El segundo de los lemas escritos en
el frontispicio del edificio ideológico de la Revolución Francesa
fue la igualdad, igualdad que resultaba ser
otra forma de negar la naturaleza real de las cosas, puesto que si de un
lado todos somos iguales en cuanto a dignidad, todos somos diferentes en lo que
se refiere al resto de aspectos, actitudes y capacidades. Aspectos,
actitudes y capacidades cuya diferencias
darán lugar a esa diversidad que tanto enriquece las relaciones humanas,
mientras que por otro lado provocarán diferencias personales, laborales y económicas. Con el
igualitarismo se confunden aspectos que para nada se pueden asimilar, de hecho
con el planteamiento igualitarista se
está contribuyendo a crear un error de base, puesto que se tratan de equiparar
las diferencias que aparecen en la naturaleza o las que de ellas derivan con
una supuesta falta de dignidad.
El
igualitarismo es la prostitución del término igualdad, la cual empuja a que en el ser humano aparezcan de un
lado la desesperación por ser menos que el otro amén de una envidia que en no
pocas ocasionas desemboca en rencor contra aquellos a los que la naturaleza ha
dotado de características o circunstancias más propicias para el
desenvolvimiento vital o el éxito laboral.
Lo que es preciso es mantener la igualdad en dignidad, y para lograr ello en ocasiones es preciso dar más a quién mas precisa, eso sí, sin por ello obviar que la diferencia concreta existe, no cayendo en el pensamiento de lo políticamente correcto.
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