miércoles, 24 de agosto de 2011

RENDICIÓN Y ENTREGUISMO CULTURAL.

LA RENDICIÓN Y EL ENTREGUISMO CULTURAL:
 
                                                                                 
Según señala T.S. Eliot en su “notas para la definición de la cultura”, en la sociedad humana son varias las formas de asociaciones, bien sea pensando en el desarrollo del individuo, en el de un grupo o bien en el de una sociedad entera. Según su tesis, lo fundamental respecto de la cultura es la sociedad  (origen y fin del desarrollo de las otras dos unidades inferiores) ya que las unidades de menor tamaño como son el individuo y el grupo, por si solas excluirían  lo cultural para centrarse tan solo en lo psicológico o en lo grupal. Lo cultural, tampoco puede reducirse  exclusivamente a alguna de las distintas actividades humanas, pues no encontraríamos cultura en la especialización en un aspecto concreto,  ya que cada uno de estos no pasarían de ser un mínimo campo dentro de esa realidad más amplia que sería la cultura. La sociedad vendrá definida de hecho por lo que la cultura nos marca a la par que nos distingue de otras comunidades humanas.

De todo lo que se ha visto hasta ahora no hay que deducir que carezca de sentido hablar de la cultura de un individuo o de una clase, simplemente se deriva que la cultura no se puede aislar en la de uno de ellos, sino que no puede abstraerse lo individual de lo grupal y lo grupal de lo social.
         Del mismo modo que no se puede identificar la cultura tan solo con lo individual, resulta una gran falacia querer asimilar la cultura con aspectos que de por sí no tienen una relación con ella de tipo causal, sino meramente casual. Esto ocurre cuando la raza o la localización geográfica son tomadas como origen o sinónimos de  la cultura, puesto que una cultura, entendida como forma de entender y enfrentar la vida , puede situarse en razas distintas o encontrarse en continentes diferentes.
Esta equivocación no es tan inocente como en un primer momento pudiera parecer, ya que según ese planteamiento, todo aquel que cuestionase la igualdad de las culturas o se opusiese al mestizaje cultural sería tachado de racista.

El mismo Eliot nos presenta una idea fundamental a la hora de entender la cultura en singular y las culturas en plural. Lo hace al referir que la cultura nunca ha surgido o se ha desarrollado al margen de una religión. Cuando habla de la religión como fuente originaria de cultura  señala la necesidad de que exista un equilibrio entre la unidad y la diversidad,  es decir, entre la unidad de la doctrina y las particularidades en el culto o en la devoción. Se hace necesario pues, un cuerpo de doctrina que puede presentar después distintas maneras de plasmarse, pero eso sí dando lugar a una similar cosmovisión  y a una forma de entender y vivir la vida muy similar.
Con lo que antes se ha señalado, ha de quedar muy claro que lo cultural es muy distinto de esa visión que considera la cultura derivada del grupo y de la libre decisión del conjunto de individuos que lo componen.
 Si la cultura no depende del voluntarismo del individuo ni de una decisión grupal, tampoco se puede caer en el error de considerar que podremos libremente superar las diferencias que las distinguen, ya que “superar” esas diferencias que les son intrínsecas y  muchas veces radicalmente opuestas a las otras llevan a la anulación del  propio ser de la cultura.
 Es más, cuando dos culturas entran en contacto, se establece una tensión, la cual terminará en la absorción de una de ellas por la otra, bien sea por la mayor fortaleza de una o por la renuncia y  desistimiento de la otra.

         La cultura occidental, de origen cristiano, basada en lo filosófico en la tradición griega y en lo legal en el derecho romano, lleva camino de extinguirse,  no porque el resto de culturas con las que entra en contacto sean más fuertes o mejores que ella, sino por haber caído en un relativismo tal que pone en duda la propia verdad de su ser y la empuja a renunciar a la lucha, llegando a reconocer a los otros a la par que se niega a sí misma.
Nuestra cultura tiene sus peores enemigos entre sus mismos hijos, algunos de los cuales  no hacen sino  minarla. A través del liberalismo que todo lo relativza y de la inculturación  que llega a afirmar cuestiones contrapuestas, no se hace más que ir contra la propia realidad cultural provocando su muerte, pues si una cultura como la nuestra abandona su creencia en las realidades espirituales y pasa a centrarse exclusivamente en las de tipo tecnológico o económico, terminará por  perder toda su superioridad, terminando por caer irremisiblemente en lo superficial.

