martes, 26 de febrero de 2019

Un cristiano no puede ser sionista.


                                                                                         

Durante muchos siglos, más de dos milenios, los judíos han bombardeado a la humanidad con el mantra de ser un pueblo intrínsecamente superior al resto de los pueblos que habitan la tierra, para sostener tal afirmación se han basado y se basan en afirmar que son el pueblo elegido de Dios, lo cual para ellos y el resto de los sionistas justificaría que hayan ocupado el territorio palestino y expulsado a sus habitantes    para crear el Estado de Israel

                                                                     

Ciertamente Yahvé eligió al pueblo de los descendientes de Abraham para a través de él llevar a cabo el plan que desde la eternidad había preparado para el género humano.
Lo que los judíos ocultan es que desde el comienzo de su historia han sido desobedientes a la voluntad de ese Dios que los había elegido, y esto es así dado que se apartaron de manera absoluta del plan establecido por Dios.
Los profetas fueron despreciados, asesinados y el mensaje divino que transmitían fue manipulado, y por si todo esto fuese poco crucificaron a su Hijo.

                                                                     


 Todo esto aconteció como consecuencia de que el pueblo judío había manipulado el mensaje de Dios en beneficio suyo al considerar la elección divina desde el punto de vista de la carne y no desde el del espíritu.
Es por ello que el mismo Jesucristo-Dios, Mesías rechazado y asesinado por esos mismos que se continúan presentando como Pueblo Elegido, dijo eso de que no había venido a la tierra para abolir la ley sino para darle pleno cumplimiento.
Y vino a darle cumplimiento dado que el pueblo judío, abusando de la voluntad divina  había desvirtuado el plan de Dios hasta convertirlo en un mero privilegio sometido a la carne y a la materia para de ese modo poner todo al servicio de sus intereses grupales y políticos.
Desde el momento en que el pueblo judío se dedicó a adorar al becerro de oro mientras Yahvé entregaba a Moisés las tablas de la ley en el monte Sinaí se apartaron y renunciaron a ser Pueblo Elegido.

                                                                   



Ahora bien, el enfrentamiento entre Dios e Israel se concretó desde el origen mismo de la estirpe judía.
 Siendo así que el Génesis mismo se hace eco de unos acontecimientos que terminan por mostrarnos la manera de funcionar de los descendientes de Abraham y el significado verdadero del término Israel.

Ahora vamos a desarrollar la historia de Jacob, una historia que tiene mucho que ver con la crueldad, con la suplantación y con el engaño. Una historia que de una u otra forma ha modelado la realidad de ese ente que es el Estado de Israel.

La historia está recogida en el Génesis, del 28 al 33 y por tanto forma parte del Pentateuco o sea del Talmud por mucho que lo pretendan pasar por alto. Nos referimos al siguiente episodio:

Abraham engendró a Isaac y este se casó a la edad de cuarenta años con Rebeca. Dado que no podía tener descendencia Isaac rogó a Dios para poder tener hijos y este le escuchó. Rebeca quedó embarazada y dio a luz mellizos, al primero en nacer le pusieron por nombre Esaú debido a   que tenía el cuerpo cubierto de pelo. En segundo lugar y agarrado del talón de Esaú nació otro al que pusieron por nombre Jacob.
Esaú era un excelente cazador e hijo predilecto de Isaac, a quién le gustaba comer de lo que cazaba y cocinaba su primogénito. Por contra Jacob era más débil y prefería quedarse en el campamento, era el predilecto de Rebeca.
Ocurrió que cuando un día Jacob estaba preparando un guiso llegó Esaú del campo agotado, este pidió que le diese de comer pues estaba exhausto.

                                                                     


Lejos de facilitarle alimento a su hermano, Jacob se aprovechó de la situación pidiéndole que a cambio de la comida le vendiese bajo juramento los derechos por ser el hijo mayor, A Esaú al estar tan hambriento no le importó venderle sus derechos de primogenitura a cambio de un trozo de pan y de un plato de lentejas. En esa época Isaac era ya muy viejo, prácticamente ciego y estaba a punto de morir.
Un día el anciano Isaac llamó a Esaú, su hijo mayor, y este le contestó que allí estaba.  Isaac le puso de manifiesto que en la situación de vejez en la que se encontraba podría morir en cualquier momento. Le dijo que   tomase el arco y las flechas y fuese al campo para cazar algún animal y que después le preparase un guiso de los que tanto le gustaban, le dijo que lo comería y tras ello lo bendeciría, como primogénito que era.

