domingo, 12 de febrero de 2012

La vuelta de los vencidos

           
                                                                   


Por la estepa solitaria, cual fantasmas  vagorosos,
abatidos, vacilantes, cabizbajos, andrajosos,
se encaminan los vencidos a su hogar;

Y al mirar la antigua torre de la ermita de su aldea,
a la luz opalescente que los cielos alborea,
van el paso retardando, temerosos de llegar.

            Son los hijos, la esperanza de esta raza poderosa
que, los campos fecundaron con su sangre valerosa,
arrastra siempre el triunfo amarrado a su corcel.

            Son los mismos que partieron entre vivas y clamores,
Son los mismos que exclamaron: ¡¡Volveremos vencedores!!...
Son los mismos que juraban al contrario derrotar;

Son los mismos, son los mismos sus caballos sudorosos,
son los potros impacientes que  piazaban ardorosos
de los parches y clarines del estruendo militar.

Han sufrido estos soldados los horrores de la guerra,
el alba en la llanura y las nieves en la sierra,
el ardor del rojo día de las noches de traición;

            el combate sanguinario, el disparo, la lanzada
-el acero congelado y la bala caldeada-
y el empuje del caballo y el aliento del cañón,

pero más que estos dolores sienten hoy su triste suerte,
y recuerdan envidiosos el destino del que muerte
encontró en tierras lejanas, es mejor, mejor morir

            que volver a los hogares con las frentes abatidas,
sin espada, sin banderas. Y ocultando las heridas,
las heridas que en la espalda recibieron al huir.

                                                    Luis de Oteyza.






                                            



                                                     
                                                                       



                                                                       

1 comentario:

  1. ESTA ES LA VERSIÓN COMPLETA... KAUK

    LA VUELTA DE LOS VENCIDOS

    Por la estepa solitaria, cual fantasmas vagarosos,
    abatidos, vacilantes, cabizbajos, andrajosos,
    se encaminan lentamente los vencidos a su hogar,
    y al mirar la antigua torre de la ermita de su aldea,
    a la luz opalescente que en los cielos alborea,
    van el paso retardando, temerosos de llegar.

    Son los hijos de los héroes que, en los brazos de la gloria,
    tremolando entre sus filas el pendón de la victoria,
    regresaron otras veces coronados de laurel.

    Son los hijos, la esperanza de esa raza poderosa
    que, los campos fecundando con su sangre valerosa,
    arrastraba siempre el triunfo amarrado a su corcel.

    Son los mismos que partieron entre vivas y clamores,
    son los mismos que exclamaron: ¡Volveremos vencedores!…
    Son los mismos que juraban al contrario derrotar,
    son los mismos, son los mismos, sus caballos sudorosos
    son los potros impacientes que piafaban ardorosos
    de los parches y clarines al estruendo militar.

    Han sufrido estos soldados los horrores de la guerra,
    el alud en la llanura y las nieves en la sierra,
    el ardor del rojo día, de las noches la traición;
    del combate sanguinario el disparo, la lanzada
    —el acero congelado y la bala caldeada—
    y el empuje del caballo y el aliento del cañón.

    Pero más que esos dolores sienten hoy su triste suerte,
    y recuerdan envidiosos el destino del que muerte
    encontró en lejanas tierras.

    Es mejor, mejor morir,
    que volver a los hogares con las frentes abatidas,
    sin espadas, sin banderas y ocultando las heridas,
    las heridas que en la espalda recibieron al huir.

    A lo lejos el poblado ya percibe su mirada:
    ¿Qué dirá la pobre madre? Qué dirá la enamorada
    que soñaba entre sus brazos estrecharle vencedor?
    ¿Qué dirá el anciano padre, el glorioso veterano,
    vencedor en cien combates? ¿Y el amigo? ¿Y el hermano?
    ¡Callarán avergonzados, si no mueren de dolor!…

    Y después, cuando a la lumbre se refiera aquella historia
    del soldado, que al contrario disputando la victoria,
    en los campos de batalla noble muerte recibió;
    y los viejos sus hazañas cuenten luego, entusiasmados,
    se dirán los pobres hijos del vencido, avergonzados:
    ¡Los valientes sucumbieron y mi padre regresó!…

    Tales cosas van pensando los vencidos pesarosos,
    que, abatidos, vacilantes, cabizbajos y andrajosos,
    caminando lentamente, se dirigen a su hogar;
    y al mirar la antigua torre de la ermita de su aldea,
    a la luz opalescente que en los cielos albores
    van el paso retardando, temerosos de llegar."

    Luis de Oteyza (1882-1960)

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