Desde que
hace dos semanas el periódico OK diario se hizo eco de una información
referente a las relaciones adúlteras mantenidas entre el anterior jefe del
Estado, hoy rey emérito Juan Carlos I. y una conocida vedette y actriz de la
época del destape, Bárbara Rey, se ha desatado tanto en la prensa general como
en los programas televisivos “del corazón” una suerte de competición a la hora
de hacer públicos los aspectos más íntimos de esta relación.
Si algo
llama la atención de todo esto es que al contrario de lo que ha venido
ocurriendo desde la transición hasta
hace unos días, todo lo referente a la monarquía y a los servicios de
inteligencia, antes C.E.S.I.D. ahora C.N.I., ha pasado a ser de ser intocable y
siempre silenciado a ser algo expuesto públicamente y sometido a los
comentarios periodísticos más banales y marujiles.
Del mismo modo llama fuertemente la atención
que se halla puesto sobre el antiguo C.E.S.I.D. la luz de los periodistas y se
hagan públicos datos sobre los métodos que estos servicios utilizaban (pisos
francos, casas de seguridad, sobornos, etc., etc.).
Lo que llama
poderosamente la atención es que se haga pública y se dé bombo a esta
información que era de general conocimiento por parte de la población española
desde hacía años. Únicamente hay algo novedoso, y quizá sea la información que
realmente se quería hacer pública y trivializar. Se ha dado a conocer de modo
novedoso la existencia de una serie de pagos a la señalada vedette procedentes
de los fondos reservados y que le habrían sido entregados en paraísos fiscales.
Estas cantidades no habrían sido ni mucho menos pequeñas, de hecho, se señalaba
inclusive el monto de esas cantidades.
Ante todo
esto la pregunta surge de modo automático, ¿por qué ahora? y ¿por qué con
tantos detalles referidos a los pagos y a la intervención del C.E.S.I.D.?
La respuesta
la encontramos si situamos la aparición de estas informaciones y los
comentarios de las televisiones en un contexto político concreto como el
actual.
¿Y cuál es
ese contexto?
Pues bien,
si hay algo fundamental en la política española, por mucho que de manera voluntaria
lo ignoren los medios de comunicación es eso que se ha dado en llamar “el
desafío nacionalista”, que no es otra cosa que el grave peligro de secesión y
con ello de ruptura de la Unidad de España.
Desde hace
dos semanas se han abierto unas conversaciones directas entre la vicepresidenta
del gobierno Soraya Saenz de Santamaría y el presidente de la generalidad
Puigdemont.
Estas conversaciones están poniendo muy a las
claras la imposibilidad de que el diálogo conduzca a que los secesionistas abandonen
su intención de romper España convocando previamente a la declaración
unilateral de independencia un referéndum ilegal.
Esta
situación obligará al gobierno pusilánime que nos gobierna a tomar, muy a su
pesar, una serie de medidas de corte administrativo para impedir que se lleve a
cabo tal referéndum.
Pero el
gobierno se ha encontrado con la amenaza que resulta de los documentos e
informes que el durante años presidente de la generalidad catalana Jorge Pujol ha
manifestado que tiene. El dirigente
nacionalista catalán ha manifestado que los hará público en caso de que alguien
de su familia ingrese en prisión debido a los graves delitos económicos de los
que se les acusa.
Pero la mera existencia de esos informes que
en parte pueden referirse a aspectos de la relación de rey emérito y de los
pagos realizados con dinero público para comprar el silencio de la amante son
un grave peligro que pende sobre el
Estado y que de hecho estaría impidiendo que el gobierno tomase las medidas,
siquiera administrativas, precisas para frenar el referéndum secesionista.
Llegados a
este punto se hace preciso realizar las maniobras precisas para que esas
informaciones que de hecho o en potencia les están coartando dejen de resultar
peligrosas perdiendo así su capacidad de chantajear.
Y es
precisamente en este contexto en el que habría que inscribir esta “desclasificación”,
no sería otra cosa que una especie de desactivación, se haría pública una parte
de la información sensible para mediante la banalización de la misma anular el
potencial que permita chantajear.
Si algo
viene a confirmar todo esto es la unanimidad de los medios de comunicación, de
uno y otro color, a la hora de trivializar los hechos y el silencio de los
grupos políticos, también de todos los colores, a la hora de criticar e investigar los pagos privados con
dinero público en este caso concreto.
Nada ocurre
por nada, todo está dirigido a la consecución de algún fin, y es por ello que
pienso que en no mucho tiempo saldrán a la luz informaciones referentes a
escándalos peligrosos para el Estado que
serán también banalizadas para ser anuladas.
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