Cuando hacemos referencia a esa teoría política que mantiene que la soberanía reside en el pueblo estamos reseñando el principal soporte teórico sobre el que se levanta la democracia liberal, que es la única que desde hace tres siglos es denominada democracia . Sin esta posición ideológica sería imposible que en forma alguna se mantuviese en pié el actual edificio político que vienen a compartir todos los regímenes occidentales y occidentalizados y que es considerado como algo absolutamente imprescindible para que un estado pueda ser aceptado por la comunidad internacional.
esta posición entra en absoluta contradicción con toda
posición que reconozca la existencia de Dios.
En primer lugar nos referiremos al autor de este planteamiento
que no es otro que el filósofo suizo Jean-Jaques Rousseau.
Este filósofo, imbuido por toda las corrientes humanistas
e individualista publíca varias obras entre las que hay que reseñar, en cuanto
hace referencia al tema que nos ocupa, El Contrat Social. Esta obra señala que la voluntad del pueblo es el origen único
de la soberanía así como de las
leyes. Rousseau mantiene también la
bondad natural del ser humano, la cual es deteriorada por la acción de la
sociedad, esta afirmación viene a apoyar la bondad de las decisiones humanas.
La soberanía popular
ha dado lugar , tras la aplicación de esta en la Revolución Francesa
y la posterior extensión de ella a través de la Revolución Americana
a todo el pensamiento moderno, a la conocida soberanía nacional. La soberanía nacional hace de las decisiones del
pueblo algo que es de por sí inapelable ya que el pueblo, por definición, no
puede equivocarse y su pronunciamiento por tal motivo ha de ser acatado.
Ahora vamos a ver como esta posición no es sino una
confrontación directa con la misma idea de la existencia de la divinidad.
Nadie que acepte la existencia de un Dios Creador puede
poner en duda que el origen verdadero del poder y por tanto de la soberanía
reside en Dios. El poder político es de derecho divino. Tal y como se puede leer en el Evangelio: “Pues no hay
potestad sino de Dios” (Rom 13, 1).
Consecuencia de toda la postura democrática de la
soberanía popular es la negación de la existencia de cualquier tipo de verdad
ya que la voluntad popular o nacional será la que en cada momento y situación
se pueda manifestar, ya sean estas una o sea la contraria. No importa que las
opiniones se contradigan u opongan incluso en materias morales.
Las afirmaciones roussonianas que acabamos de señalar
caen por su propio peso, ya que resultan del todo contrarias al sentido
común y a la recta razón. Nadie puede
aceptar, sin hacer previamente un
esfuerzo por negar lo que le dice su propia inteligencia, que el juicio de una
persona o una comunidad de personas creen la verdad, y más aún cuando ese mismo
grupo de personas puede mantener una postura y poco tiempo después defender la
contraria, lo cual iría en contra del principio de contradicción (una cosa no
puede ser y no ser a la vez, o es o no lo es).
Otra cuestión que pone de manifiesto la impostura de estas
posiciones se refiere al hecho de que
varios grupos pueden mantener a lo largo
del tiempo perspectivas distintas respecto a una misma cuestión, ¿dónde estaría
entonces la equivocación y donde el acierto inapelable?. Y por último no
olvidemos el claro y demostrado hecho de que nada hay más sencillo que
manipular a la masa, con lo cual su opinión sería igualmente manejable. Si
aceptáramos la posición del Contrato Social entonces lo que importa no es tanto
el alcanzar la verdad o aquello que más conviene en un momento determinado
cuanto la búsqueda de la paz social aún
a costa de envilecer las sociedades.
Pero la crítica la encontraremos también desde el punto de
vista religioso-moral, ya que las cosas son buenas o aceptables con
independencia de lo que mantengan los seres humanos, ya sea individualmente o
sea mantenido grupalmente, en caso contrario nos estaríamos postulando contrarios a la
existencia de un Dios Creador que ha
marcado unas normas que estarán por encima de la voluntad de sus creaciones.
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