lunes, 23 de enero de 2023

SÓLO UNA ASOCIACIÓN HISPANA PUEDE SALVARNOS DE LA ESCLAVITUD.

 



                                                                                               


           

Realmente durante los últimos siglos Europa terminaba en los Pirineos, y esto era así debido a que España constituía un anacronismo para una Europa liberal alejada del catolicismo. Era un cuerpo extraño que aunque geográficamente formaba parte del continente no pertenecía a él ni espiritual ni políticamente. Y esto era así dado que tanto su identidad como su cosmovisión eran, desgraciadamente lo digo en pasado, diametralmente opuesta a esa identidad que se adueñó de la mayor parte de la Cristiandad y que políticamente conformaba y conforma la realidad de eso que pasó a denominarse Europa.

 Esta transmutación se produjo cuando esas naciones y pueblos abrazaron el protestantismo de la reforma y el liberalismo de la revolución francesa.

Esa distintividad española por desgracia ha desaparecido y nuestra patria ha pasado de ser luz de Trento a convertirse en una oscura cueva llena de basura que en lugar de evangelizar corrompe.

Resulta que a través de un ejercicio patético consecuencia de un complejo de inferioridad, no por impuesto menos real, nuestra España lleva cientos de años buscando asimilarse a una Europa protestante y liberal que en nada se asemeja a su más profunda identidad, renegando para lograrlo de su propia identidad.

 Ocurre que cuando un pueblo reniega de su íntima realidad buscando con ello asimilarse a otros que tienen una identidad diferente, cuando no opuesta como es el caso, se cae en el mayor de los ridículos. En esos momentos afloran los mayores fanatismos, aparece la intolerancia del converso que a toda costa quiere demostrarse y demostrar que no es el de antes, de esta manera el que ha renegado de su realidad más profunda se precipita por una pendiente imparable de artificialidad, una caída en la que tras bellas palabras como libertad y tolerancia esconde la intención de imponer a todos, pero especialmente a aquellos que conservan la identidad que ha traicionado, esa nueva identidad que imagina haber adquirido.

 Pero la única realidad es que por mucho que ese pueblo trate de evitarlo no dejará de ser una copia grotesca de aquellos pueblos a los que trata de emular, siendo así que bien se quedará a las puertas de la realidad que busca o la exagerará hasta el fanatismo. Y es que la copia nunca alcanzará a ser similar al original que persigue ser.

Ocurre que la identidad, al igual que la historia, marcan indeleblemente la realidad más profunda de un pueblo, un pueblo que podrá intentar asimilarse a otros que a su vez tienen una identidad, una historia y un destino distintos. Pero ocurre que al renegar de su identidad no conseguirá otra cosa que convertirse en una caricatura penosa de lo que era en un bufón sometido a la voluntad de ese al que intenta emular, y lo será dado que una copia será siempre una copia, una ser que será despreciado y minusvalorado.

Y este es el sino de la triste y oscura España de la actualidad, vivir renegando de su identidad siendo despreciada por aquellos a los que de modo pueril y pacato trata de copiar.

La única solución para revertir este autodestructivo proceso, si no es demasiado tarde para llevarlo a cabo, es regresar a esa profunda identidad que le daba forma y confería estabilidad. Este regreso a identidad propia nunca podrá llevarse a cabo tratando de montar un puzle con retales derivados de realidades históricas, ideológicas y morales distintas a la propia. Es así que España debe dar la espalda a esta Europa liberal, anglosajona y protestante que en el fondo nos desprecia y volver la vista a Hispanoamérica para todos unidos, los de ambos lados del “charco”, recuperar nuestra fortaleza e identidad.

Debe quedar diametralmente claro que cuando hablamos de hispanidad no nos estamos refiriendo sólo a una religión, a una realidad racial, a una lengua común o a una cuestión mercantil o industrial, aun siendo todas ellas partes fundamentales de ella.   

La hispanidad es una realidad que va mucho más allá de una mera concepción material, geográfica o instrumental, es una cosmovisión que deriva, lo quieran o no algunos, de la visión católica de la existencia por parte de los individuos, las sociedades y las naciones. En el fondo se trata de una manera de vivir buscando la verdad, la vida y poniendo el bien común por encima de los intereses materiales del individuo.

 

El objetivo que a mi modo de ver debería marcarse España es crear una suerte de asociación hispánica de naciones regresando a nuestro verdadero ser y dejando de lado esa Europa anglosajona protestante y liberal que en el fondo nos detesta, aunque muchos no quieran verlo.

Este objetivo debería constituir una política de Estado a la que habrían de plegarse los intereses cortoplacistas electorales de los partidos y gobiernos. Siendo sustituidas todas las timoratas decisiones propias de la visión miope del cortoplacismo partidista por unas medidas subordinadas a alcanzar un objetivo teniendo muy claro que el objetivo final no podrá alcanzarse si no a largo plazo.

 

Ahora bien, para que este proyecto de aglutinar a las naciones hispanas de ambos lados del Atlántico, , sea posible España no podría tener un papel distinto al de ser un mero aglutinador respetando las soberanía e identidades propias de las actuales repúblicas.

En un primer momento habría que crear una íntima y extensa colaboración industrial y de servicios acompañada de una unificación monetaria para los intercambios comerciales entre las distintas naciones hispanas, pero teniendo muy claro que esta primera medida no  sería otra cosa que un paso para llegar a una unificación de mayor calado que la meramente económica. Este primer paso resultaría imprescindible puesto que lo primero es que nuestras naciones dejasen de ser colonias de los intereses financieros y políticos de los Estados Unidos.

En un segundo paso se buscaría acabar con el dominio cultural e ideológico a través del cual se encuentran sometidas todas y cada una de las naciones hispanas.

 

Pero no sería posible siquiera implementar estas primeras medidas si previamente no se acaba con esa mentalidad antiespañola derivada de la Leyenda Negra que ha calado entre muchos ciudadanos hispanos, tanto americanos como europeos. Caso de no ser así todo intento de poner en marcha esta empresa estaría abocado al fracaso.

                                                                                     


Ciertamente el esfuerzo y sacrificio que exige poder alcanzar este ambicioso objetivo es tremendo, pero en la época globalista en la que nos encontramos resulta indispensable puesto que de otro modo nuestras naciones caerán irremisiblemente en la más absolutas de las esclavitudes económicas y nuestra identidad, cultura e idiosincrasia serían borradas del mapa por el colonialismo anglosajón.

Nuestros pueblos y sus dirigentes han de ser plenamente conscientes de que sólo mediante la unidad y la defensa mutua de nuestras peculiaridades podremos pasar a ser actores de nuestro futuro y no meros espectadores como actualmente ocurre.

En estos momentos rendirse ante la realidad que nos somete no es una opción.

 

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