La terrible
situación por la que actualmente atraviesan las sociedades occidentales es
fruto del declive político, social y económico, pero fundamentalmente moral, de
estas.
Situación que tiene su origen cuando hace
varios siglos las élites de las antiguas sociedades europeas católicas
abrazaron un humanismo racionalista que en lo religioso se concretó en el protestantismo. Un protestantismo burdo que se organizó de manera
más elaborada en Inglaterra por Calvino, dando lugar al calvinismo. Pero hubo
de imponerse de manera criminal puesto que la población inglesa era mayoritariamente católica y por tanto se sometía
a la autoridad papal., reconociendo al Papa de Roma como guía y autoridad
espiritual. Pero todo esto se fue al
traste tras la imposición del anglicanismo calvinista de Eduardo VIII y su
ruptura con el papado, algo que fue impuesto a sangre y fuego a los católicos
ingleses, irlandeses y escoceses.
Es así que poco
a poco la nueva cosmovisión se implantó en la antaño Cristiandad, moviéndose primeramente
en conciliábulos y logias para después extenderse a gran parte de los
“intelectuales”, pasando por una incipiente burguesía comercial que se servía
de esa concepción mercantilista que ponía la consecución del éxito material
por encima de cualquier otra consideración. Pero no hay que olvidar como el protestantismo contó con el apoyo total de una gran parte de la nobleza alemana y holandesa que buscaban de esa manera debilitar al imperio español y hacerse con los bienes de la Iglesia.
Con el
tiempo todo ello terminó por plasmarse en una legislación, en una organización
social y en unas relaciones económicas que nada tenían que ver con esas otras por
las que se regía el ser humano y la sociedad
cuando conformaban la Cristiandad.
Esta nueva
concepción no consideraba la primacía de lo espiritual sobre lo material, la
dignidad inalienable del ser humano como imagen y semejanza de Dios, las interacciones
no meramente instrumentales entre los sujetos, o la consideración de la
sociedad como engranaje orgánico conformado por entidades naturales de origen
superior a la mera voluntad humana.
La usura,
antaño prohibida y mal considerada, paso a convertirse en un elemento más de un
funcionamiento que perseguía el enriquecimiento personal o grupal a cualquier
precio.
Esta nueva
cosmovisión: materialista, instrumental y economicista, derivada de la ética
protestante, principalmente calvinista, se extendió en un principio por el
centro y el norte de Europa, por Inglaterra posteriormente y llegando por
último a los Estados Unidos dando forma a la mentalidad norteamericana.
Y aunque
para muchos pueda sonar extraño, cuando no falso, la cultura anglosajona deriva
directamente de una concepción teológica protestante que considera la
naturaleza humana definitivamente caída y que no puede redimirse por medio de
las obras sino tan sólo a través de la fe.
Ahora bien,
siendo esto así, ¿de qué forma podríamos conocer de manera externa si una
persona ha superado su estado de caída gracias a la fe?
Para esta
concepción protestante, adoptada por el mundo anglosajón, la manera externa de
comprobar que el individuo ha sido bendecido con la gracia de la fe está en el éxito
económico, en una situación social elevada o en el triunfo profesional. Esto
mostraría que un sujeto ha sido elegido por Dios y le habría proporcionado la
fe que salva.
Es decir, que el éxito económico o social
sería la muestra del valor de la persona al señalar ello la elección de un
sujeto por Dios.
De ello
resultaría una visión materialista e instrumental de la vida, una concepción
centrada más en el tener y producir que en el ser. De todo lo cual derivan
cuestiones definitorias de la conducta personal y grupal de la sociedad
anglosajona protestante, una actitud más centrada en el nivel de vida que en la
calidad de esta, una actitud que coloca el logro económico y social por encima
de las normas morales y de una conducta y unas obras a ellas sometidas. A la
consecución del éxito y las riquezas.
Con el tiempo
toda esta concepción ideológica pasa de lo individual y social a lo nacional e
internacional, se aplica a la economía, a las entidades financieras, a las
relaciones entre Estados y a la política internacional. Consecuencia de todo
esto es la conformación de un individualismo egoísta, de un capitalismo
financiero usurero y de una explotación de los individuos o Estados buscando
tan solo una mayor producción y la acumulación de riquezas, todo ello aún a
costa de pasar por encima de la dignidad y de los derechos de las personas y de
la soberanía de las naciones.
En
contraposición a toda esta visión materialista, economicista y dirigida exclusivamente
a conseguir riquezas y éxito social encontramos la concepción católica, una
posición en la cual la conducta personal, social, política y económica de los
individuos ha de someterse a una serie de normas morales de origen divino. Y es
que la doctrina católica reconoce el estado de caída de la persona, pero coloca
en su conducta y en el sometimiento de esta a unas normas morales de origen
divino la superación de ese estado caído.
