La
ginecocracia, efecto de esa dictadura de género que forma parte de la
ingeniería social que en la actualidad padecemos, es un elemento fundamental de
ella. Esta estrategia se está aplicando muy especialmente en los países occidentales. Todo
esto lo está desarrollando la elite oscura para acabar con la sociedad natural-
tradicional e imponer otra que sea esclava de ellos y de su dios-Satán.
Para poner
fin a la familia, unidad básica sobre la que se sostiene la sociedad, en primer
lugar se han propuesto acabar con la complementariedad de los sexos y levantar
entre ellos un muro de desconfianza y oposición, ya que de este modo resulta
imposible la fundación de la familia y en consecuencia el desarrollo de la
sociedad.
El enfrentamiento entre los sexos no es un fin
en si mismo sino un paso necesario para acabar con esa sociedad humana levantada entorno a unidades naturales
y orgánicas de convivencia. De este modo posteriormente la familia seria sustituida por
meras agrupaciones de individuos carentes de vinculación e identidad, es decir daría paso a una “sociedad” absolutamente maleable
y sometida a una concepción alejada de lo humano y del orden natural y divino.
Ahora que
conocemos la estrategia que lleva a cabo la élite y el fin que persiguen, controlar
y subvertir la realidad social, hemos de referirnos a cuales son y cómo se
aplican los métodos para acabar con la complementariedad de los sexos y desarrollar esa guerra que es
la dictadura de la política de género.
Nadie que observe con un mínimo de espíritu
crítico y con una capacidad de análisis libre del pensamiento políticamente correcto podrá negar que se
están desarrollando legal, social e incluso interpersonalmente toda una serie
de medidas y actitudes que van encaminadas a levantar un muro separador entre
ambos sexos mediante la suspicacia y desconfianza entre ambos.
La
influencia política y la introducción del pensamiento feminista en el planteamiento general de lo
políticamente correcto ha llevado a que la figura del varón sea considerada
socialmente poco menos que agresora y que esta consideración se haya plasmado
en la legislación considerando al hombre como culpable a priori, y esto se ha concretado
en las leyes de modo que se invierte la carga de la prueba y no es la
denunciante la que ha de demostrar la culpabilidad del denunciado sino que es el denunciado quién ha de ha de
demostrar su inocencia, es decir en el caso de las denuncias por maltrato, ya
sea físico o psicológico, desaparece la presunción de inocencia y se instala la
presunción de culpabilidad del varón que ha sido denunciado.
Todo esto es
consecuencia y derivación lógica de una ideología de género perfectamente planificada dentro de la estrategia antes señalada.
Esta
ideología de género se basa en una visión marxista, en la cual la lucha de
clases que señala Marx se sustituye por un enfrentamiento entre los sexos, una
lucha por liberar a la mujer que supuestamente
es sometida y esclavizada por el varón sirviéndose principalmente de la
maternidad, de la familia y del matrimonio.
A nivel
social nos encontramos con que se están llevando a cabo campañas institucionales, guiones cinematográficos y teatrales, además
de obras literarias y de todo tipo en el que el sector masculino aparece
siempre como el agresor y explotador en las relaciones de pareja.
Por el contrario
la mujer de principio es considerada dentro de la pareja siempre como la
víctima, de hecho las denuncias falsas, aunque se escondan tras la denominación
de sobreseídas o no admitidas a trámite, no llevan aparejado tipo alguno de sanción
penal o administrativa. Y no para ahí la cosa puesto que la custodia de los
hijos es casi automáticamente adjudicada a las madres. El padre no puede
decidir sobre la vida de los niños en el caso del aborto, contra el cual estoy,
pero en cambio caso de que nazca ha de pagarle una pensión a la mujer por ese
hijo sobre el que sólo puede decidir la madre.
Pero con ser
transcendental todo lo que acabamos de referir lo son más si cabe las
consecuencias conductuales y psicológicas que
esta discriminación y culpabilización
provoca en el varón y en la relación de pareja en general.
Esta
cosmovisión que transforma la realidad sexual, que no se reduce exclusivamente
a lo genital o físico, en una mera opción afectiva determinada por cuestiones
de tipo social lleva a que los hombres, pertenecientes al considerado sexo
opresor, lleguen a verse a sí mismo como culpables de agresión hacia la mujer, siendo
así que el varón acaba por ver las actitudes y comportamientos
masculinos como negativos y mantener unos comportamientos y actitudes alejadas
de la masculinidad, y lo que es peor culpabilizándose de las pulsiones
naturales y las directrices comportamentales que la misma naturaleza les marca.
De este modo aparece en el varón un cierto desconcierto al encontrarse con unas
pulsiones naturales internas y un tipo de conducta que la misma sociedad,
especialmente las mujeres, juzga como negativas.
Para más inri el varón encuentra que cuando desarrolla esa conducta refrenada y suavizada ve que gran parte de las mujeres terminan optando por esos hombres que se suelen denominar como “chicos malos” o “canallas”. Llegados a ese punto el varón se encuentra totalmente perdido en un mundo que no reconoce y que le frustra la par que le desnaturaliza.
Para más inri el varón encuentra que cuando desarrolla esa conducta refrenada y suavizada ve que gran parte de las mujeres terminan optando por esos hombres que se suelen denominar como “chicos malos” o “canallas”. Llegados a ese punto el varón se encuentra totalmente perdido en un mundo que no reconoce y que le frustra la par que le desnaturaliza.
Es esto a lo
que me refiero con ginecocracia, las leyes someten al varón, la ideología
imperante lo culpabiliza y las relaciones con el sexo opuesto lo desnaturaliza
y desprecia.
No es
extraño que las tendencias conductuales, la moda y los referentes masculinos televisivos
sean cada vez más andróginos y afeminados.
Pero todo esto lleva a la desaparición de la caballerosidad, del amor
cortés puesto que son tachados de comportamientos machistas. La desaparición de cualquier muestra de afecto masculino, provoca un afeminamiento del hombre.
La reacción
a todo este sinsentido es la generación de la más grosera de las relaciones entre
los sexos, que podemos ver en el
reggeton, en que la mujer, vaciada de su feminidad por considerarla muestra de
sumisión, se convierte en mero objeto, o en lo que acontece por ejemplo en los
San Fermiones, donde la mujer se muestra
como objeto sexual pero a la par exige que el hombre prescinda de las pulsiones
sexuales.
La
ginecocracia es un paso más para destruir la familia y someter a la sociedad
humana, y para lograr ambas cosas primero ha de corromper la profunda realidad
del ser humano.
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