miércoles, 1 de agosto de 2012

La mentira de la soberanía popular.




                                           


Cuando hacemos referencia a esa teoría política que mantiene que la soberanía reside en el pueblo estamos  reseñando el principal soporte teórico sobre el que se levanta la democracia liberal, que es la única que desde hace tres siglos es denominada democracia . Sin esta posición ideológica sería imposible que en forma alguna se mantuviese en pié el actual edificio político que vienen a compartir todos los  regímenes occidentales y occidentalizados y que es considerado como algo absolutamente imprescindible para que un estado pueda ser aceptado por la comunidad internacional.
esta posición entra en absoluta contradicción con toda posición que reconozca la existencia de Dios.

En primer lugar nos  referiremos al autor de este planteamiento que no es otro que el filósofo suizo Jean-Jaques Rousseau.


                                         
Este filósofo, imbuido por toda las corrientes humanistas e individualista publíca varias obras entre las que hay que reseñar, en cuanto hace referencia al tema que nos ocupa,  El Contrat Social. Esta obra señala que la voluntad del pueblo es el origen único de la soberanía  así como de las leyes.  Rousseau mantiene también la bondad natural del ser humano, la cual es deteriorada por la acción de la sociedad, esta afirmación viene a apoyar la bondad de las decisiones humanas.
La soberanía popular  ha dado lugar , tras la aplicación de esta en la Revolución Francesa y la posterior extensión de ella a través de la Revolución Americana a todo el pensamiento moderno, a la conocida soberanía nacional. La  soberanía nacional hace de las decisiones del pueblo algo que es de por sí inapelable ya que el pueblo, por definición, no puede equivocarse y su pronunciamiento por tal motivo ha de ser acatado.


                                                        

Ahora vamos a ver como esta posición no es sino una confrontación directa con la misma idea de la existencia de la divinidad.

Nadie que acepte la existencia de un Dios Creador puede poner en duda que el origen verdadero del poder y por tanto de la soberanía reside en Dios. El poder político es de derecho divino. Tal y como  se puede leer en el Evangelio: “Pues no hay potestad sino de Dios” (Rom 13, 1).
Consecuencia de toda la postura democrática de la soberanía popular es la negación de la existencia de cualquier tipo de verdad ya que la voluntad popular o nacional será la que en cada momento y situación se pueda manifestar, ya sean estas una o sea la contraria. No importa que las opiniones se contradigan u opongan incluso en materias morales.

Las afirmaciones roussonianas que acabamos de señalar caen por su propio peso, ya que resultan del todo contrarias al sentido común  y a la recta razón. Nadie puede aceptar, sin  hacer previamente un esfuerzo por negar lo que le dice su propia inteligencia, que el juicio de una persona o una comunidad de personas creen la verdad, y más aún cuando ese mismo grupo de personas puede mantener una postura y poco tiempo después defender la contraria, lo cual iría en contra del principio de contradicción (una cosa no puede ser y no ser a la vez, o es o no lo es).
Otra cuestión que pone de manifiesto la impostura de estas posiciones se refiere  al hecho de que varios grupos pueden  mantener a lo largo del tiempo perspectivas distintas respecto a una misma cuestión, ¿dónde estaría entonces la equivocación y donde el acierto inapelable?. Y por último no olvidemos el claro y demostrado hecho de que nada hay más sencillo que manipular a la masa, con lo cual su opinión sería igualmente manejable. Si aceptáramos la posición del Contrato Social entonces lo que importa no es tanto el alcanzar la verdad o aquello que más conviene en un momento determinado cuanto  la búsqueda de la paz social aún a costa de envilecer las sociedades.


                                                   

Pero la crítica la encontraremos también desde el punto de vista religioso-moral, ya que las cosas son buenas o aceptables con independencia de lo que mantengan los seres humanos, ya sea individualmente o sea mantenido grupalmente, en caso contrario nos estaríamos postulando contrarios a la existencia de un Dios  Creador que ha marcado unas normas que estarán por encima de la voluntad de sus creaciones.

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