Se acerca el
momento de cumplir el juramento dado, hora de dejar de lado lo superficial y no
centrarse sólo en llevar lustrosas las botas, marcar acompasadamente el paso
junto al resto de los que desfilan, estar de maniobras o llevar brillantes las estrellas
de los galones. Basta ya de preocuparse de apagar fuegos, de ir a países
lejanos para repartir tiritas o a servir a los intereses de otros.
La unidad de
España que los miembros de “la fiel infantería” juraron defender hasta la
muerte está en serio riesgo de romperse, y mientras esto ocurre por la a acción de los secesionistas y por la cobarde inacción de
las autoridades encargadas de defenderla los obligados a defenderla callan.
Algunos
deberían recordar la mañana en que estrenaron las estrellas y juraron bandera,
deberían recordar la alegría y el espíritu combativo con el que se
comprometieron a verter hasta la última gota de su sangre en defensa de la
unidad de la patria.
Pero claro,
una cosa es jurar y otra muy distinta cumplir lo jurado.
Esos que
llevan las estrellas con tanta gallardía
tienen el sable guardado y ni siquiera son capaces de protestar, sometidos por el miedo a ser destituidos o a perder su jubilación, no son capaces siquiera de
hacer público un documento poniendo de manifiesto su malestar y exigiendo al gobierno que impida por todos
los medios la ruptura de la patria.
La defensa
de la unidad de España no se puede basar en la defensa de la Constitución, en
la evolución de la economía ni en algo tan variable como la legalidad que marca la mayoría. Cuando hablamos de la unidad de España estamos hablando de algo metafísico cuasi sagrado.
Quién llegado el momento no actúe ni hable tendrá que cargar con la vergüenza de vivir siendo un
cobarde, y que quién trate de engañarse tras la obediencia no debe olvidar que
por encima de la obediencia está el
honor.
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