viernes, 15 de septiembre de 2017

Ha llegado el momento .



                                                                               


Se acerca el momento de cumplir el juramento dado, hora de dejar de lado lo superficial y no centrarse sólo en llevar lustrosas las botas, marcar acompasadamente el paso junto al resto de los que desfilan, estar de maniobras o llevar brillantes las estrellas de los galones. Basta ya de preocuparse de apagar fuegos, de ir a países lejanos para repartir tiritas o a servir a los intereses de otros.

La unidad de España que los miembros de “la fiel infantería” juraron defender hasta la muerte está en serio riesgo de romperse, y mientras esto ocurre por la  a acción de los     secesionistas y por la cobarde inacción de las autoridades encargadas de defenderla los obligados a defenderla callan.

                                                                       

Algunos deberían recordar la mañana en que estrenaron las estrellas y juraron bandera, deberían recordar la alegría y el espíritu combativo con el que se comprometieron a verter hasta la última gota de su sangre en defensa de la unidad de la patria.

                                                        




Pero claro, una cosa es jurar y otra muy distinta cumplir lo jurado.

Esos que llevan las estrellas  con tanta gallardía tienen el sable guardado y ni siquiera son capaces de protestar, sometidos por el miedo a ser destituidos o a perder su jubilación, no son capaces siquiera de hacer público un documento poniendo de manifiesto su malestar  y exigiendo al gobierno que impida por todos los medios la ruptura de la patria.


                                                         




La defensa de la unidad de España no se puede basar en la defensa de la Constitución, en la evolución de la economía ni en algo tan variable como la legalidad que marca la mayoría. Cuando hablamos de la unidad de España estamos hablando de algo metafísico cuasi sagrado.

Quién llegado el momento no actúe ni hable tendrá que cargar con la vergüenza de vivir siendo un cobarde, y que quién trate de engañarse tras la obediencia no debe olvidar que por encima de la obediencia está  el honor.

                                                             

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