En España
vamos de desgracia en desgracia, de traición en traición y de ataque a la
patria en agresión a su unidad.
Y son
precisamente los que legal y moralmente están encargados de una manera especial
de defender la patria, su unidad y su continuidad histórica los que ya sea por
acción o por omisión los que llevan a cabo las agresiones para disgregar, o
balcanizar como se dice ahora, y de esta manera acabar con la nación española.
El último episodio
al que hemos asistido ha sido la concesión de un indulto a los que desde sus
cargos oficiales en la generalidad catalana intentaron, llegando incluso a
declarar en el parlamento catalán la independencia y secesión de Cataluña del
resto de España. Todo esto se aplicó de manera violenta e ilegal de la región,
ahora denominada Comunidad Autónoma, catalana.
Estos
traidores secesionistas han insistido públicamente en su intención de llevar a cabo
nuevamente los pasos necesarios que lleven a la independencia de Cataluña. A
esta falta de arrepentimiento, condición para poder conceder el indulto a un
condenado, se suma la manifestación en contra de tal concesión por parte el
Tribunal Supremo.
Ante la gravísima
traición que el gobierno presidido por Pedro Sánchez ha llevado a cabo y ante
el estrepitoso silencio de la población, del monarca y de los ejércitos de
España hay muy poco espacio para la esperanza.
Pero hay una
concepción previa que afecta tanto al tema al que nos hemos venido refiriendo
como a otros tantos que ponen en peligro a nuestra patria. Se trata de un planteamiento
que a mi entender resulta fundamental a la hora de hacer frente a los peligros,
problemas e ilegalidades a los que España se ve sometida por sus enemigos tanto
internos como externos.
Este
planteamiento es básico y de origen, lo que, a la hora de enfrentar cualquier
situación relacionada con nuestra patria lleva a provocar siempre errores de
bulto.
Este
planteamiento teórico, con claras y directas consecuencias prácticas, se
sustenta en la errónea equiparación entre España y la Constitución o entre la
patria y la democracia. Olvidando que España es un ente metafísico preexistente
a una Constitución y a unas leyes cambiantes y dependientes de la moldeable
voluntad popular. Siendo España también distinta a una forma de gobierno como
es la democracia.
Esta errónea
conceptualización lleva a identificar dos realidades que para nada coinciden,
consecuencia de ello es rebajar el sentido y el valor absoluto de la nación al
de elementos puramente accidentales y dependientes de la cambiante voluntad
popular.
De esta
manera y con estos planteamientos no se está haciendo otra cosa que relativizar
lo absoluto y absolutizar lo relativo, siendo así que todo se reduce a la
divinización de la voluntad de la mayoría concretada en la democracia y en la
constitución o las leyes. Siendo así que cuestiones absolutas y metafísicas
pasan a ser meros elementos accidentales dependientes de la opinión.
Partiendo de
esta concepción relativista referente al mismo concepto de España y de su
unidad ya está derrotada cualquier defensa de las mismas, y estará todo perdido
dado que una mera variación de la constitución (la minúscula está puesta con
intención) conlleva que puedan aplicarse medidas que lleven a la ruptura de la
unidad nacional.
Solamente si
es reconocida la nación española y su unidad como principios inalterables a los
cuales deben plegarse las leyes y la constitución puede ser España defendida
con una mínima posibilidad de éxito, de otra manera está asegurada su derrota
pues a los enemigos de la nación siempre les cabrá el recurso a
variar la constitución merced a una voluntad popular escondida bajo la
sacralizada democracia.
Y es
precisamente a esto a lo que estamos asistiendo respecto a la cuestión del secesionismo
catalán, el tema nunca podrá ser solucionado obviando la primacía absoluta de
la unidad España y haciendo que esa realidad metafísica e histórica se supedite a cuestiones accidentales como
son la constitución, la legalidad y la democracia.
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