En la realidad humana hay algo que puede parecer un contrasentido. Este contrasentido se manifiesta cuando resultas de un exceso de libertad. Esto esto es consecuencia lógica del descenso de la misma que se produce al tener que plasmarse la libertad en general en cuestiones concretas, puesto que en caso contrario pasaría a convertirse en meras formulaciones teóricas que no irían más allá de una opción ideológica basada en no reconocer ni aceptar nada que se sitúe por encima de la propia voluntad. Esta contradicción se plasma en la totalidad de los aspectos de la realidad humana, sean estos espirituales, personales, sociales o económicos.
Y es que desde el momento en que la libertad es entendida como un fin en si mismo, como la ausencia de cualquier tipo de sujeción o subordinación a cualquier tipo de regla , autoridad o dependencia, termina por convertirse en factor de esclavitud, bien para uno mismo, bien para los otros.
Comenzando por la realidad espiritual y finalizando por la económica, es indiscutible que si la voluntad humana de obrar de una u otra manera no se somete a normas distintas a la propia voluntad, esta libertad degenerará necesariamente no solamente en un apartamiento del propio bien personal sino que del mismo modo se enfrentará con la existencia del justo equilibrio respecto a los derechos de los demás miembros de la comunidad humana (justo equilibrio que en el fondo no es otra cosa que el bien común).
El término libertad, en esta época de prostitución del lenguaje y ofuscación de las mentes, parece que estuviese unido al término liberal. Este segundo término tiene dos acepciones que nada tienen que ver entre si. De un lado liberal sería aquel que obra con liberalidad, con generosidad o desprendimiento, mientras que por otro se refiere al partidario o seguidor del liberalismo, que propugna la libertad del individuo por encima de cualquier otra realidad superior a la voluntad de este.
Es esta segunda acepción la que ahora nos interesa.
El liberalismo en todas sus facetas no deja de ser una derivación del intento de colocar la voluntad del ser humano como único eje que informe su comportamiento, siendo considerado todo aquello que se oponga a la voluntad humana un elemento pernicioso que no hay que tomar en consideración y al cual hay que combatir.
Debido a que la vida humana abarca gran cantidad de aspectos, también son muchos los campos en los cuales se concreta el liberalismo, sin que por ello dejen de tener un mismo origen y una misma filosofía subyacente.
Las distintas manifestaciones surgen de la consideración del hombre como ser libre y soberano que encontraría su primera forma de manifestarse en la aplicación de esa soberanía con respecto a Dios y a su autoridad. Aunque muchos puedan afirmar que el liberalismo no niega a Dios, de hecho si lo hace al colocar la voluntad del individuo por encima de la voluntad misma del Creador cuya existencia lleva pareja la suprema Autoridad de este sobre sus criaturas. Esta suprema autoridad ha establecido una serie de leyes naturales y mandamientos revelándonos una Verdad que está por encima de esa voluntad humana que el liberalismo coloca por encima de todo.
En lo espiritual, y más concretamente en lo religioso el liberalismo y sus seguidores, siendo fieles a los erróneos postulados básicos, se oponen tanto a esos mandamientos como a la valedora en la tierra de los derechos de Dios que no es otra si no la Iglesia.
La forma a través de la cual el liberalismo pone de manifiesto este negar sometimiento a quién les ha creado es bastante sibilina, evita todo enfrentamiento directo que pudiera provocar una reacción por parte de la parte espiritual del ser humano, esa negación la centra en un indiferentismo que al permitir la presencia pública de cualquier manifestación religiosa sitúa a todas ellas en el nivel de la opción personal y esto a pesar de que puedan defender realidades muy distintas e incluso contrapuestas. Las religiones, sus derechos, son reconocidos en función de la aceptación por la libre voluntad de cada ser humano. En otras palabras se está negando la realidad de la Iglesia católica como verdadera, a la vez que se la pone en igualdad con otras.
Cristo Rey
Cristo Rey
Todas ellas (verdaderas o falsas, en eso el liberalismo se niega a entrar) tienen derecho a desarrollarse socialmente desde el momento en que son opciones de la voluntad humana.
Este indiferentismo fruto del liberalismo, verdadero ateismo, tiene el nombre de libertad religiosa y propicia el mayor mal o esclavitud que es separar al hombre de Dios.
En lo político y social, aunque los liberales dicen poner como límite de la libertad de cada uno la libertad del otro, dista mucho de ser real ya que a través de la soberanía nacional será el conjunto mayoritario de los miembros de una sociedad la que marcará cuales son los derechos y cuales dejan de serlo (como ocurre en el caso del aborto). De nuevo la realidad de las cosas van a poner de manifiesto como el liberalismo no toma en consideración ese supuesto límite que dice respetar.
En la sociedad, la llamada soberanía nacional no es sino presentar la suma de voluntades individuales como una voluntad infalible que debe convertirse en la que legisla y decide lo que es blanco y lo que es negro, lo que es bueno y lo que es malo.
Esa posición, además de falsa, da lugar a la esclavitud de las minorías en función de las decisiones de las mayoría, sometiendo al capricho momentáneo de las masas tan fácilmente manipulables, realidades decisivas para el individuo como son las leyes, la organización de la nación y la continuidad de la Patria.
Aquí vemos otra manera en que la supuesta libertad que nos presenta el liberalismo lleva al sujeto, al ciudadano en este caso a la esclavitud.
En último lugar vamos a ver la plasmación de la ideología liberal en el terreno económico y como conduce también a una esclavitud que resulta paradójica con esa libertad que dice defender.
En lo económico vamos a ver como el liberalismo económico defiende que la economía y las relaciones laborales no han de verse inmiscuidas por interferencia alguna por parte del Estado, puesto que las mismas leyes internas del mercado se encargarían de su funcionamiento y óptimo desarrollo. En este terreno nuevamente se piensa que ninguna norma o actuación externa es necesaria para el funcionamiento de una realidad humana, en este caso la económica.
Resultado de este funcionamiento autónomo: en lo económico derivaría en una progresiva acumulación de capital en contra de la propiedad privada tradicional, separando cada vez más la propiedad directa de la tiranía que impmonen los medios de producción.
En lo laboral ese desarrollo autónomo lo refiere el liberalismo económico a la ley de la oferta y la demanda, la cual no deja de ser un elemento esencialmente antisocial, ya que cuando la oferta de trabajo es pequeña, pero la demanda es grande, el empleador podrá establecer a su libre albedrío las condiciones de trabajo. En la práctica surge una nueva forma de esclavitud, si no con grilletes, si jugando con la necesidad de encontrar un trabajo para sustentarse, y más aún después de haberse producido la ruptura entre el individuo con los medios precisos para poder producir.
Pero esta injusticia se da igualmente cuando la oferta de empleo es mucha y la demanda pequeña, serán entonces los empleados, y más si están bien organizados, los que tiranicen al empresario, pudiendo incluso con sus imposiciones poner en riesgo la viabilidad empresarial.
Este sistema lleva irremisiblemente a la lucha de clases, que con una adecuada intervención del Estado, podría proteger la Justicia Social a la par que la economía nacional evitando que se vería dañada por semejante enfrentamiento. El Estado impediría igualmente que grupos de presión y dominio como la banca o las industrias de sectores estratégicos pudiesen esclavizar al individuo o mediatizar la independencia nacional.
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