Esta concepción
católica encontró en España su máximo exponente a la hora de aplicarse en las
autoridades, en la legislación y en las costumbres del pueblo.
Encontramos
de hecho un enfrentamiento esencial entre la concepción política y vital del
protestantismo, especialmente calvinista, y la del catolicismo. Un
enfrentamiento que derivó en un verdadero odio de la cultura y sociedad
anglosajona hacia la española.
España era
un remedo de lo católico y por ello fue odiada y atacada con tanta saña, también encontramos que el imperio español tomó tales dimensiones, no sólo territoriales,
que los poderes y gobiernos protestantes, y muy especialmente el inglés,
consagraron todo su imponente poderío militar y propagandístico a combatir al
imperio español, un imperio que se extendió por toda América y por zonas del
extremo oriente.
Dado que el
principal y más profundo interés de los monarcas españoles no era tanto material cuanto espiritual, fijaron su interés en la evangelización de los indígenas pues eran considerados
hijos de Dios y por tanto sujetos de derecho a una dignidad y seguridad que en
el caso anglosajón no se dio.
Para cumplir
esta gigantesca misión civilizadora y evangelizadora España se desangró. En
América con la conquista y evangelizadora y en los campos de Europa luchando
contra el enemigo protestante.
Para llevar
a cabo esta misión civilizadora y evangelizadora, la monarquía hispánica
consideró a los recién conocidos individuos de América como súbditos con
similares derechos y obligaciones que los españoles peninsulares, reproduciendo
en el territorio americano la misma configuración legal y administrativa que
estaba establecida en la España europea, los virreinatos americanos eran una
parte más de España, no fueron nunca colonias.
El odio de los anglosajones calvinistas de toda Europa, pero muy especialmente el de los ingleses, contra el imperio español y contra todo aquello que oliese a católico no hizo otra cosa que acrecentarse debido a que tanto el poderío militar, la extensión territorial, así como el éxito del comercio del imperio español ponía en solfa unas ambiciones imperiales que buscaban incrementar sus riquezas y extender su poder pasando por encima de cualquier consideración moral
Todo ese comportamiento de una España católica fue la antítesis de la actuación anglosajona en el norte del continente americano. e hispana en el sur del continente americano. Mientras que los anglosajones no crearon infraestructura alguna en pro de los nativos, España estableció ciudades,creo hospitales, universidades y catedrales que estaban al servicio tanto de españoles peninsulares como de españoles indígenas americanos. Mientras que los anglosajones calvinistas masacraron a los indígenas norteamericanos, los esclavizaron y los trataron como enemigos sin derecho alguno, en los territorios españoles de América el mestizaje fue la tónica general y la evangelización la prioridad. Pero no quedó ahí la cosa puesto que las leyes instituidas por los monarcas españoles de Europa protegían a los nuevos súbditos de toda explotación, robo o esclavización.
El hecho es
que las potencias anglosajonas y protestantes de Europa no pudieron enfrentar
militarmente al imperio español y no consiguieron acabar con las líneas comerciales
hispanas, recurrieron a la propaganda para de esa manera debilitar al imperio
español presentando las mentiras de una leyenda negra que poco a poco se
extendió por América y Europa.
Tras las denominadas independencias y la
conformación de repúblicas, verdaderamente secesiones, de la España americana, impulsadas
y apoyadas por Inglaterra y por los poderes masónicos europeos y norteamericanos,
se estableció un poder que, en lo económico estaba establecido en Londres, y en
lo político y militar en los Estados Unidos.
Este nuevo
poder anglosajón se impuso al poder español, y mediante una inteligente
utilización de la leyenda negra consiguió desacreditar y emponzoñar la ejemplar
y nunca suficientemente ponderada actuación española en América.
El
surgimiento de este poder puso fin a la hegemonía española y por tanto
católica. Esta nueva situación llevo a que el planteamiento materialista e instrumental
del anglosajón ocupase el lugar una concepción de la vida sometida a la divinidad
y a la bondad que de ella emana. Una concepción de la vida centrada en el
esfuerzo y en el sometimiento a las normas divinas para alcanzar la superación
de la humanidad caída que a todos nos afecta.
Esta nueva cosmovisión
del protestantismo anglosajón trata de imponerse al ser humano y a la sociedad buscando
cambiar y dirigir todos y cada uno de los aspectos de la vida.
