En este siglo
XXI de la era nuclear y de los avances técnicos que parecen no tener más límite
que el de la voluntad humana. En este tiempo en el que la post-modernidad
promete al hombre un nuevo amanecer con horizontes de libertad, resulta que muy
al contrario, el ser humano se encuentra
inmerso en la más espesa de las desesperaciones vitales, el hombre se siente
carente de la serenidad que su supuesta omnipotencia llevaría aparejada.
Lo que ocurre
es que desde el liberalismo que niega la
existencia de cualquier verdad superior a la mera opinión o desde un
racionalismo que pretende que todo se reduzca a lo que nuestra limitada razón
pueda explicar o comprender, el hombre se encuentra desarmado ante cuestiones
como son la realidad de la trascendencia o
la presencia de lo misterioso. Por otra parte, se nos vende el
individualismo como un paso más hacia esa libertad, cuando lo único que logra
es acrecentar esa sensación de abandono
y sufrimiento vital. El ser humano, como animal social que es, al perder los nexos de dependencia pierde
también esa unión que le libra de la soledad, ya que está acabando con esas
dependencias que le hacían sentirse parte de ese todo que es la comunidad
social.
Precisamente
en la última parte del siglo XX y en la
primera de este siglo XXI aparece
un fenómeno que pone de manifiesto que
el mero raciocinio, el recurso a una libertad tomada como fin en si misma o la
huida del compromiso no pueden llenar las ansias profundas y el deseo de
conocer la verdad, de acercarse a lo misterioso o de sentirse parte de una
realidad mayor a la mera individualidad.
Ha sido precisamente en estas últimas décadas
cuando han resurgido con ímpetu creencias y supercherías que supuestamente
habían sido superadas ya por la modernidad. Modernidad que presumía de que los
frutos de la Revolución
de 1789, de la enciclopedia y del racionalismo habían conseguido terminar con
lo que consideraba rescoldos del oscurantismo
originarios de la ”época oscura”, léase Edad Media, y del cristianismo.
Pero
curiosamente es bajo el imperio modernista y en una época en que triunfa el
indiferentismo religioso, por no decir directamente el ateismo, cuando el fruto
resulta ser un resurgimiento de actividades y posiciones cada vez más irracionales
y mágicas.
El apogeo de la literatura de estética
medieval, el gusto por lo fantástico, el auge
de la vuelta a la naturaleza y sobre todo ese desconcertante recurso a
los echadores de carta y a los horóscopos, aunque en ocasiones se lo pretenda
esconder bajo una capa de cierta displicencia, no dejan de ser un lógico intento de colmar las ansias de espiritualidad que le habían
sido negadas en una cultura exclusivamente
materialista y superficial.
Ocurre que si al ser humano se le ha
cercenado la posibilidad de acercarse al
cristianismo para encontrar la plenitud
de su personalidad y se le ha colocado a si mismo como centro y finalidad de
todo, el hombre recurrirá a cualquier
sucedáneo de religiosidad o acudirá a la
fantasía por muy errónea y ridícula que puedan resultar estas opciones.
En
un primer momento haremos un rápido
repaso de las ideologías en que se basa la actual concepción del ser humano, de la sociedad y de la
trascendencia para después referirnos a
esas corrientes materializan el descontento y empujan hacia una cosmovisión
carente de profundidad y sentido. Por último haremos referencia de una forma
más pormenorizada al fenómeno New Age, corriente que engloba de una manera más
estructurada la respuesta pagana a este mundo vaciado de trascendencia.
En
el fondo lo que ha habido ha sido un
intento del hombre de crear una realidad
distinta a la que existe, una búsqueda de la omnipotencia y un intento de superar las limitaciones que
por naturaleza nos son propias. El resultado de estas descabelladas intenciones no han podido ser
sino la ruptura del equilibrio que existía y nos permitía un funcionamiento estable.
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