Una de las corrientes que como si de una panacea se tratase se nos quiere vender, es el mestizaje cultural.
El mestizaje cultural, como supuesto camino natural hacia una convivencia pacífica, parte de la suposición de que el conflicto es el primer paso para lograr esa convivencia.
Pero desgraciadamente las cosas no son tan beatíficas como quieren hacérsenos creer, ya que los partidarios  de esta postura parecen creer que el conflicto es meramente accidental y por tanto superable. Esta idea es un gran error, ya que lo que subyace a las culturas no son meros accidentes sino posiciones ideológicas y ante todo visiones religiosas no solamente distintas, sino contrapuestas y en muchos casos incompatibles. Ahora bien, no contentos con señalar el mestizaje cultural como útil para la convivencia pacífica añaden que resultaría además enriquecedor para los miembros de cualquiera de las culturas participantes en ese mestizaje, sin tener en cuenta que la cultura afecta a aspectos de la vida que en muchas ocasiones no pueden sino contradecirse. La cultura no se reduce tan solo a una gastronomía ni al colorido de los trajes típicos. No se compone de cromos que podamos cambiar a nuestro antojo.
         En la actualidad, debido a los grandes movimientos demográficos y a la globalización de las comunicaciones, con el ingente intercambio de opiniones y visiones del mundo que conlleva, se ha hecho presente en nuestro tiempo algo que hasta hace muy poco no existía: la interculturalidad, la convivencia de distintas culturas en un mismo entorno.
De esta forma se desata una soterrada pero real lucha cultural, ante esta situación han aparecido posturas subjetivistas  que ponen todo en duda, empezando por situar a todas las culturas en pié de igualdad y reconociéndolas sólo como superiores en cuanto estén presentes y sean aplicadas en el lugar geográfico y temporal de origen.
Ahora bien, este análisis parece que no puede aplicarse a los que partiendo de unos orígenes culturales distintos y distantes quieren continuarlos en un ambiente cultural diferente como es el nuestro.
 Es decir se analizan las considera en función de su origen y no teniendo en cuenta si sus creencias son positivas o si el resultado de estas en el funcionamiento social producen situaciones de esclavitud, de violación de la dignidad humana o de desprecio por la mujer.
         El movimiento que sugiere considerar a las culturas desde un punto de vista relativista entra en una contradicción, la de defender  por un lado la diversidad  como algo básico y de manera totalmente contradictoria  promover con vehemencia  el mestizaje cultural como fuente de riqueza para el acerbo cultural del hombre.
         Que mayor  contradicción puede haber  que afirmar como necesario el mantener la diferencia, mientras que a la vez se postulan posiciones contrarias como esta del mestizaje cultural. El resultado es que las culturas se diluirían en un revuelto para dar lugar a otra, anárquica, sin tradición y sin concreción alguna. En el fondo se estará consiguiendo extinguir aquellas originarias  a favor de una macrocultura universal sin valores objetivos..

         La inculturación, al defender que ninguna cultura (especialmente si se trata de la occidental) debe imponerse a cualquiera  otra, tropieza con el tema de defender la existencia de unos derechos universales, que desde su proclamación en 1948 aboga por la existencia de  unas atribuciones que estarían unidas indeleblemente al ser humano por el mero hecho de serlo.
Ahora bien, si no se admite incursión  ni imposición de una cultura sobre otra, tampoco se debería permitir ningún tipo de ingerencia para lograr que esos derechos  ( que se quiera o no son fruto de una visión cultural) fuesen reconocidos  y aceptados por otras culturas.
 Pero el tema no termina aquí, pues si la respuesta práctica es la influencia o presión para que la visión particular de una cultura se imponga al tipo de relaciones de poder y de convivencia social de otra, se estaría negando por la vía de los hechos la corriente  propugnada. Se estaría actuando contra lo que se dice defender.
Ahora bien, si la opción por la que se opta es la de justificar cualquier comportamiento por el hecho de ser fruto de una cultura distinta, se estaría cayendo en el más radical de los “racismos”,  al dar a entender que esos derechos lo son sólo para los nuestros, los de nuestra cultura.

