El sentido que tiene la presente entrada es poner de manifiesto la importancia que la realidad de los datos aporta para rebajar, o hacer desaparecer, esa visión de supuesta superioridad moral con la que en la mayor parte de las ocasiones el hombre de nuestro tiempo mira todo lo que tiene que ver con la forma de vida, con las costumbres y las instituciones y de un medievo considerado como bárbaro.
Y hacemos referencia a Occidente puesto que en los países musulmanes se da una realidad con respecto a este tema que dista mucho de lo que aparece en nuestras sociedades. En esos países la esclavitud ha sido bien vista desde sus inicios cuando el mismo Mahoma defendía su existencia. Pensamiento este que continúa aplicándose en nuestros días, y a gran escala, por mucho que los medios de comunicación silencien tal realidad, como ocurre en Darfú
donde los musulmanes árabes del norte someten a esclavitud a los cristianos, negros del sur, pero cuando los que son racistas son hijos del Islam los sucesos no merecen una línea en un periódico ni un segundo en la televisión.
Pero volvamos al tema que nos ocupa, tema que no es otro que la evolución que en los últimos siglos ha tenido la esclavitud en Occidente.
El término “siervo de la gleba” se continuó utilizando mucho después de que estos hubiesen dejado de existir. De hecho se utilizó hasta la Revolución francesa, en donde los denominados “siervos”, no eran sino los descendientes los antiguos siervos de la gleba y que se habían convertido en propietarios de las tierras y que pagaban a los nobles una pequeña anualidad. Cuando en el siglo XVIII la denominada Revolución industrial
vació los campos y llenó los arrabales de las ciudades volvió a convertir a aquellos propietarios nuevamente en esclavos, esclavos de una industria inhumana que explotaba a los trabajadores llevándolos a que nuevamente perdían la propiedad de los medios de subsistencia teniendo menos derechos reales de los que tenían los siervos de la gleba. Estaríamos ante los frutos del liberalismo económico salvaje.
Ahora bien, no es necesario alejarnos mucho del siglo XX para ver como no se abandonó legalmente la esclavitud en Europa hasta que en el año 1833 Inglaterra decretó su abolición y la emancipación de los esclavos, pero en los Estados Unidos la consecución de la abolición estuvo rodeada de unas circunstancias más difíciles puesto que gran parte de la economía del Sur se sustentaba en un sistema de esclavitud de los negros, lo que hizo precisa una guerra civil (1860-1865) para que la esclavitud fuese legalmente abolida en U.S.A. vació los campos y llenó los arrabales de las ciudades volvió a convertir a aquellos propietarios nuevamente en esclavos, esclavos de una industria inhumana que explotaba a los trabajadores llevándolos a que nuevamente perdían la propiedad de los medios de subsistencia teniendo menos derechos reales de los que tenían los siervos de la gleba. Estaríamos ante los frutos del liberalismo económico salvaje.
Resulta pues bastante anacrónico que el hombre del siglo XXI pueda arrogarse capacidad alguna de señalar los siglos medievales como si fuesen una muestra de sistema de esclavitud cuando sus propias sociedades no hace nada que la abandonaron legalmente y que en la actualidad mantienen una situación en la que una parte no pequeña de su economía consumista se nutre de productos elaborados por verdaderos esclavos, niños en gran parte para más inri.
Pero, lejos de pretender identificar la situación de los esclavos romanos con la de nuestros contemporáneos, es preciso señalar que el capitalismo actual empuja al hombre de nuestro tiempo a una situación doblemente grave, puesto que si por un lado le ha privado de la verdadera propiedad al haberle despojado de los elementos individuales de producción que les permitían sobrevivir de modo autónomo, les está haciendo ser totalmente dependiente del capital y de aquellos que detentan la posesión de los medios de producción. Se les está convirtiendo en seres dependientes del capital y de aquellos que detentan la posesión de los medios de producción. Consecuencia de lo anteriormente expuesto, es que el individuo se ve obligado a alquilarse vendiendo su trabajo a cambio de un sueldo que no equivale sino a una ínfima parte de lo que verdaderamente representa su actividad laboral. Cuando la situación económica se retrae, los dueños del capital y los empresarios tienen la capacidad de explotar la necesidad de aquellos que o bien aceptan las condiciones que el empleador ofrece, puesto que sino otro ocupará el puesto bajo esas mismas condiciones, o dado que carece de esa propiedad mínima de subsistencia se vería abocado a la necesidad cuando no al hambre.
Y todo ello se ve intensificado por un consumismo que se desarrolla cada vez con más fuerza creando necesidades que no son tales y que cada vez atan más al individuo al capital puesto que para conseguir esas falsas necesidades se ve en la necesidad de plegarse a las condiciones que el empresario imponga si quiere disponer del dinero con el que poder adquirir tales “necesidades”.
El capitalismo ha logrado que el patrón oro (dinero) halla desplazado al patrón trabajo, ya que este último deja de poseer la verdadera importancia que habría de tener sirviendo para que el individuo de modo autónomo pudiese cuando sobrevivir. Es así que el trabajo tan solo tiene valor si el sujeto se pliega a alquilarlo, de otra forma no podría atender las necesidades, reales o ficticias-consumistas.