El conflicto de Libia parece haber llegado a su fin, al menos en lo que a su vertiente bélica se refiere. El resultado ha sido la victoria de las tropas insurgentes y el derrocamiento del régimen del Coronel Gadafi. Ahora se ha de afrontar una segunda, y a mi entender mucho más complicada, fase. Esta fase se centra en el establecimiento de un poder que sustituya al del depuesto Gadafi. Este poder ha de ser capaz por un lado de integrar la inmensa diversidad tribal y por otro poner coto al más que posible desarrollo del islamismo radical en el país.
Los países occidentales no pueden caer en el error de pretender que en un país musulmán se implante un régimen democrático de corte occidental. Para lo cual el primer paso sería la celebración de elecciones libres. Y considero que la celebración de elecciones libres en un pueblo musulmán, sería un gran error basándome no sólo en razonamientos teóricos, que también, si no sobre todo en la experiencia que nos aporta la historia reciente.
Lo que desde luego no es de recibo es crear una expectativa entre el pueblo de la zona de que su voluntad va a ser respetada para que después ese mismo Occidente que promovió tal expectativa se niegue a aceptar el resultado de tal voluntad e intente impedir que el poder llegue a aquellos que el pueblo eligió.
Es preciso tomar en consideración que en países como Libia, al igual que ocurre con la inmensa mayoría de los de la zona, tienen fuertemente establecida una concepción islámica para nada “moderada” si no más bien arcaica y por tanto muy cercana a planteamientos radicales. En el caso libio el régimen de Muammar el Gadafi ha mantenido a raya a cualquier movimiento radical del islamismo, cierto que de un modo despótico pero lo ha hecho.
Del mismo modo no se puede dejar de tomar en cuenta una realidad, la sociedad civil libia carece de cualquier tipo de organización para enfrentar unas elecciones. En el caso que nos ocupa la atomización tribal que conforma la nación no deja de ser un aspecto más contrario a una posible victoria en un enfrentamiento electoral.
En Libia tan sólo la religión podría ser un elemento catalizador para atraer el voto de la población, y tan sólo los radicales islamistas del grupo Hermanos Musulmanes cuentan con la posibilidad de organizar políticamente a una parte bastante amplia de la población.
En lo que no puede volver a caer Occidente es en el error de promover el desarrollo de elecciones libres para combatir posteriormente los resultados que deriven de ellas.
Y este comentario no se basa en elucubraciones sin base si no en realidades como las acontecidas en la Argelia de 1991: donde Occidente presionó para que se llevasen a cabo elecciones democráticas, elecciones estas que finalmente se realizaron dando el poder a los radicales islamistas del FIS(Frente Islámico de Salvación) en la primera vuelta de las elecciones legislativas y en las municipales. Tras la victoria de los islamistas radicales en la primera vuelta de las elecciones, una intervención militar impidió la celebración de la segunda vuelta. Occidente apoyó esa intervención para evitar la actividad del islamismo radical, lo que a su vez dio lugar al surgimiento del terrorista y sanguinario GIA (Grupo Islámico Armado) y a un desprestigio en la población hacia todo lo occidental.
También se basa en lo que sucedió en Palestina. Nuevamente Occidente presionó para que se llevasen a cabo en los territorios de la Autoridad Nacional Palestina elecciones libres, aconteció que el resultado de ellas fue la victoria por una inmensa mayoría de los islamistas radicales terroristas de Hamás. De nuevo la posición occidental fue absolutamente contradictoria con esa presión que ejerció para que se celebrasen esas elecciones, en lugar de acatar los resultados de estas presionó y presiona para que Hamás deje el poder dado su radicalismo terrorista.
Desde mi punto de vista la política internacional occidental no puede caer en la ingenuidad de convocar en Libia elecciones para luego encontrarse con otro país en manos del radicalismo islámico.
Occidente ha de romper con ese buenismo ignorante que pretende que se implante la democracia en los países musulmanes y que de hecho lleva a favorecer la llegada de los enemigos de Occidente al poder.
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