Después de
haberlo intentado varias veces en las últimas décadas finalmente la izquierda
revolucionaria antioccidenal ha encontrado la manera de llevar a cabo su
objetivo de dividir y enfrentar a la población para de esa forma destruir la civilización
occidental. Desde el comienzo sabían que para lograrlo no hay mejor manera que
promover un enfrentamiento interno, la lucha y la desconfianza de unos respecto
a otros.
En un primer
momento todo esto lo trataron de llevar a cabo a través de la lucha de clases,
en la cual intentaron dividir y enfrentar a la sociedad en dos grupos
irreconciliables enfrentados a través de una lucha permanente que presentaron
como insalvable. Intentaron convencer, y de hecho lo consiguieron, a la
población de que las sociedades se dividían en empresarios-capitalistas
explotadores y trabajadores- proletarios explotados.
Esto
funcionó perfectamente mientras que contaron con una masa suficiente de proletarios,
pues eran fáciles de manipular azuzando el rencor producido por su situación
vital y económica.
De hecho,
fueron esas mismas situaciones, a todas luces injustas, las que favorecieron la
extensión de la llamada lucha de clases y el enfrentamiento interno que de ella
se derivaba.
Ahora bien,
a partir de los años cincuenta, y en especial de los sesenta, la sociedad
occidental, y la europea muy en particular, había evolucionado social y
económicamente de manera que el proletariado como tal había desaparecido y la
población trabajadora fué sustituida por una gran clase media y por una clase
baja que contaba ahora con un estado de bienestar que le proporcionaba unos
servicios asistenciales y médicos gratuítos.
Ante esta
situación la izquierda marxista antioccidental se vio en la tesitura de
encontrar un nuevo conflicto interno que sustituyese a la inexistente masa
proletaria que hasta entonces les permitió enfrentar a una parte de la sociedad
con la otra.
En primer lugar
buscaron el enfrentamiento racial, para lo cual hicieron todo lo posible para
que una población de inmigrantes, que denominaron refugiados, procedente de
otros continentes, sujetos racialmente distintos, con religiones, culturas y
principios inclusive opuestos a los nuestros llenasen nuestra tierra.
Todo esto se
llevó a cabo en todo Occidente, pero muy especialmente en Europa, con la
finalidad de que la masa de “refugiados” recién llegados ocupasen el papel que antes
desarrollaba el proletariado como carne de cañón y que pasase a desarrollar
algo parecido a lo que anteriormente fue
la lucha de clases.
Ahora estos falsos refugiados pasarían a constituir
el elemento de desestabilización dado que su posición de desajuste social,
económico e identitario con respecto a la población originaria les convertía en
presa fácil de la propaganda y agitación marxista, pues manipulando el malestar
de la situación por la que estos recién llegados atraviesan lo convertirían fácilmente
en rencor y finalmente enodio, odio con el que desestabilizar la civilización
occidental. De la misma manera y sirviéndose de la misma estrategia buscarían
un enfrentamiento interno entre multiculturalistas -tontos útiles favorables a
la inmigración masiva y aquellos que están en contra de ella y tratan de
preservar la identidad occidental.
Pese a ser
un plan bien ideado y contar con una estrategia bien desarrollada no tuvo el
resultado esperado, fue un verdadero desastre al no alcanzar los fines para los
que había sido concebida. Y no lo logró dado que se desarrolló en todo
Occidente, y en Europa en particular como máxima zona afectada, una reacción fruto
de un sentimiento nacional en defensa de
la identidad europea y en contra de la
inmigración incontrolada.
Pero pese a
este nuevo fracaso los movimientos que buscan la ruptura de la identidad y los
valores occidentales no han cesado en sus intentos.
La nueva
intentona, y est si parece haber alcanzado sus objetivos, se centra en que se
legisle en función de la ideología de género y en que socialmente los
comportamientos y formas de relación se lleven a cabo en función de los
presupuestos que mantiene el feminismo radical.
La ideología
de género y el feminismo radical forman parte básica de la ingeniería social
que se puso en marcha merced a la concepción teórica que en los primeros
treinta años del siglo pasado desarrolló la Escuela de Frankfurt basándose en
la ideología de Marx y en el psicoanálisis Freudiano, y es a partir de entonces
que se ha desarrollado bajo la denominación de marxismo cultural, logrando una
gran implantación en todo Occidente a través del denominado pensamiento
políticamente correcto.
Pero
centrémonos en el asunto tal pues está desquebrajando la cosmovisión que
conforma la sociedad occidental.
El discurso
feminista y el de ideología de género, que en la práctica política se
complementan, se ha implantado en la sociedad occidental de un modo tan
profundo que cualquiera que se atreva a oponerse a él, o simplemente ponerlo en duda, se convierte en una suerte de
paria social que es automáticamente tildado de machista, misógino y defensor
del maltrato a la mujer.
Todo el
discurso feminista y de género lleva a ese sistema de lucha social interna que en
su momento desarrolló la lucha de clases marxista, con el agravante de que el
discurso de género y feminista promueve una lucha social, pero lo hace en lo
más íntimo y definitorio del ser humano, en lo concerniente a la identidad
sexual y a la relación entre los sexos.
Lo que
realmente debería preocuparnos, y mucho, es la deriva que está tomando la
sociedad y el grado de desconfianza y oposición al que hombres y mujeres están
llegando.
Es una situación que lleva a que el ser humano
pierda su verdadera identidad ya que no ve en individuo del otro sexo un ser
complementario sino como oponente cuando no un potencial peligro.
Estamos
asistiendo al peor de los escenarios a los que se puede ver sometida una
civilización puesto que la lucha a la que se está viendo sometida enfrenta dos
tipos de extinciones: la extinción física dado que para que para que un civilización
pueda tener continuidad en el tiempo es precisa la reproducción, cosa imposible
si sus enemigos han logrado implantar una suerte de odio mutuo que ha resultado
de establecer la desconfianza y de instaurar una organización legislativa en la
que el hombre se ve privado de la
presunción de inocencia, lo cual lleva a la inseguridad y el temor a la mujer
dado que toda relación podrá ser considerada delictiva si así lo señala la
palabra de la mujer.
De otro lado
se está provocando la feminización de todo aquello que conductualmente define
al hombre, para terminar por romper la identidad humana que no es andrógina si
no dual, hombre y mujer.
Este último
golpe que mediante la ideología de género y el feminismo están asestando los
que tratan de acabar con la civilización occidental ha dado en la línea de
flotación de la civilización occidental al remover y cambiar la realidad misma
del ser humano.
Lo que ha de
quedar meridianamente claro es que tanto la ideología de género como el
feminismo radical son estrategias políticas, y si no las consideramos como
tales nos equivocamos y sin saberlo estaremos colaborando con los enemigos de
Occidente.
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