El victimismo judío provoca en el resto de la humanidad un irracional sentimiento de culpa.
Complejo
de culpa que lleva a que muchos cierren los ojos ante las acciones, por
execrables que estas sean, de estas víctimas perpetuas.
En
esta entrada me quiero referir a un caso en el que el periodista sueco Daniel
Broston puso de manifiesto en un artículo publicado en el periódico se su país,
Aftonbladel, que durante los años 90 las IDF (Fuerzas de Defensa de Israel) secuestraron jóvenes palestinos, y que al
devolver los cuerpos de estos a sus familias estas se apercibieron de que
carecían de órganos que habían sido extraídos para usarlos en trasplantes.
En
el mismo artículo el periodista denunció
que en ocasiones las detenciones y posteriores asesinatos se producían
con la única intención de hacerse con
órganos que destinar al tráfico.
Una
vez que el periodista destapó las criminales
acciones israelíes, la reacción
que se desató se tradujo en una fuerte
polémica centrada en si la denuncia era debida o no a una actitud racista y antijudía, no en lo terrible de los
hechos que se señalaban.
La
Embajada de Suecia en Israel puso el grito en el cielo calificando el artículo,
no los hechos que en él se referían,
como “espantoso”, a la par que numerosas autoridades israelíes lo conectaron con la “difamación de
sangre” contra los judíos que se produjo durante la Edad Media.
La
falta de regulación legal sobre el tráfico de órganos en Israel es un asunto
peliagudo, pero las noticias aparecidas
en Suecia no movieron a que esa ausencia de regulación se subsanase por medio
de alguna ley o decreto.
Las
denuncias de Bostrom tampoco movieron a investigación alguna en el Estado
judío, todo giró en torno a si se estaba a favor o en contra del periodista que
las formuló.
La
única entrevista que se realizó al periodista sueco partió la Red Palestinian
Mothers.
La
revista Economist por su parte señaló
que entre los años 2001 y 2003 floreció
en Sudáfrica una importante red de tráfico de riñones. Reclutándose a los
donantes en Brasil, Israel y Rumania, con ofertas que iban de los 5.000 a los 20.000 dólares
para visitar Durban y entregar allí el riñón.
Cada uno de los 109 receptores,
de nacionalidad principalmente israelí, pagaron hasta 120.000 dólares por unas
“vacaciones con transplante incluido”.
Según
la agencia de noticias Inter Press Service (IPS) los receptores eran sobre todo
israelíes, los cuales recibían reembolsos de los gastos de los trasplantes citados por parte de sus
compañías de seguros sanitarios, los reembolsos oscilaban entre los 70.000 y
los 80.000 dólares.
Tras
una investigación llevada a cabo el año 2004 por una Comisión legislativa del
Parlamento de Brasil se llegó a la conclusión de que al menos 30 brasileños habían vendido riñones
a una red de tráfico de órganos humanos cuya principal fuente de financiación
provenía de Israel.
Por
mucho que el victimismo judío lo pretenda, la mala imagen que el Estado de
Israel tiene en la actualidad no se basa en factores de tipo religioso o de
discriminación de ningún tipo. Es su política de limpieza étnica contra el
pueblo palestino, el incumplimiento continuo de todas las resoluciones de la
ONU sobre la ocupación de territorios, el negarse a definir sus fronteras, la
política racista que expulsa a los palestinos de sus tierras, los más de 1.500
palestinos asesinados, etc.
Y
eso a pesar de que el común de la población desconoce que el racismo
supremacista judío del Estado de Israel llega al punto de que la misma ley israelí
condene el matrimonio entre personas judías y no judías o que sea legal aplicar
torturas contra los palestinos, permite que los famosos “colonos” construyan
en tierras que fueron robadas a los palestinos que las poseían.
Broston
dirigió una carta al Jerusalem Post en la que indicaba su perplejidad por la
reacción que su artículo había suscitado, señalando que el no acusaba al ejército israelí de robar órganos,
tan solo recogía testimonios de familias
palestinas que afirmaban que eso había sucedido, señalaba que Israel debía
centrarse en buscar la verdad de lo que había ocurrido, en lugar de atacarle a él.
Pero
la soberbia del Estado judío le
hace verse por encima del bien y del mal y no tener cuentas de sus
acciones ante nadie.
Según explica la agencia de noticias IPS antes
citada, incluso los israelíes más críticos con las políticas de su gobierno
cierran filas ante las críticas exteriores al considerarlas como
hostilidad del mundo hacia ellos.
Y
la animadversión que poco a poco va ganándose el Estado judío surge sin conocer asuntos tan escabrosos e
inhumanos como este al que nos estamos refiriendo, ¿Cuál sería la actitud
respecto a Israel del pueblo no judío si se conociesen aspectos tan deleznables
como este?.
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