De un tiempo
a esta parte el término identidad llena nuestros discursos, es objeto de muchas
publicaciones e incluso forma parte de las denominaciones que designan a grupos
y asociaciones.
Pero a mi
parecer todo ello no es óbice para aseverar que gran parte de los que utilizan este
término no tienen una idea clara de lo que realmente es la identidad y hasta qué punto es fundamental a la hora de
dar forma y entender la realidad misma, tanto personal como grupal.
Lo que
conforma la identidad de una persona o de un grupo son sus características
específicas, y digo específicas en tanto que es la diferencia con respecto al resto de individuos
o agrupaciones la que le confiere una realidad propia.
En este
sentido la identidad podría aparecer como una cuestión negativa ya que afirma
que el individuo lo es en tanto que sus características son distintas a las de los otros.
Lo que
define nuestra identidad son aquellos aspectos y cualidades particulares
diferentes al resto de los seres. En caso contrario todos formaríamos una
especie de masa indiferenciada dentro de la cual ningún elemento existiría como
realidad distinta a esa amalgama amorfa.
Todo este
razonamiento pudiera parecer algo meramente teórico, algo carente de una
traslación a la experiencia vital, pero es todo lo contrario puesto que es la
identidad la que confiere realidad a los sujetos y a los grupos, sin ella no
existiríamos como realidades.
Con este
intento de mezclar todo, con este promover e imponer la indiferenciación no se
busca otra cosa que anular la realidad
humana, que por naturaleza está dotada de identidad.
Ahora vamos
a tratar de hacer una traslación desde esta exposición teórica a la compleja
realidad que en la actualidad domina nuestra civilización, nuestra nación y nuestra raza.
De todo lo
que más arriba hemos señalado deriva algo que ha de quedar diametralmente claro
y que jamás debemos perder de vista:
Dado que sólo
a través de la diferenciación toma cuerpo la identidad, tanto individual como
grupal, se hace absolutamente imprescindible salvaguardar la diferencia, por muy
fuerte que sea la presión social y
mediática que nos encontremos.
En la
actualidad nos estamos sumidos en una verdadera guerra que pretende
destruir la civilización occidental como la conocemos. El combate que lleva a cabo
el mundialismo globalizador, sirviéndose de todas los medios a su alcance: (jurídicos,
sociales, educativos, mediáticos, políticos, etc.) es tan encarnizado pues
nuestro enemigo sabe perfectamente que solamente acabando con las identidades nacionales,
religiosas y raciales podrá dominar a la humanidad.
Para alcanzar ese dominio, la élite precisa de
una masa humana amorfa carente de nexos que les proporcionen una identidad que les mueva a la resistencia.
En la
actualidad asistimos a que se tilda de injusto y obsceno todo aquello que
diferencie, llegándose al extremo de negar la existencia de algunas de ellas,
como es el caso de las raciales o sexuales. Por el contrario el igualitarismo,
la etnofobia, la androginia o la bisexualidad son aplaudidos cuando no impuestos,
legal y académicamente.
Utilizando
el drama que se crea en toda Europa debido a la presión migratoria y en
especial al tema de los “refugiados”,
problema este creado por esa misma élite globalista, los temas racial, cultural
y religioso están siendo explotados de una manera desvergonzada recurriendo a
un sentimentalismo mal entendido llevado por un buenísmo bobalicón.
Se aprovecha
para confundir la igualdad en dignidad que todos los humanos tenemos con la igualdad en cuestiones
que claramente nos distinguen como son la raza, la civilización y la religión.
Se nos trata de convencer que todas las razas son iguales excepto en lo que
hace al color de la piel, que todas las civilizaciones han llegado a un mismo nivel de evolución y
que todas las religiones son similares pues todas buscan a Dios.
Todo esto no
son otra cosa que fuegos de artificios que buscan que las personas y las
sociedades obvien las diferencias, y de
esta manera poder acabar con las
identidades y crear un gobierno mundial
ateo sometido al sionismo talmúdico.
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