Cuando se pierde un ser querido y nos vemos privados de su presencia, esta realidad produce un dolor tal que toca lo más profundo de nuestro ser.
El estado de pérdida, el duelo, produce una angustia que necesitamos canalizar para que no termine por producir una situación enfermiza.
Trabajando con el duelo llegaremos a encauzar ese dolor y esa angustia, para lograrlo debemos cuidar una serie de aspectos concretos, es necesario que elaboremos el duelo.
Tendremos en cuenta que todo duelo presenta un curso predecible que podemos dividir en cuatro fases: periodo de incredulidad, periodo de nostalgia y periodo de desesperación, para finalizar con otro de recuperación. Lo que buscamos es poder llegar a la recuperación evitando estancarnos en alguna de las fases previas.
En un primer momento nos encontramos con que la persona que ha sufrido la pérdida parece no sentir nada, es fría afectivamente y niega esa realidad que está padeciendo. Esto resulta absolutamente normal , pero pasa a ser una mala señal si se mantiene más allá los primeros días. Nuestra actitud tras las dos o tres primeras jornadas debe buscar en el otro la exteriorización de los sentimientos. Recurriremos para ello a conversaciones referidas al finado y a la vida en común con él. Nos serviremos sobre todo de referencias al pasado. La expresión mediante el llanto y las quejas resultan sumamente liberadores y son necesarias, por esta razón favoreceremos que se produzcan y bajo ningún concepto las reprimiremos. Tenemos que tener claro que favorecer situaciones emotivas que favorezcan el llanto no es sino una forma de ayudar al otro. Esta ayuda se concretará buscando en las conversaciones aquellos puntos que veamos más débiles emocionalmente. El llanto ajeno suele ayudar creando un ambiente emocional favorable al llanto. Cuando nos refiramos al difunto lo haremos siempre en pasado, añadiendo siempre coletillas que remarquen su fallecimiento, cotillas del tipo: ahora estará mejor, que bueno era, descanse en paz, etc.
Un segundo aspecto que tendremos que abordar se refiere a la adaptación del sujeto a una vida sin la persona que ha perdido.. Nuestra intervención en estos casos, en un primer momento será de acompañamiento y consuelo. Tras guardar un lógico periodo de tiempo que respete el dolor intenso del primer momento, deberemos concentrarnos en socializarle , realizando salidas en común. Este servir de apoyo social y puente resultará necesario ya que durante cierto tiempo su discurso resultará negativo y desagradable, concentrando su conversación de continuo en la muerte, viéndose abandonado a la hora de recomenzar su relación con lo demás. Le ayudaremos presentándole nuevas personas que a su vez le harán ver que continua la vida.
Por último, especialmente en caso de fallecimiento del cónyuge, se buscará que recobre la capacidad de amar, que no significa obligatoriedad que esta capacidad se concrete en una nueva relación sentimental. La capacidad de amar se movilizará primero a través del afecto de los más próximos.
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