Me
encuentro sentado cómodamente delante de mi ordenador en mi mullido sillón y me
da vergüenza de ello. ¿Y porque de este sentimiento?, pues muy sencillo, en este momento en el que pulso las
teclas millones de familias españolas están atravesando por situaciones
sociales y económicas críticas, situaciones en las que se les priva de una vida
mínimamente digna.
Carecen
de empleo y con ello de ingresos, por ello les resulta difícil hacer frente al
pago de la hipoteca de su hogar y las subidas de la luz y el agua amén de que el incremento de los impuestos hacen que sus economías se conviertan en economías
de subsistencia.
Mientras
tanto las diferencias aumentan: los
ricos son más ricos y los pobres más pobres y la clase media está dejando de
serlo para engrosar esa legión de pobres
que cada vez es mayor a causa del aumento galopante del desempleo.
Y mientras tano los capitalistas con el apoyo de los financieros especuladores y carroñeros,
nacionales e internacionales, se
enriquecen a costa de la crisis de unos
individuos que no son un mero número, que tienen nombre y apellidos.
La
injusticia que produce el capitalismo y la prepotencia de unas finanzas y una
banca que se sirve del trabajo y del
sufrimiento de los demás puede ser legal, pero no por ello deja de ser injusta.
La
única salida a esta situación es la erradicación y sustitución del capitalismo.
Tal y como decía Jose Antonio, acabar con el capitalismo es una alta tarea
moral.
La
sustitución del patrón oro por el patrón trabajo, el dar al individuo el dominio sobre su trabajo siendo responsable de este a la par que pasar a converrirse en receptor de la parte
fundamental del beneficio que su trabajo
produzca es un acto de justicia. Lo que no puede consentirse es que los dueños del capital se apliquen de forma
equivocada una afirmación divina y pasen a entender: “vivirás del sudor del de
enfrente” en lugar de “vivirás del sudor de tu frente”.
Se
nos dirá que hay que respetar la ley de la oferta y la demanda, la propiedad
privada y la libertad. Pero esa ley
es cierta siempre y cuando se aplique
preservando al débil frente al
que desde el dominio del capital y del mercado pueda exprimir al primero, ahí
debe estar el Estado para proteger al
trabajador, sus derechos y su dignidad. En segundo lugar hay que señalar que el
capitalismo no es otra cosa que la negación de la propiedad privada al acabar
con la relación directa entre el hombre y las cosas (ya no poseemos medios que nos permitan trabajar, los medios
de producción son de capitalistas y/o
corporaciones y socios capitalistas que los poseen y de esta manera
reciben la plusvalía del trabajo de los
otros, los cuales no reciben otra cosa que un sueldo por el alquiler de su tiempo y
trabajo. Tampoco somos dueños de nuestra
vivienda desde el momento que es el banco el que lo posee mientras se siga
atado por el pago de la hipoteca, cosa que debido a los altos intereses que estos aplican lleva en no pocas ocasiones al desahucio y a la indigencia.
Sólo
el nacionalsindicalismo ofrece una
opción verdaderamente estructurada y justa al capitalismo, pero por
desgracia no solamente es desconocida su doctrina sino que es rechazada de principio por prejuicios.
Ahora
bien, que nadie se equivoque, no se puede pedir que un ser humano se preocupe
por la Unidad Nacional
o por cuestiones metafísicas mientras no
tenga cubiertas sus necesidades mínimas.