Observar
la realidad social y su funcionamiento, y pensar como en la actualidad se nos pretende hacer creer, que todo lo social se debe a cuestiones dependientes únicamente de
una voluntad más o menos caprichosa, cuando no malintencionada, es algo que si se observa desapasionadamente y a través de la antropología del ser humano, termina cayendo por su propio
peso.
En la época en la que vivimos, se considera una discriminación y una ofensa
el papel que durante siglos ha desempeñado el sexo femenino en las sociedades
humanas. Este juicio hoy tan generalizado surge al situar este papel, diferente al del hombre,
como secundario y fruto de la imposición masculina. Olvida que cuando se habla de sexos la realidad se basa en la diferencia y a la par en la complementariedad.
Las realidades biológicas y la necesidad de asegurar la
supervivencia de la especie son las que han determinado desde el comienzo de la
humanidad una estructuración social concreta y dado lugar a la primera organización del
trabajo.
Hasta hace
relativamente muy poco tiempo, podemos situar este cambio hace como mucho 100
años, las circunstancias eran tales que exigían que la mujer se mantuviese en
el hogar sin realizar actividades distintas a la reproducción, el cuidado de la prole y el mantenimiento de la casa.
Esta afirmación, que tan retrógrada y anticuada puede resultar a nuestros oídos no es sino la plasmación
en palabras de algo que se pondrá de manifiesto en las siguientes líneas.
Desde el comienzo de la especie, y hasta no
hace mucho, se presentaron unas circunstancias tales que hacían necesarios un muy elevado número de nacimientos. Esta
situación no era otra que una elevadísima mortalidad infantil debida a la
insalubridad y a la ausencia de una medicina que combatiese con un mínimo de efectividad las infecciones,
enfermedades y accidentes.
La manera de compensar la alta mortalidad
infantil no era otra que el nacimiento de muchos más niños, esto a su vez llevaba aparejado que las hembras del grupo estuviesen la inmensa mayoría de su vida embarazadas.
Hay que aclarar que
durante cientos de miles de años, la esperanza de vida humana no llegaba a los
30 años (baste decir que en 1900 estaba en 33,9 años en los hombres y 35,7 en
las mujeres, hablamos de España). Esto quiere decir que siendo limitado el
periodo fértil en la mujer, y tan baja la esperanza de vida, el tiempo que esta
pasaba embarazada ocupaba la practica totalidad del periodo que va desde la
menarquia (primera menstruación) hasta la menopausia. Pero esto no es todo, ya que el papel biológico
de la mujer no finalizaba una vez que
había dado a luz, sino que después debía amamantar y cuidar a los recién nacidos hasta que estos pudiesen alimentarse por sí mismos, de lo que
fácilmente se puede deducir que hasta casi el fin de sus días se encontraba bien embarazada o bien dedicada al cuidado de la prole (cuando no en compatibilizando ambas situaciones ).
No es complicado darse cuenta de que en un entorno natural, la alimentación, la vivienda y la seguridad dependían de
una actividad física que los humanos debían realizar sobre un entorno difícil, y esa actividad
requería el desarrollo de un importante
esfuerzo físico que ocupaba un espacio
temporal también elevado.
La situación física que acompaña a la mujer
durante el embarazo, así como el tiempo necesario para la alimentación y
cuidado de la prole la inhabilitaba para participar en las actividades para la
supervivencia grupal. En su caso la mujer no podía simultanear la perpetuación de la especie con la supervivencia del grupo.
La
situación a la primeramente nos hemos referido descrito se ha venido produciendo durante cientos de miles
de años, creando de hecho una primera división del trabajo y la institucionalización del llamado "poder masculino". Una situación que se ha mantenido en la historia del ser humano hasta hace como máximo trescientos años. Desde entonces
han variado las condiciones higiénicas y sanitarias, lo cual no hacía necesario
mantener una tasa de nacimiento tan alta como hasta ese momento, con lo que la mujer dispone de una capacidad muy
amplia de tiempo y estado físico para trabajar.
Es más, la posibilidad de realizar trabajos intelectuales, no dependientes del desarrollo de una actividad meramente muscular amplia más aún la posibilidad
de la mujer para integrarse en el mundo laboral.
Pero es también muy importante tener en
cuenta que cientos de miles de años de costumbres, de estructuración y de
sometimiento a determinadas circunstancias imprimen en el acervo más íntimo de
la humanidad una digamos “memoria de
especie” que sobrevive a un cambio situacional que tiene poco más de un par de siglo de
antigüedad.
Las
situaciones biológicas y físicas, así como las necesidades para perpetuar la
especie determinaron, tanto para hombres como para mujeres una estructura muy
concreta.
Ahora bien, habiendo cambiado las situaciones externas que dieron origen a la citada organización social la organización y costumbres sociales también han de hacerlo, si lo que se busca es superar esas estructuras, lo primero es evitar culpabilizar al sexo contrario de una situación que como se ha podido ver, surgió de la naturaleza misma de las cosas y no de la voluntad impositiva del sexo masculino.
Ahora bien, habiendo cambiado las situaciones externas que dieron origen a la citada organización social la organización y costumbres sociales también han de hacerlo, si lo que se busca es superar esas estructuras, lo primero es evitar culpabilizar al sexo contrario de una situación que como se ha podido ver, surgió de la naturaleza misma de las cosas y no de la voluntad impositiva del sexo masculino.
Por
lo tanto, no se debe por parte de la mujer buscar la igualdad rompiendo con las
responsabilidades propias de su realidad biológica o considerando un elemento
contra la igualdad el posterior cuidado y educación de la prole, argumentando
para ello resarcirse de ” siglos de opresión”.
Y en el caso del hombre, este debe
acomodarse a una situación que convierte en anacrónicos roles y funcionamientos lógicos cuando se daban circunstancias que ya no existen.
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