Realmente
creo que la población masculina no es plenamente consciente de hasta qué punto ha
llegado la estrategia que ha puesto en marcha la ideología de género, creación
de la élite globalista para destruir la sociedad tradicional invirtiendo para
ello sus principios. Para lograr esa destrucción en primer lugar era preciso
acabar con la familia, y para conseguir esto la estrategia elegida ha sido romper
la complementariedad entre los sexos. Fruto de esa estrategia ha sido que los
planificadores de la élite han desarrollado una ingeniería social que es por
todos conocida como ideología de género.
Esa
ideología de género ha cumplido todos y cada uno de los hitos que se ha ido colocando,
empezando por algo tan fundamental como ha sido haber incluido el argumentario
de la ideología de género en el pensamiento políticamente correcto.
Una vez que
han logrado que la inmensa mayoría de la población acepte mansamente verse sojuzgada
por esa manera de entender el ser humano, cualquier medida resultará muy fácil
de aplicar al contar con la anuencia acomodaticia de todos los estratos, tanto
políticos como judiciales e incluso eclesiásticos.
El primer
paso lo ha dado el marxismo cultural al dejar de lado el enfrentamiento social
de la lucha de clases, que por cierto había perdido toda posibilidad de éxito
al desaparecer el proletariado y haber surgido en su lugar una amplia clase
media, para en su lugar implantar otro tipo de enfrentamiento más básico y
personal como es el de la lucha de sexos.
El liberalismo,
tanto de izquierdas como de derechas, ha sido corresponsable de todo ello puesto
que por un lado ha visto en ello un arrinconamiento de la lucha de clases
comunista y por otro no ha querido enfrentarse a lo políticamente correcto. Pero
nadie ha de llevarse a engaño, puesto que del liberalismo no se puede esperar
otra cosa, pues para la cloaca de todas las herejías que es el liberalismo todo
vale siempre que sea aceptado por la voluntad soberana del pueblo, de ahí que
desde el momento en que la ideología de género entró a formar parte de lo
políticamente correcto todo estaba ya perdido.
Después de haber visto muy por encima la
manera en que ha llegado a implantarse y se ha desarrollado la ideología de
género veamos como una parte de la población femenina, e incluso alguna de la
masculina, ha terminado viendo en el hombre un violador o maltratador en
potencia del que como mínimo se ha de desconfiar.
Llevar a
cabo este engaño ha resultado relativamente sencillo dado que por un lado ha
jugado con un posicionamiento ideológico ya instalado en la sociedad como es el
de la lucha de clases, la pelea entre el oprimido obrero y el patrono maltratador,
y por otro han recurrido a algo que tiene un fuerte arraigo en la psicología
humana, la victimización de uno, la mujer en este caso, y la consiguiente
culpabilización del hombre.
Es así que a
la población, muy especialmente a la femenina, se le ha vendido la falaz idea
de que la historia humana es la manifestación de una lucha entre el hombre
dominador y la mujer oprimida a la que este último le ha vetado cualquier
manera de realización que fuese más allá que servir al hombre o a la familia y
el hogar que este también controlaba.
Consecuencia
de la aceptación de ese planteamiento ideológico basado en la mentira ha sido
la búsqueda por parte de la mujer y la aquiescencia de no pocos hombres de una
especie de revancha disfrazada con los eufemísticos nombres de paridad,
discriminación positiva y otras tantas “lindezas” que van contra el derecho a
la igualdad de la mitad de la población.
Pero la cosa
no acaba aquí ni mucho menos, y es que la realidad va mucho más lejos, legalmente
el hombre ha pasado a ser un ciudadano de segunda, pese a lo que pueda afirmar
la tan manida constitución al declarar que todos los españoles somos iguales
ante la ley.
La realidad
es que ante una acusación por maltrato o agresión realizada por una mujer se
invierte la carga de la prueba ya que el hombre denunciado es el que ha de
demostrar que es inocente, y no la denunciante la que ha de presentar pruebas
de la culpabilidad del acusado. La palabra del hombre parece no tener alguno
cuando entra en conflicto con la de la mujer que le acusa.
Al hombre,
por el mero hecho de serlo, se le pone en una situación de indefensión que
deriva de esa supuesta inclinación natural hacia el maltrato y la violación.
Consecuencia lógica de esa concepción del
hombre es la victimización de la mujer, lo que lleva aparejada la aplicación
automática de una serie ventajas para las féminas de los cuales resultan perjuicios
para el varón. Ventajas que la mujer recibe desde el momento mismo en que
cualquier mujer interpone una denuncia contra un hombre acusándole de maltrato,
ya sea físico o psíquico.
La medida
más grave e inhumana que automáticamente se aplica tras la mera interposición
de la denuncia, no es preciso que exista fallo judicial condenatorio alguno, es
que el denunciado no puede obtener la custodia, ni siquiera compartida de los/
hijos que tuvieran en común la pareja.
Por otro lado,
las leyes contra el maltrato han impuesto a la policía un protocolo que obliga
a que la fuerza pública a detener y conducir a comisaría de modo inmediato a
todo aquel hombre que haya sido denunciado por maltrato, con el estigma social
que esto lleva aparejado.
