El maltrato a la mujer parece que estuviese reducido exclusivamente a aquellas que por su situación económica dependiesen del marido o a las que la presencia de hijos les impidiese tomar la decisión de separarse.
Se suele considerar que la mujer soporta la situación de violencia conyugal por carecer de posibilidades para tomar una decisión que le aparte definitivamente del maltratador.
Desgraciadamente las cosas no son tan sencillas, ya que no son una excepción, ni mucho menos, las mujeres maltratadas que con independencia económica y carentes de hijos continúan conviviendo con su maltratador.
A esta realidad se añade una actitud tan común como difícil de explicar. Actitud que resulta cotidiana para cualquier policía o juez. Me estoy refiero a la negativa de muchas mujeres agredidas a presentar denuncia o esas otras que las retiran una vez que estas están ya en curso o inclusive cuando se está desarrollando el juicio.
La explicación no es sencilla y no podemos recurrir a tópicos manidos, sino a explicaciones psicológicas que puedan aportar luz a estos comportamientos.
De hecho acudir al miedo a sufrir posteriores agresiones, al temor a ser apartadas de los hijos o a verse sin recursos económicos no explica esos comportamientos al aparecer esos comportamientos entre mujeres agredidas con muy variadas situaciones económicas, culturales y familiares.
Según los últimos estudios, esta forma de actuar solamente puede ser entendida aplicando la misma explicación que se dio al denominado Síndrome de Estocolmo: ese estado psicológico que se da en las personas secuestradas o retenidas en el que el secuestrado se termina identificando, defendiendo e incluso ayudando a quién le ha secuestrado.
De la misma forma que en el Síndrome de Estocolmo, en la mujer maltratada se establecen una serie de vínculos afectivos paradójicos entre ella y el maltratador. Aparecen en un entorno traumático en el que el poder desequilibrado entre ambos y la intermitencia entre el comportamiento afectuoso y el comportamiento violento lleva a la víctima a un estado disociativo que le hace estar hipervigilante para dar más valor al lado positivo, buscando excusas al comportamiento negativo, creándose finalmente un vínculo de amor-dependencia.
Resulta así que la existencia de un poder superior que se ejerce de forma violenta en el que a veces se intercala una relación afectuosa crea una situación tal que termina por buscar en el otro lo positivo que “tape” la realidad del maltrato y que lleve a buscar la explicación en la propia conducta, infravalorándose y padeciendo un sentimiento de culpa.
Esta explicación puede ser válida a la hora de describir algunos de los procesos del funcionamiento del comportamiento aunque no es absolutamente generalizable, entran demasiados factores en juego.
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