Occidente en
general y Europa muy en particular lleva camino de perder una guerra en la que
durante decenas de siglos siempre había salido victoriosa, me estoy refiriendo
a ese combate en el que está en juego su identidad y su misma supervivencia. Europa
ha sobrevivido y se ha convertido en faro del mundo durante cerca de dos milenios
merced al cristianismo, ha sido así gracias a haber constituido una empresa
común de pueblos que en función de una común base espiritual y religiosa persiguió
un destino que conformó su identidad, ha sido a través de ello que alcanzó su
primacía al constituirse en instrumento de esa luz que habría de iluminar al
mundo.
Ha sido
merced a todo ello que Europa ha conseguido alcanzar sus logros e implantar su
primacía.
Todo fue
bien mientras que Occidente, constituida en sociedad cristiana o mientras al menos navegó aceptando sus raíces y vivió como sociedad que acató esos valores sobre
los que se levanta su identidad, fue fiel a su destino.
Cuando Europa fue así hemos sido los más
fuertes y pudimos superar con éxito todas y cada una de las pruebas que nuestra
misión llevaba aparejada, a su vez fuimos capaces de alcanzar los objetivos que
nos propusimos para llegar al fin universal que nos marcaba la fe que
constituía nuestra identidad.
Pero llegó
un momento, hace aproximadamente trescientos años, en el que nació en Francia esa
cloaca de todas las herejías que es el liberalismo, como si fuese una mancha de
aceite esta enfermedad moral se extendió por toda Europa. Las élites burguesas
que obedecían a la masonería la pusieron en marcha buscando la ruptura completa
entre el trono y el altar, más tarde una parte del pueblo llano lo aceptó como
si toda esa ideología falaz fuese el camino hacia la liberad, se estaba poniendo
en el centro de todo al ser humano y su voluntad como ley, con todo esto se
arrinconaban los derechos de Dios.
Todo esto
fue un proceso relativamente lento puesto que el planteamiento masónico y
liberal chocaba con una fuerte resistencia, esta resistencia la ejercía la
Iglesia Católica, una Iglesia que desde el púlpito mantenía el discurso del
Reinado Social de Nuestro Señor,
de hecho los
que en un principio resultaron más afectados por el discurso liberal
fueron las clases burguesas y los denominados ilustrados, pero desgraciadamente
llegó un momento en el que esa presa que frenaba el avance de la ciénaga
liberal que negaba los derechos de Dios y colocaba la voluntad humana por
encima de la Verdad terminó siendo víctima y colaboradora de esa misma
Revolución contra la que con tanto ahínco y que tan buenos resultados había logrado,
esta penetración liberal fue en principio lenta dado que los Pontífices
frenaban todo atisbo de herejía modernista que aparecía en la Iglesia,
pero
todo se precipitó cuando de golpe y porrazo cuando
la Revolución entró en la Iglesia a través del Concilio Vaticano II,
desde ese momento las puertas que estaban entreabiertas se abrieron
completamente y Europa rompió con su identidad trascendente.
Han
transcurrido más de cincuenta años desde aquella catástrofe y el resultado no
ha podido ser peor: una sociedad materialista vacía de valores que niega toda
verdad absoluta y que se mueve exclusivamente por la voluntad humana, ningún
derecho divino es reconocido y del reinado divino sobre los países y naciones
ni hablar.
Todo esto
lleva aparejado un sentimiento interno de vacío que provoca que sujetos y
sociedades vean la vida como algo sin sentido superior, el ser humano no
considerará digno de ser defendido nada que transcienda lo material, es ahí
donde la generalidad de los europeos, al perder su sentido de la transcendencia
y verse vaciados de identidad, se convierte en un cúmulo de seres derrotados
sin siquiera haber luchado, seres que pasan a considerar la religión, la patria y la
identidad cuestiones irreales dado que no se pueden ser pesados ni medidos, y al considerarlas irreales no son consideradas dignas de ser defendidas.
En la
actualidad nos encontramos con un enfrentamiento entre civilizaciones: la
musulmana por un lado y la occidental por otro, un enfrentamiento que no es
nuevo pues se ha producido con anterioridad en la historia a lo largo de los siglos
en toda la zona sur de nuestro continente, en el Mediterráneo y en Tierra Santa.
Siendo esto
así, la actual confrontación podría ser considerada como algo repetitivo y por
tanto carente de interés, algo que se supone habría de tener el mismo resultado
que el que a lo largo de la historia se ha venido sucediendo, nada más lejos de
la realidad puesto que en la situación actual no sólo es que varíen un poco las
circunstancias, sino que resultan ser diametralmente opuestas a las que durante
siglos se han venido sucediendo.
En el
momento actual nos encontramos con una situación absolutamente nueva, una
situación que nos pone a los occidentales, especialmente a los europeos, en
inferioridad de condiciones ante el mundo musulmán, nos encontramos ante una
lucha desigual en la cual Occidente carece de ímpetu y voluntad de lucha frente
a un mundo, el musulmán, que si por algo se caracteriza es por tener esa
voluntad e ímpetu. Y tiene esa voluntad de lucha, en grado superlativo, debido
a que el mundo musulmán mantiene un sentido de la trascendencia y busca un
sometimiento a Alá.
Por su parte
el mundo occidental, antes cristiano, ha apartado todo aquello que tenga que
ver con la transcendencia, llegando a negar a la misma divinidad, esta negación
ha creado un hueco que ha sido rellenada con lo material, el dinero y todo lo
relacionado con ello. De esta manera ha desaparecido todo espíritu de lucha y
voluntad de resistencia ya que nadie
está dispuesto a luchar, y mucho menos a morir, por el dinero, la democracia,
los derechos humanos o por un estado de vida concreto. Hemos sido tan
bobos que sin quererlo nos hemos atado las manos y expuesto el cuello al
enemigo al vaciarnos de toda transcendencia.
De todo esto
hemos de deducir algo, y es que si queremos alcanzar la victoria en el combate
ante el que nos encontramos hemos de recuperar nuestra fe en lo sobrenatural y
con ello recuperar nuestra identidad y la voluntad de lucha y victoria, pues sin una
razón por la que vivir y morir no hay posibilidad alguna de victoria.
Si no cambiamos el estado de cosas actual estaremos en inferioridad de
condiciones y abocados a la derrota. Es la lucha de un Occidente materialista y
usurero enfrentado a un mundo islámico idealista.
Si queremos
sobrevivir hemos de retornar a ser de
nuevo Cristiandad.
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