El detenido
permanecerá en los calabozos a espera que el juez le llame a declarar, por lo
general al día siguiente. Es por esta razón que las denuncias suelen ser
presentadas los viernes, con la intención de que el denunciado tenga que pasar
tres noches en los calabozos puesto que hasta el lunes no pasaría a disposición
judicial.
Por regla
general, en el juicio que se lleva a cabo tras la denuncia de malos tratos se
suele fallar que la custodia de los niños sea concedida a la madre, y
consecuencia de ello la vivienda también es asignada a esta, dado que los niños
han de tener una casa en la cual vivir.
De la misma
manera el denunciado ha de pagar una compensación económica como colaboración
al mantenimiento de los hijos asignados a la custodia de la madre.
Como puede
verse la indefensión del padre es absoluta ante cualquier denuncia presentada
por su pareja, teniendo en cuenta que la vigente Ley de Violencia de género no toma
bajo su amparo ninguna denuncia que sea presentada por un hombre contra una
mujer por haber sido víctima de violencia por parte de una fémina. De hecho, ni
siquiera son recogidas por la policía ni por los juzgados competentes.
Pero
hablando de indefensión hemos de hablar de lo referido a las denuncias por
agresión o abuso sexual, en este caso acontece lo mismo en tanto que se produce
la inversión de la prueba siendo el hombre el que ha de demostrar su inocencia.
Todo esto es
así pese a que la realidad pone de manifiesto que no son pocas las denuncias
falsas basadas en el fácil recurso a que se produjeron relaciones sexuales pero
que no fueron consentidas, y que salvo que la denunciante entre en flagrante
contradicción o las fuerzas de seguridad encuentren pruebas en contra de la
afirmación de la mujer, el sujeto será condenado a prisión y a pagar una
indemnización a la denunciante.
Como ha
venido ocurriendo no son pocas las jóvenes que acogiéndose a esta realidad
legal ponen denuncias falsas para encubrir infidelidades, relaciones grupales
de las que después se arrepienten por temor al juicio familiar-social o
simplemente para poder adquirir de modo inmediato la píldora del día después
tras mantener relaciones sexuales consentidas.
Esto está
llevando a una situación en la que se dispara la desconfianza y en la que el
hombre parece que tendrá que llevar un documento en el que la chica afirme que
las relaciones sexuales que van a llevar a cabo son consentidas.
Otro punto
al cual también hay que hacer referencia es esa discriminación positiva sui géneris que pretende aplicar una
igualdad paritaria entre hombres y mujeres a nivel laboral, pero aplicable
exclusivamente a trabajos de dirección u otros socialmente considerados, no se
solicita que se ponga en funcionamiento esa paridad en albañiles, mineros,
barrenderos, etc.
Eso sí,
cuando ocurre como ha ocurrido en el gobierno recién nombrado, el número de
mujeres prácticamente dobla al de hombres nadie levanta la voz para protestar,
más bien todo lo contrario pues es aplaudido por los medios y por la progresía
como un síntoma de avance social.
El feminismo
del siglo XIX, en principio propugnaba la igualdad de derechos entre hombres y
mujeres, de hay la lucha de las sufragistas. Buscaban que su posición sometida
realmente a la discriminación desapareciese tanto en lo legal como en lo en lo
laboral.
En cambio,
la posición de las actuales feministas radicales no se mueve tanto por la
búsqueda de la igualdad cuanto por una lucha contra lo que lo que denominan
heteropatriarcado, que se concreta en una lucha contra el hombre y su realidad,
se trata de imponer una superioridad de la mujer sobre el hombre, tanto en lo
legal, en lo laboral, en la consideración social y en lo que respecta a su concepción
ética.
Pero esta
deriva del feminismo totalitario no parece tener fin, y ahora han comenzado a
referir y combatir, por ahora sólo dialécticamente, aunque su sanción penal
está muy próxima, lo que han dado en llamar micromachismos, que serían muestras
de machismo sublimado, como son los piropos, dejar pasar por una puerta primero
a una mujer, etc., etc. El peligro de que esto tenga una plasmación legal es que
lo que contaría no es tanto el hecho en sí mismo cuanto que sería la cuestión
subjetiva de la molestia que pueda sentir la mujer respecto de la acción del
hombre.
Si la
población masculina, y también la parte femenina que no ve con buenos ojos este
desarrollo injusto en contra de todo lo masculino, no toma conciencia de la
situación y no pone freno a toda esta conculcación de los más básicos derechos
del hombre llegará un momento en el que será imposible reaccionar y el
enfrentamiento creará una desconfianza mutua de imposible superación.
El primer
paso es desandar el camino que han realizado, es decir lo primero es oponerse
diametralmente a la ideología de género, para después romper con esa
victimización que han creado poniendo a la mujer con derecho a un tratamiento
especial y positivo con respecto al hombre en lo legal y lo laboral. Ahora lo
fundamental es no comprar el término e idea de heteropatriarcado y mucho menos
el de los micromachismos.
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