La sociedad
occidental transita de modo acelerado por un camino autodestructivo, pero las
noticas que nos van llegando estos últimos días nos hacen a ver que dentro de
ese camino por el que circulamos estamos cayendo en una mojigatería barata
derivada de una moralina sin moral.
Porque no se puede denominar de otro modo que el Manchester Art Gallery haya retirado de
sus paredes la magnífica pintura prerrafaelita del siglo XIX pintada por Willian
Waterhause “Hillas y las ninfas”, señalando
la dirección de la galería que ha tomado esta medida al considerar que la
fantasía erótica de la época victoriana podría herir los sentimientos del
feminismo, del mismo modo que resulta mojigato que las modelos que hasta ahora aparecían junto a
los coches y pilotos en las parrillas de salida de las competiciones de fórmula
uno no lo hagan más debido a que el conglomerado empresarial que
dirige la F1, La estadounidense Liberty Media, considere que: “esta costumbre no resuena con nuestros valores de marca y
claramente está en desacuerdo con las normas sociales modernas”.
De igual
manera cada vez son más las voces de lo políticamente correcto que desde los
medios del sistema piden, e incluso exigen, que las azafatas de congresos, las
recogepelotas en los partidos de tenis o las animadoras de baloncesto dejen de
realizar tan “denigrantes” actividad cuando llevan minifaldas, o son
seleccionadas en función de su belleza o atractivo físico, para todos estos
nuevos talibanes estas supuestas agresiones a la mujer son consecuencia del
“machismo”.
Pero yo me pregunto
si estos feministas e ingenieros de la ideología de género no se dan cuenta de
que están actuando igual que los talibanes cuando exigen que cualquier
característica femenina sea ocultada por el ropaje.
Aquí en
lugar de basarse en unos preceptos morales se apoyan en una ideología
desnortada que dice defender la dignidad de la mujer.
Con todas
estas tonterías poco a poco nos acercamos a un estado de cosas que llevará a
que el hombre heterosexual tenga miedo a llevar a cabo conductas tales como
iniciar una conversación con una mujer o llevar a cabo conductas de educación o
galantería, cosas que durante siglos han sido muestra de respeto y deferencia
hacia el sexo femenino.
El problema
está en que el denominado movimiento feminista ha pasado de pedir la igualación
tanto a nivel laboral como legal a exigir una suerte de igualdad
desfeminizadora para terminar viendo en toda actividad masculina respecto a la
mujer una agresión. Es así que a no mucho tardar el piropo, no me refiero al
comentario soez o agresivo por supuesto, podrá ser objeto de sanción y lo será
en función de la interpretación subjetiva que haga la fémina respecto a la
adulación que haya recibido.
Resulta paradójico
a la par que irritante que sean esos mismos que no paran de hablar de la
libertad sexual y que promueven el adoctrinamiento de los niños para
convencerlos de la necesidad de expresar sin cortapisas sus pulsiones y deseos los
que después clamen contra el hecho de que unas mujeres, mayores de edad,
trabajen como azafatas con minifaldas o ropa ajustada. Lo mismo ocurre con
aquellos que defienden que se puedan rodar y proyectar películas con escenas de
desnudo e incluso de sexo explícito para después mostrarse seriamente
indignados por el hecho de que un cuadro pintado hace más de cien años muestre
desnudas a varias modelos dentro de una obra que representaba una escena
mitológica.
Pero a mi
modo de ver todo esto, con ser importante, no pasa de ser peccata minuta si lo comparamos
con el problema mental y conductual que provoca en el hombre de nuestro tiempo el hecho de que por un lado se esté sexualizando a la mujer a través de la televisión, del
cine, de las modas y de la manera de relación que se promueve, mientras que por
otro se le está exigiendo que desarrolle un comportamiento contrario a las
reacciones que la sexualización femenina lleva aparejada. Y para hacerlo aún más
difícil se pretende lograr ese control no sólo sin la presencia de un imperativo moral
que sublime y redirija las pulsiones que la hipersexualización femenina
provoca, sino que para más inri a los sujetos se les ha “educado” en el más
completo de los hedonismos y no se les ha sujetado a regla moral alguna puesto
que en su planteamiento filosófico vital se le ha infundido la idea de que no
existe el Bien ni el Mal de manera absoluta, sino que estos dependen de
la libre voluntad del ser humano.
Se podría
decir eso de que con estos mimbres malos canastos se pueden hacer, y es que no
se puede exigir buena conducta a alguien cuando le hemos vaciado de toda estructura
moral a la par que hemos exacerbado los estímulos y comportamientos que de
manera instintiva movilizan esa misma conducta.
Se crean
situaciones como la que se da en Pamplona durante los Sanfermines, en los que
se permite y promueve la ingesta de alcohol para que luego algunas jóvenes,
situadas entre centenares de chicos beodos se suban la ropa ¡ara enseñar los
pechos, luego las muy liberales, pero inconscientes, autoridades y los
ideologizados grupos feministas persiguen cualquier manoseo, pero nadie se
acuerda del dicho “evita la ocasión y evitarás el peligro”, y no se trata de un
comentario machista lo mismo ocurriría si un hombre pasease de madrugada por el las tres mil
viviendas de Sevilla llevando una cámara fotográfica colgando del hombro.
Con todas
estas incongruencias y con esa falsa moralina que les lleva a ocultar cuadros y quitar
azafatas se pretende salvaguardar la integridad y el respeto hacia la mujer, La realidad es que se busca acabar con la relación
de pareja aumentando las tensiones entre los sexos, para ello previamente se combate
todo tipo de moral o Verdad que
trascienda la voluntad del ser humano.
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