Rebeca, la madre de ambos, había escuchado la conversación que su esposo había tenido con Esaú, y en cuanto este se marchó al campo a realizar aquello que su padre le había ordenado fue a contárselo a su hijo Jacob. Le dijo que acababa de escuchar que Isaac había pedido a Esaú que cazase un animal para un guiso y que después le bendeciría antes de morir. Rebeca urdió un plan para que Jacob suplantase a Esaú y fuese él quien recibiese la bendición y no el verdadero primogénito. Rebeca escogió la ropa de Esaú y con ella vistió a Jacob, del mismo modo mandó quitar la piel de unos cabritos y con ella cubrió los brazos y la parte lampiña del cuello. Después Rebeca preparó el guiso que tanto gustaba a Isaac y Jacob fue a ofrecérselo, dado que Isaac estaba ciego y no podía oír bien tocó a Jacob comprobando la piel peluda de sus brazos y comió el guiso que le habían llevado, finalmente lo bendijo diciendo: “Que Dios te conceda el rocío del Cielo, que la riqueza de la tierra te dé trigo y vino en abundancia. Que te sirvan los pueblos; que ante ti se inclinen las naciones. Que seas señor de tus hermanos; que ante ti se inclinen los hijos de tu madre. Maldito el que te maldiga, y bendito el que te bendiga…”.

                                                                     


Poco después regresó Esaú, tal y como su padre le había ordenado. Isaac le preguntó quién era, a lo que le respondió que era Esaú, su primogénito.
Isaac muy sobresaltado comenzó a temblar muy sobresaltado y preguntó: ¿Quién fue el que me trajo lo que había cazado antes de que llegaras?, yo me lo comí todo. Le di mi bendición y bendecido quedará. Tras escuchar estas palabras Esaú lanzó un grito y lleno de amargura dijo: ¡Padre mío, te ruego que también a mí me bendigas! S padre le contestó disiento: Tu hermano vino y me engañó, y se llevó la bendición que te correspondía.
Esaú le dijo a su padre que era la segunda vez que le engañaba, en la primera le quitó sus derechos de primogenitura y ahora se llevó las bendiciones que a él le correspondían. Esaú preguntó a su padre si no le quedaba ninguna bendición para él, a lo que Isaac respondió que ya lo había puesto por señor tuyo, Esaú rompió a llorar y al ver eso su padre le dijo: Vivirás y servirás a tu hermano, pero cuando te impacientes te librarás de su opresión.
El engañado Esaú guardó un gran rencor hacia su hermano Jacob esperando el día en que muriese su padre para darle muerte. La madre de ambos hermanos, Rebeca, al darse cuenta del odio que Esaú tenía hacia Jacob advirtió a este último de la situación y le ordenó  que se fuese lejos, a la tierra de Padám Aram en donde vivía Labán, hermano de Raquel. Allí contrajo matrimonio con Lea y Raquel, hijas de su tío Labán.
En la tierra de Padán Aram Jacob progreso mucho y allí vivió muchos años, hasta que tuvo conocimiento de que su hermano Esaú había salido a su encuentro con 400 hombres. Para aminorar en lo posible el ataque que le venía encima dividió a su gente en dos grupos, haciendo lo mismo con los animales que tenía, y lo hizo pensando que si Esaú atacaba a un grupo el otro podría escapar. Esa noche tomó a sus dos esposas, a sus dos esclavas y a sus once hijos y cruzó el rio Jaboc. Una vez hubo pasado hizo que también franqueasen el rio todas sus posesiones, quedándose solo, en ese momento le salió al encuentro un hombre y luchó con él hasta el amanecer, pero ambos eran fuertes y buenos guerreros. Jacob se agarró fuertemente a ese hombre, el cual le dijo que le soltase pues estaba a punto de amanecer, Jacob le contestó diciéndole que no lo haría hasta que le   bendijese. En ese momento el hombre le preguntó su nombre y Jacob se lo dijo. Entonces el hombre le dijo: Ya no te llamarás Jacob sino Israel, que significa has luchado contra Dios y contra los hombres y has vencido (Génesis 32).
 Jacob preguntó al hombre: ¿y tú como te llamas?, a lo que el hombre contestó: ¿Por qué me preguntas como me llamo?
En ese lugar Dios bendijo a Jacob y llamó a ese lugar Penuel, porque dijo; he visto a Dios cara a cara y sigo con vida. De lo que se deduce claramente que ese hombre con el que luchó era Dios que había tomado forma humana.

Espero que el hecho de que Israel signifique lucho contra Dios, que el mismo Jesucristo denominase a los judíos  hijos del diablo, que señalase que vino a dar pleno cumplimiento a la Ley, que enseñase que el nuevo pueblo elegido incluye también a los gentiles o que  en el Apocalipsis se hable de la sinagoga de Satanás sean argumentos más que suficientes para que los cristianos sionistas que defienden la existencia del Estado de Israel basándose en un supuesto derecho divino se planteen su posición seriamente y tomen conciencia de su equivocación.

                                                                             

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