Toda esa cosmovisión que trata de imponerse a
la humanidad bajo la forma de lo políticamente correcto esconde tras los cantos
de sirena de una serie de objetivos con los que la totalidad de los seres
humanos estaremos de acuerdo: acabar con el hambre en el mundo, lograr la
igualdad entre hombres y mujeres, promocionar la preservación de la naturaleza
o promover la seguridad alimentaria. Todas
loables y nobles causas esconden una serie de medidas tras las que se esconde un experimento
totalitario que busca acabar con la realidad de lo humano, apartarlo de Dios y
de cualquier tipo de trascendencia que impida convertir al ser humano en algo
distinto a un esclavo de encefalograma plano que exclusivamente sirva para
producir y siga la voluntad y las normas
de una élite oscura que desde las logias y las grandes corporaciones
industriales y financieras vendidas a la usura sionista tratan de subvertir el
orden de las cosas par de este modo acaparar riquezas y poder.
En la
actualidad todo esto se nos presenta bajo el pomposo título de desarrollo
sostenible, algo que vemos en la Agenda 2030 de la que tanto se habla y que
resulta prácticamente desconocida puesto que tan sólo se publicitan los
objetivos y no las medidas que propone para alcanzarlos. Todo esto se presenta
en el Foro económico Mundial, antiguo foro de Davos, bajo una frase terrible:
“No tendrás nada y serás feliz”.
Esta
corriente totalitaria que busca acabar con la relación del ser humano con la
divinidad cercenando para ello su realidad transcendente precisa acabar con
todas y cada una de las entidades naturales que conforman la realidad humana y
que de hecho aceptan la voluntad divina. Es así que instituciones básicas como
la familia, la patria o la complementariedad de hombres y mujeres son ridiculizados
y perseguidos por los sacerdotes de la religión de lo políticamente correcto.
A esta
acometida sólo puede oponerse una concepción natural del individuo y de la
sociedad humana, una cosmovisión trascendente basada no en el tener si no en el
ser, un pensamiento y una realidad que trascienda lo meramente material.
Este muro de
contención siempre ha sido el catolicismo, un catolicismo que se manifestó a
través de la Iglesia y tomo forma en el imperio cristiano hispano, concretándose
en los territorios hispanos de Europa, de América y de Asia en los tiempos del
imperio español.
Sólo a
través de la restauración de la hispanidad, forma de vida sometida a la Verdad
revelada y a las costumbres que de ellas deriva, podría salir la humanidad del
camino suicida que en la actualidad ha marcado el poder anglosajón calvinista.
Un camino que como ya hemos visto de basa en la dominación y el poder, una
actitud que pone en el centro no a Dios o al hombre como criatura si no que
desde la soberbia coloca en el logro del éxito y en la acumulación de poder
y riquezas su objetivo.
Y es
precisamente debido a esta potencialidad de la hispanidad que los poderes
dirigidos por la concepción anglosajona y protestante, entre los que habría que
incluir por supuesto al sionismo, se han enfrentado y se enfrentan a ella
denigrándola y persiguiéndola. Parte
fundamental de este acoso es la difusión de la leyenda negra, la extensión de
las sectas protestantes por el sur de América y la propagación de la plaga del
indigenismo. Estas tres cuestiones
resultan fundamentales para evitar el crecimiento del pensamiento hispano, católico,
y la concentración de las repúblicas hispanoamericanas en una única potencia
que pudiera hacer sombra al entramado político, financiero e ideológico que el
imperialismo anglosajón, tanto del poder financiero y político sito en Washington
como del económico que tiene su sede en
Londres.
Pero para
que la hispanidad pueda convertirse en
una realidad es preciso que se combata
la leyenda negra para que los ciudadanos
hispanoamericanos se sientan orgullosos de su pasado y se proyecten hacia el
futuro, la mentira del indigenismo,
proyectado y dirigido desde Londres, debería ser combatida con argumentos históricos y poniendo al descubierto para el común de la
población de los pueblos hispanos el
origen, la financiación y los verdaderos
objetivos de este movimiento ideológico. Dejar bien claro que este indigenismo
busca balcanizar las actuales naciones hispanoamericanas para debilitarlas y
acabar con cualquier posibilidad de unificación.
Ahora bien,
toda revitalización de la hispanidad resulta sumamente difícil, por no decir
imposible, sin que previamente resurja España del abismo ponzoñoso
antiespañol en el que ideológicamente se
encuentra sumida y sin que la Iglesia
católica vuelva a ser ese referente espiritual que llevaba a todos los hombres la palabra de
Dios, es decir la iglesia católica no puede convertirse en una mera asociación filantrópica que además trata de congraciarse con el Mundo
adoptando discursos y actitudes liberales y cediendo ante el globalismo.
La humanidad
sin un resurgimiento de la hispanidad, que es lo mismo que decir lo católico en lo social y político, está
perdida ante la acometida globalista que
han creado y promocionado los anglosajones protestantes .
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