociales ante las cuales la sociedad actual brille y resplandezca como si fuese el sumum de la historia humana.

La época histórica elegida como punto de comparación no ha sido otra que la Edad Media. Esta época, de una manera maniquea ha sido presentada poniendo de manifiesto  sólo lo negativo y ocultando todo cuanto de positivo pudiera tener.
 Uno de los elementos que más han servido para atacar el pensamiento medieval ha sido el aspecto supersticioso  y el pensamiento mágico que durante siglos invadió la sociedad y sumió las mentes en una suerte oscurantismo, cuestión esta que habría  que poner  en su verdadero  punto puesto que nuestra época es   supersticiosa para otros temas.
Frente a esta realidad histórica, la civilización postmoderna se presenta como la que ha conseguido terminar con ese pensamiento supersticioso e irracional gracias a su soporte ideológico relativista, al racionalismo y a la negación de todo lo que trascienda al hombre.

         Pero no hay que perder de vista que ese pensamiento supersticioso y mágico que invadió de terror la mentalidad humana no era sino reminiscencia de épocas precristianas, épocas en las cuales los hombres se veían como  meras marionetas sujetas al capricho de una realidad que ni comprendían ni podían controlar.

Esta situación aterradora a la par que insegura, hizo que  la humanidad buscase algo a lo que aferrarse y en lo que encontrar la seguridad que no encontraban en ese destino ciego en el que se creían sumidos.
Aspectos como la enfermedad, el dolor o la muerte se habían convertido en cuestiones que precisaban de algún tipo de dominio, o al menos idea de control por parte del ser humano.
El pensamiento mágico y el recurso a la superstición  adjudicando capacidades y potencias a cuestiones meramente casuales, así como recurriendo a poderes adivinatorios o curativos  por medio de  rituales, servía para sentir un control sobre sus vidas y afrontarlas, aunque fuese al precio de caer en la esclavitud de la mentira  y en sometimiento a ritos y costumbres mágicas.

                                                                  

El recurso a lo mágico y a la consiguiente visión supersticiosa continuó siendo un medio para la humanidad hasta que el cristianismo, mediante la acción liberadora de la Iglesia, consiguió tras un esfuerzo que duró siglos, acabar con la esclavitud espiritual, consiguiendo así liberar  las mentes supersticiosas y acabar con las deidades naturalistas.
Fue el conocimiento de un Dios providente y paternal el que permitió al hombre salir del pozo oscuro  en que se encontraba, para una vez reconocida su dignidad y superada esa visión  de sufrir un destino opresivo, reconocer su libertad a la par que la responsabilidad que esta lleva aparejada.


                                                                 

                                                                          

Regresando nuevamente al principio de nuestra argumentación y a la situación de la sociedad postmoderna, vemos como esta nos quiere vender que la superación del pensamiento mágico y sumergido en la superstición lo han logrado extirpar el pensamiento racionalista, la Ilustración, el progreso científico y el modernismo.
 Pero la realidad es otra muy distinta, ocurre que tres siglos de educación en estos planteamientos relativistas en lo moral, racionalistas en lo intelectual y basados en un  endiosamiento del progreso no han llevado a la extirpación de los planteamientos mágicos y recursos supersticiosos, mas bien todo lo contrario.
En pleno siglo XXI, ahora en que la sociedad postmoderna puede afirmar que el racionalismo ha triunfado, el relativismo lo inunda  todo, que lo trascendente ha pasado a la trastienda y cuando los avances científicos son la confianza de la humanidad; es precisamente cuando de nuevo aparecen síntomas de un resurgimiento de lo mágico y supersticioso en esta sociedad “culta, libre y progresista”·.

                                                                     

No hace falta ser un lince para ver como los periódicos  y revistas cuentan indefectiblemente con su sección  dedicada al horóscopo, como en las radios y televisiones proliferan los videntes, echadores de cartas y demás charlatanes que juegan con la necesidad  que tiene la gente de algo que trascienda la realidad material.
Curiosamente, medio en broma medio en serio, se comienzan a tener en cuenta a los gafes, los males de ojo y un largo etcétera. Sin olvidar el terrible éxito de captación que están teniendo sectas de todo tipo, que recurren a profecías apocalípticas, santones y supuestas soluciones milagrosas.


                                                              

         Estos hechos son el resultado de haber regresado a las mismas circunstancias que hicieron  a los seres humanos abrazar lo mágico. Paradójicamente  ha sido la razón  elevada a nivel absoluto la que ha empujado a la humanidad en brazos de la superstición.
De igual modo que cuando el hombre se encontraba frente a una realidad  que lo único que le producía era interrogantes y temores, ahora el ser humano moderno  se encuentra vacío en lo espiritual y aterrado frente a realidades como el futuro, el dolor y la muerte. Al igual que  la humanidad precristiana hubo de atarse a lo mágico, ahora también se ve empujado a creer en aquello que encuentra en los parlanchines pues le han quitado la esperanza en Dios.

La modernidad ha puesto al ser humano en una situación sin salida: por un lado, en nombre de una mal entendida libertad humana niega todo lo que no sea la voluntad del hombre, empujando a la humanidad al descreimiento y al ateísmo, con lo que desde una razón endiosada esa humanidad es impelida hacia la puerta falsa del recurso a lo mágico.
Ha colocado al hombre frente a la desesperación.


                                                                   

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