La
absoluta dictadura que sobre las mentes, e incluso sobre los sentimientos, ejerce el
pensamiento políticamente correcto está adquiriendo entre nosotros un
nivel que resulta nauseabundo.
Acaba
de fallecer en el condado de Treviño una pequeña de tres años debido a que al
no ser vasca y no pertenecer a esa Comunidad. La ambulancia solicitada para
trasladarla no se envió, la razón-excusa era que la niña, gravísimamente
enferma, debía ser atendida por la
Comunidad de Castilla León, y no por el más cercano centro de Vitoria que estaba en la Comunidad Autónoma Vasca.
Este
tristísimo acontecimiento, como no podía ser menos, ha sido noticia en los
medios de comunicación. Pero ni de lejos este terrible suceso ha levantado la
escandalera de altisonantes
declaraciones que la castuza política y periodística hubiesen alzado si en lugar de ser una niña española la que fallece por falta de socorro, hubiese sido
un subsahariano el que hubiese muerto al intentar entrar ilegalmente en España saltando la
verja de Melilla. Hasta este grado de degeneración mental y moral hemos llegado,
primamos la salud de los otros a los de los nacionales, consideramos con más
derecho al ilegal que al que es legal.
El
buenísmo maricomplejín fomenta que las
fronteras de nuestro territorio sean violadas a diario, y lo fomenta al premiar
todos los que ilegalmente lo hacen con comida, techo y apoyo sanitario de los que muchos españoles carecen.
Eso
sí, nuestro ejercito interviene
instalando tiendas de campaña para que se puedan cobijar los que nos invaden, en lugar de impedir que
lo hagan.
Estamos
sometidos a un pensamiento que lejos de considerar la realidad nacional y ver
en la civilización occidental un lucero, aplaude y admira todo lo que venga de
fuera.
Lejos
de considerar la civilización occidental: heredera del derecho romano, de la
filosofía griega y de la moral cristiana como la más avanzada de la humanidad, hemos caído en admirar cualquier
otra cultura y ver en la propia la culpable de los problemas del mundo.
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