La reciprocidad busca que dos cosas se correspondan.
Cuando hablamos a un nivel internacional defiende lo que es un trato de
igualdad entre los estados. Esto no es sino que exista un trato de respeto.
Si nos referimos al texto constitucional español de
1978 encontraremos en él varias referencias a la reciprocidad con otros
estados.
Por un lado en artículo 13.2 podemos leer: “Solamente los españoles serán
titulares de los derechos reconocidos en el artículo 23, salvo lo que, atendiendo a criterios de
reciprocidad, pueda establecerse por tratado o ley para el derecho de sufragio
activo y pasivo en las elecciones municipales” y por otro el 13.3 señala: “La
extradición sólo se concederá en cumplimiento de un tratado o de la ley,
atendiendo siempre al principio de
reciprocidad.....”
Resulta incomprensible que un estado para
garantizar los derechos de sus nacionales no aplique la reciprocidad en temas
tan fundamentales como los que hacen referencia a la libertad religiosa.
Muchos dirán que de este modo mostramos la
superioridad moral de nuestras convicciones ya que aplicamos a todos lo que
consideramos derechos inalienables. Pero yo diría que esto queda muy bien en el
terreno de las palabras, pero cuando damos el paso al terreno de las realidades
encontramos que estamos de hecho
reforzando la creencia y el comportamiento de aquellos que discriminan a los cristianos pensando que están en la verdad y que su actuación es por
tanto acertada.
En el terreno religioso, que es a lo que ahora nos estamos
refiriendo, las consecuencias no son anecdóticas puesto que
hemos de situar la cuestión en un escenario concreto que nos sitúa en un
enfrentamiento, en ocasiones de tipo bélico, que exige que nuestros derechos sean defendidos y
no considerarlos como algo que depende de nuestra esplendidez y superioridad
moral que se mostraría en la aplicación de unos derechos humanos que beneficiarían a los inmigrantes musulmanes sin pensar en si los reciben los cristianos españoles en los países musulmanes. Sólo pueden ser aplicados cuando los ciudadanos españoles sean objeto de la aplicación de los mismos derechos. Lo que no se puede permitir es que aquellos que llegan exijan recibir derechos pero nunca permitan como contrapartida la aplicación de esos mismos derechos a los miembros de la civilización occidental-cristiana en sus países de origen .
A quienes señalan que si se defiende la existencia
de unos derechos de carácter universal no es posible privar de ellos a algunas
personas por el mero hecho de proceder de países donde estos no son respetados
para nuestros nacionales habría que decir que lo fundamental sería que se
respetasen esos derechos hacia los nuestros, y si esto no se puede lograr con
meras protestas de tipo diplomático habría que aplicar medidas reconocidas por
el derecho internacional como es la reciprocidad. Pero claro, en una sociedad
que ha perdido toda referencia a valores superiores, lo que ocurra en cuanto a
los derechos de la religión católica pasa a un segundo o tercer plano si lo comparamos con
la importancia de las relaciones económicas, y si no como entender que se
mantengan relaciones económicas y diplomáticas fluidas con un país como
Arabia Saudí donde se prohíbe desde
llevar una pequeña cruz al cuello hasta la construcción de cualquier pequeña
ermita pasando por tener una Biblia en el hogar.
En este país se llega al extremo de obligar a que
los aviones de las líneas aéreas suizas aterricen en sus aeropuertos de noche y con la luz que ilumina la cola
apagadas para evitar que se vea la cruz presente en la bandera del país helvético.
En cambio no
existe limitación alguna para que gracias al dinero procedente de Arabia Saudí se
levanten gigantescas mezquitas que no hacen sino difundir el radicalismo del
islamismo wahabí. Esto, además de ser una flagrante injusticia es un
refuerzo de su visión fanática y excluyente.
Se ha de aplicar la reciprocidad, hacer protestas
diplomáticas y presionar de los modos
más imaginativos posibles para además de mantener a salvo nuestros derechos
defender nuestra dignidad.
Y desde luego no aplicar a los inmigrantes ilegales que arriban a nuestro país medidas sanitarias, de estancia o educativas que no recibirían los españoles con religión católica en sus países de origen.
De otra manera no sólo estaríamos cayendo en el buenismo sino en la imbecilidad.
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