Realmente durante
los últimos siglos Europa terminaba en los Pirineos, y esto era así debido a que
España constituía un anacronismo para una Europa liberal alejada del
catolicismo. Era un cuerpo extraño que aunque geográficamente formaba parte del
continente no pertenecía a él ni espiritual ni políticamente. Y esto era así dado
que tanto su identidad como su cosmovisión eran, desgraciadamente lo digo en
pasado, diametralmente opuesta a esa identidad que se adueñó de la mayor parte
de la Cristiandad y que políticamente conformaba y conforma la realidad de eso
que pasó a denominarse Europa.
Esta transmutación se produjo cuando esas
naciones y pueblos abrazaron el protestantismo de la reforma y el liberalismo
de la revolución francesa.
Esa distintividad
española por desgracia ha desaparecido y nuestra patria ha pasado de ser luz de
Trento a convertirse en una oscura cueva llena de basura que en lugar de
evangelizar corrompe.
Resulta que a
través de un ejercicio patético consecuencia de un complejo de inferioridad, no
por impuesto menos real, nuestra España lleva cientos de años buscando
asimilarse a una Europa protestante y liberal que en nada se asemeja a su más
profunda identidad, renegando para lograrlo de su propia identidad.
Ocurre que cuando un pueblo reniega de su íntima
realidad buscando con ello asimilarse a otros que tienen una identidad
diferente, cuando no opuesta como es el caso, se cae en el mayor de los
ridículos. En esos momentos afloran los mayores fanatismos, aparece la
intolerancia del converso que a toda costa quiere demostrarse y demostrar que
no es el de antes, de esta manera el que ha renegado de su realidad más
profunda se precipita por una pendiente imparable de artificialidad, una caída en
la que tras bellas palabras como libertad y tolerancia esconde la intención de
imponer a todos, pero especialmente a aquellos que conservan la identidad que
ha traicionado, esa nueva identidad que imagina haber adquirido.
Pero la única realidad es que por mucho que
ese pueblo trate de evitarlo no dejará de ser una copia grotesca de aquellos
pueblos a los que trata de emular, siendo así que bien se quedará a las puertas
de la realidad que busca o la exagerará hasta el fanatismo. Y es que la copia
nunca alcanzará a ser similar al original que persigue ser.
Ocurre que la
identidad, al igual que la historia, marcan indeleblemente la realidad más
profunda de un pueblo, un pueblo que podrá intentar asimilarse a otros que a su
vez tienen una identidad, una historia y un destino distintos. Pero ocurre que
al renegar de su identidad no conseguirá otra cosa que convertirse en una
caricatura penosa de lo que era en un bufón sometido a la voluntad de ese al que
intenta emular, y lo será dado que una copia será siempre una copia, una ser
que será despreciado y minusvalorado.
Y este es el
sino de la triste y oscura España de la actualidad, vivir renegando de su
identidad siendo despreciada por aquellos a los que de modo pueril y pacato trata
de copiar.
La única
solución para revertir este autodestructivo proceso, si no es demasiado tarde
para llevarlo a cabo, es regresar a esa profunda identidad que le daba forma y confería
estabilidad. Este regreso a identidad propia nunca podrá llevarse a cabo tratando
de montar un puzle con retales derivados de realidades históricas, ideológicas
y morales distintas a la propia. Es así que España debe dar la espalda a esta
Europa liberal, anglosajona y protestante que en el fondo nos desprecia y
volver la vista a Hispanoamérica para todos unidos, los de ambos lados del
“charco”, recuperar nuestra fortaleza e identidad.
Debe quedar
diametralmente claro que cuando hablamos de hispanidad no nos estamos
refiriendo sólo a una religión, a una realidad racial, a una lengua común o a
una cuestión mercantil o industrial, aun siendo todas ellas partes
fundamentales de ella.
La
hispanidad es una realidad que va mucho más allá de una mera concepción
material, geográfica o instrumental, es una cosmovisión que deriva, lo quieran
o no algunos, de la visión católica de la existencia por parte de los
individuos, las sociedades y las naciones. En el fondo se trata de una manera
de vivir buscando la verdad, la vida y poniendo el bien común por encima de los
intereses materiales del individuo.
El objetivo
que a mi modo de ver debería marcarse España es crear una suerte de asociación
hispánica de naciones regresando a nuestro verdadero ser y dejando de lado esa
Europa anglosajona protestante y liberal que en el fondo nos detesta, aunque
muchos no quieran verlo.
Este
objetivo debería constituir una política de Estado a la que habrían de plegarse
los intereses cortoplacistas electorales de los partidos y gobiernos. Siendo
sustituidas todas las timoratas decisiones propias de la visión miope del
cortoplacismo partidista por unas medidas subordinadas a alcanzar un objetivo teniendo
muy claro que el objetivo final no podrá alcanzarse si no a largo plazo.
Ahora bien, para
que este proyecto de aglutinar a las naciones hispanas de ambos lados del
Atlántico, , sea posible España no podría tener un papel distinto al de ser un
mero aglutinador respetando las soberanía e identidades propias de las actuales
repúblicas.
En un primer
momento habría que crear una íntima y extensa colaboración industrial y de
servicios acompañada de una unificación monetaria para los intercambios
comerciales entre las distintas naciones hispanas, pero teniendo muy claro que
esta primera medida no sería otra cosa
que un paso para llegar a una unificación de mayor calado que la meramente
económica. Este primer paso resultaría imprescindible puesto que lo primero es
que nuestras naciones dejasen de ser colonias de los intereses financieros y
políticos de los Estados Unidos.
En un
segundo paso se buscaría acabar con el dominio cultural e ideológico a través del
cual se encuentran sometidas todas y cada una de las naciones hispanas.
Pero no
sería posible siquiera implementar estas primeras medidas si previamente no se
acaba con esa mentalidad antiespañola derivada de la Leyenda Negra que ha
calado entre muchos ciudadanos hispanos, tanto americanos como europeos. Caso
de no ser así todo intento de poner en marcha esta empresa estaría abocado al
fracaso.
Ciertamente
el esfuerzo y sacrificio que exige poder alcanzar este ambicioso objetivo es
tremendo, pero en la época globalista en la que nos encontramos resulta
indispensable puesto que de otro modo nuestras naciones caerán irremisiblemente
en la más absolutas de las esclavitudes económicas y nuestra identidad, cultura
e idiosincrasia serían borradas del mapa por el colonialismo anglosajón.
Nuestros
pueblos y sus dirigentes han de ser plenamente conscientes de que sólo mediante
la unidad y la defensa mutua de nuestras peculiaridades podremos pasar a ser
actores de nuestro futuro y no meros espectadores como actualmente ocurre.
En estos
momentos rendirse ante la realidad que nos somete no es una opción.
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