jueves, 29 de marzo de 2012

Lo que denominan sindicalismo no es tal.

                                                                     




Lo que realmente funciona ahora en España no puede denominarse sinsicalismo, lo que existe es una prolongación de los partidos políticos, los llamados sindicatos son meras correas de transmisión de estos, asociaciones  que se sirven de de la necesidad que los trabajadores tienen de ser defendidos y verse representados  para desde  ahí  dividir a los españoles con la lucha de clases y a través de ello vivir de las subvenciones  estatales, unas subvenciones que los sucesivos gobiernos les dan, ya sea para  mantenerlos  silenciados, para que frenen las justas  reivindicaciones  laborales, para  lograr  extender su visión ideológica o  para no dar imagen de  autoritarios.

Resulta urgente que  este falso sindicalismo, el sindicalismo de clase, subvencionado y  partitocrático, deje de existir. El primer paso es muy sencillo, consiste en obligar a que los sindicatos se financien a sí mismos por medio de las cuotas de sus afiliados.
Esta medida  llevaría por un lado a que los denominados “sindicatos mayoritarios” dejasen paso a una verdadera representación sindical movida más por el auténtico apoyo recibido de los trabajadores y  no por unas partidas presupuestarias  procedentes de todos pero al servicio tan solo de algunos.

                                                  
 Y es que de este modo el verdadero sindicalismo, el que ahora se mueve en los pequeños sindicatos  sectoriales o generales pero independientes, el que  al menos se encontraría en igualdad de condiciones en la pugna  con esos denominados “mayoritarios” que gracias a las ayudas que reciben y a los privilegios con los que la ley les premia sus servicios al sistema un estatus de hegemonía prácticamente absoluta.


                                                 

                                                   

De otro lado esta medida a la que nos acabamos de referir, la autofinanciación, permitiría  acabar con la extensión entre  los trabajadores, sean estos  empleados o empleadores, de ese cáncer que  es la lucha de clases.
Con semejante fundamentación ideológica ciertamente esos  que  convocan huelgas  y  viven de subvenciones ciertamente logran el apoyo de muchos trabajadores, ¿pero a que precio?. Pues ese precio es el engaño y el enfrentamiento. En lugar de que los españoles nos veamos todos como parte de una gran empresa común en la que cada uno participa desde su puesto, se promueve el enfrentamiento entre  patronos y obreros, cuando unos sin otros no podrían existir, se necesitan  mutuamente.
Ahora bien, no hay que caer tampoco en esa ingenuidad malintencionada que  señala que las leyes de la oferta y la demanda y del libre mercado  son suficientes para  dirigir la economía y ordenar las relaciones laborales.

                                                 

Esto sería cierto si todos, empleadores y empleados  nos encontrásemos con un mismo nivel de fortaleza, cosa que no ocurre ya que cuando la oferta de trabajo es mayor que la demanda el empresario  puede convertirse en tirano, mientras que en los tiempos en los que la demanda es mayor que la oferta  ocurre lo contrario. Y es ahí donde el Estado ha de intervenir a través de una adecuada legislación laboral que   acabe con cualquier forma de explotación o dominio.


                                                    

Los sindicatos no han de ser horizontales en cuanto políticos, por el contrario   deben ser verticales en tanto que  estén agrupados por ramas de producción, de este modo se protege al trabajador y a la par se promueve la  unidad.  

                                                    

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