         Todo esta problemática dejaría de ser tal, si prescindiendo de visiones determinadas por la ideología y  no basadas en la realidad de las cosas, se reconociese algo tan obvio como que no todas las culturas son iguales, al igual que no todas las opiniones respetan de igual manera la dignidad del ser humano. Nadie que pretenda ceñirse a la realidad puede continuar con el prejuicio dieciochesco del buen salvaje, bueno exclusivamente por el hecho de su salvajismo (salvajismo en el sentido de distinto a nuestra cultura) aunque propugnase los sacrificios humanos, el  infanticidio, la antropófaga  o estuviese sometido a los terrores propios del  pensamiento mágico.
Solamente negando algo tan obvio como es la superioridad  de nuestra cultura en lo espiritual ( en cuanto se basa en la Verdad revelada), en lo moral, lo filosófico e incluso  en lo técnico, se pueden evitar posiciones derrotistas como la de la inculturación.

         Si observamos la evolución de nuestra actitud con respecto a nuestra cultura desde una perspectiva histórica, el resultado es decepcionante. Durante siglos, el mundo cristiano occidental se había situado en lo que se conoce como etnocentrismo al considerar su cultura como la más importante por verdadera. Después la antropología vino a relativizar el papel de nuestra cultura, poniéndola en pie de igualdad con el resto, negando la posibilidad de establecer categorías entre nuestra cultura y las otras. Esta consideración produce ya una ruptura con la de la superioridad y validez moral universal de nuestros principios. El paso siguiente se va a dar cuando Rousseau acude al mito del buen salvaje para no solamente ponernos en pié de igualdad con otras culturas sino para  llegar a situarla como inferior a las calificadas de naturales.
 Ya en el siglo XX , y una vez terminada la época colonial europea, la minusvaloración se acrecienta situando a la occidental como responsable de todas las desgracias de la humanidad y a su cultura como elemento de alineación, cuando no de extinción de las otras.
El hombre occidental sufre de una especie de complejo de culpa y de inferioridad, que al enfrentar al final del siglo XX y principios del XXI una nueva situación derivada de la inmigración masiva procedente en gran parte de países musulmanes, no sabe que postura tomar. Por desgracia el camino que toma es el de aceptar que el otro se afirme mientras el duda. Europa se encuentra inerme ante una cultura como la musulmana beligerante contra la nuestra siendo además expansionista.
El hecho de la inmigración como muy bien se dice es incontrolable, lo que si se puede desde una posición generosa con los pueblos, a la par que protectora de nuestra propia realidad cultural, es promover que sean pueblos necesitados económicamente y con una cultura similar a la nuestra los que reciban nuestra acogida, ya que solamente estos podrán asimilarse sin problemas a nuestras sociedades.
         Aunque quizá pueda no parecer tan directamente relacionado con el tema, me quiero referir a lo que mi forma de ver resulta otra manera, y no precisamente la de menor importancia, que ha sufrido y sufre el occidente cristiano de renuncia y desistimiento frente al resto de las culturas.
La cristiandad ha dejado de existir al abandonar  su sometimiento a unas verdades entendidas y respetadas como tales. Después el occidente cristiano ha ido abandonando no solamente su plasmación exterior, sino que ha abandonado la fe en pos de un relativismo y de una libertad entendida como fin en si misma, esta es sin duda la mayor deserción. De esta manera, aquello que precisamente ha conferido a nuestra civilización el marchamo de superioridad a tornado en un cascarón vacío de todo aquello que no sea economía, técnica o poderío militar. Y puesto que al igual que ocurre en la física la sociedad tiene horror al vacío , el hueco que nuestra ausencia de cultura con mayúsculas presenta se tenderá a llenar con otras a las que además se les abre las puertas desde dentro.
         La interculturalidad a que nos enfrentamos no puede resolverse a través de la capitulación respecto de las bases de nuestra civilización, ni pensando que la convivencia sea el objetivo prioritario. Encontramos entre nosotros foráneos que defienden culturas radicalmente enfrentadas a la nuestra, y no sólo en lo religioso, también en formas de entender la libertad, el comportamiento, las costumbres y la vida misma. Aunque muchos crean que la tolerancia  y la rendición incondicional serán los pasos que lleven a esa coexistencia pacífica, se engañan, ya que esas cosmovisiones del mundo, tan antitéticas a la nuestra no cejarán en el empeño de “convertir” a los “infieles” y de servirse de nuestro cada vez mayor relativismo cultural contra nosotros mismos.

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